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Por Publicado el: 13/11/2012Categorías: Crítica

L’ELISIR D’AMORE (G. DONIZETTI) Gran Teatre del Liceu de Barcelona

L’ELISIR D’AMORE (G. DONIZETTI)

Gran Teatre  del Liceu de Barcelona. 11 Noviembre 2012

Han pasado 7 años desde la última vez que vi esta ópera en el Liceu de Barcelona. Entonces se ofrecía la misma producción escénica que ahora y cantaba un Rolando Villazón en plenas facultades. El resultado de aquella representación fue un gran éxito –para mí excesivo -, pero es que el mejicano arrasaba por entonces. Nada tiene, por tanto, de extraño que el Liceu haya vuelto a programar L’Elisir d’Amore para Rolando Villazón, aunque su presencia únicamente tendrá lugar en el segundo ciclo de representaciones, que tendrá lugar en el mes de Mayo próximo.

Pues bien, podríamos decir que, mientras Barcelona espera el retorno de Rolando Villazón a su rol fetiche, otro tenor mejicano ha triunfado a lo grande en el Liceu, poniendo las cosas muy difíciles a su compatriota.  Se trata de Javier Camarena, al que me referiré con más detalle más adelante.

Una vez mas el Liceu nos ofrece la muy conocida producción de Mario Gas, que ha recorrido casi toda la geografía española desde su estreno hace ahora 15 años en el Teatro Victoria, puesto que el Liceu estaba entonces en obras, tras el terrible incendio. No sé si quedarán muchos aficionados a la ópera en España que no conozcan esta producción, que pudo verse por última vez en Bilbao durante el pasado mes de Febrero. Todo un prodigio de longevidad y rentabilidad. Hay que reconocer que el público sigue respondiendo muy positivamente a la producción y, al final, esto es lo que cuenta.

La acción se traslada a la Italia fascista, con la tropa de Belcore convertida en “camisas negras”, en un escenario único en forma de patio vecindad. La dirección escénica sigue funcionando francamente bien, llena de detalles del agrado del público, como la llegada de Dulcamara en un “sidecar”, la gente asomada a las ventanas en  “O, rustici”, el divertido banquete de bodas, que abre el segundo acto, acompañado de  música napolitana a cargo de Beniamino Gigli, terminando con el divertido paseo de Dulcamara  y Moretto por el patio de butacas, repartiendo “elixir”, mientras el “León Salvador” de mi niñez canta de nuevo las estrofas de su despedida. Escenografía muy adecuada, obra de Marcelo Grande,  autor también del diseño de vestuario, que ofrece alguna variante respecto del visto en Bilbao en el caso de Adina. Buena la iluminación de Quico Gutiérrez.  La dirección escénica en esta ocasión la ha llevado adelante José Antonio Gutiérrez. A juzgar por la reacción del público, todo parece indicar que esta producción sigue teniendo todavía cuerda para rato.

Daniele Callegari volvía llevar las riendas musicales de la ópera, como lo hiciera hace 7 años. Su dirección ha sido buena, en líneas generales, con tiempos muy vivos – en ocasiones, casi demasiado – , controlando bien las fuerzas a sus órdenes. Callegari no es un director excepcional, pero sigue la gran tradición italiana de los maestros concertadores y es una garantía en el podio de cualquier teatro de ópera. A sus órdenes tuvieron una buena actuación tanto la Orquestra Simfònica como el Cor del Gran Teatre del Liceu.

El tenor mejicano Javier Camarena debutaba en el teatro y lo ha hecho con un triunfo popular indiscutible. Su carrera se ha desarrollado hasta ahora principalmente en la ópera de Zurich y en un repertorio eminentemente ligero. Tiene una voz agradable, bien timbrada y sin problemas de emisión, respondiendo a las características de un tenor ligero, quizá un poquito más. Tiene una gran facilidad en las notas altas y canta con gusto y expresividad, moviéndose en escena con una naturalidad y simpatía al alcance de muy pocos cantantes. Indudablemente, se ganó el favor del público desde su entrada en “quanto è  bella, quanto è cara”, convirtiéndose en el auténtico centro de atracción del escenario. Intercaló un brillante y largo DO sobreagudo en “Dulcamara, volo tosto a ricercar”, lo que levantó aplausos en el respetable. Su “Furtiva Lagrima” tuvo más calidad en la segunda parte del aria, cantada con gusto indudable.  No hubo bis, pero pudo haberlo, ya que los aplausos y bravos  duraron nada menos 1 minutos y 50 segundos (Celso Albelo en Bilbao, 1 minutos y 18 segundos). Cuando un cantante se divierte en escena, su alegría es contagiosa y llega con gran facilidad al público. Pocas veces he visto un Nemorino tan feliz al conseguir a su adorada Adina.

La soprano americana Nicole Cabell fue una Adina que gustó al público, pero poco convincente para quien esto escribe. Recuero haberle visto en este personaje hace ahora 6 años en Montpellier y entonces me pareció una soprano de voz agradable, aunque de volumen reducido, con problemas de emisión y con una dicción italiana imposible. Seis años más tarde la impresión no ha cambiado, en gran medida. Está más segura que entonces, pero sus problemas de volumen, emisión y dicción siguen siendo los mismos.

Javier Camarena y Nicole Cabell

El charlatán Dulamara fue interpretado por el barítono italiano Simone Alberghini, que tuvo una actuación escénica más convincente que la puramente vocal. No es el bajo buffo que reclama el personaje, ya que su voz es bastante blanquecina, ni tampoco tiene el atractivo escénico de otros intérpretes consumados del personaje.

El sargento Belcore fue interpretado por Ángel Ódena, que tuvo una buena actuación. La voz tiene amplitud para traducir la chulería de este militar, aunque no sea un dechado de simpatía en escena. Eliana Bayón completaba el reparto como Giannetta y lo hizo bien, con una voz de no mucha calidad.

El Liceu ofrecía una entrada de alrededor del 90 % del aforo, siendo los huecos más evidentes en la localidades de precio intermedio. El público mostró de manera indudable su satisfacción con la representación, dedicando un auténtico triunfo a Javier Camarena. Hubo también bravos para Nicole Cabell, aunque a otro nivel. La representación comenzó con  4 minutos de retraso y tuvo una duración total de 2 horas y 39 minutos, incluyendo un intermedio de 33 minutos. La duración puramente musical fue de 2 horas exactas. Los triunfalistas aplausos finales se prolongaron durante 10 minutos. El precio de la butaca de patio era de 130 euros, siendo el precio de la localidad más cara de 170 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 104 y 50 euros. Había localidades con visibilidad muy reducida por 25 euros. José M. Irurzun

Fotografías: Cortesía del Liceu de Barcelona Copyright: A.Bofill

 

 

 

 

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