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Alegrías y nostalgias
Por Publicado el: 25/11/2013Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Ante las bodas de oro de los Amigos de la Ópera de Madrid

Agradezco muy sinceramente la invitación que me ha realizado la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid para acompañarles en sus Bodas de Oro, ya que me ha permitido echar la vista atrás, recorrer largos años de mi vida y recuperar muchos recuerdos. Es lo que voy a tratar de reflejar en estas siguientes líneas.

Corría abril de 1970 y jamás había pisado un teatro de ópera, aunque sí se habían despertado mis emociones líricas con una legendaria «Aida» de Karajan, un «Rigoletto» de Kubelik y un disco de arias belcantistas de la última soprano española que había conquistado todos los públicos: Montserrat Caballé. El Teatro de la Zarzuela programaba «Roberto Devereaux» con ella como protagonista y decidí debutar en la ópera invitando a mi madre, que tampoco había visto una ópera en vivo. Fue el inicio de miles de funciones posteriores.

En aquellos años la pertenencia a la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid facilitaba la obtención de un abono a la temporada, así que me inscribí en ella. Desde entonces y hasta hace bien poco he sido socio.

Cada una de las diferentes asociaciones similares que han existido y existen en España tienen sus propias características que lógicamente han tenido que irse acomodando a los tiempos. La madrileña nunca pudo ser lo que la bilbaína o la ovetense, que contratan las temporadas de ópera en sus ciudades, pero entre 1964 y 1983 colaboró muy activamente con el entonces Ministerio de Información y Turismo en la organización de los Festivales de Ópera de Madrid que se celebraban en el Teatro de la Zarzuela. No toda la travesía de estos cincuenta años ha sido fácil. Allá por la década de los ochenta surgieron los típicos problemas en los que se enzarzan los advenedizos que llegan a cargos administrativos sin base para ello y llenos de ansias por cambiar todo para dejar constancia de su impronta. La Asociación perdió buena parte de sus abonos y sucedió lo que tenía que suceder, que la taquilla del teatro se resintió.

La apertura del Teatro Real parecía que podía dar nuevo impulso a la Asociación sin embargo, una vez más, se quiso partir de cero en vez de contar con lo existente. Elena Salgado, entonces directora general del teatro, persiguió, bien es verdad que sin acabar de conseguirlo porque no le dio tiempo a ello, crear una asociación propia de amigos del Teatro Real al margen de los Amigos de la Ópera de Madrid. La llegada de Juan Cambreleng, entonces presidente de la Asociación, a la dirección del Real paralizó el proceso de desestabilización y propuso nuevos objetivos. Unos funcionaron muy bien, porque tenían su lógica. Así, poco a poco, la Asociación se fue encargando de las visitas guiadas a través de voluntariado y de promover interesantísimos ciclos de conferencias en torno a los títulos programados en las temporadas. Otras ideas no llegaron a cuajar porque carecían de sentido. Así sucedió con la pretensión de que toda la captación de recursos económicos de patrocinio para el Real se gestionase a través de la Asociación. Negarme a ello, como miembro de la comisión ejecutiva del teatro, me ocasionó un buen disgusto con Juan Cambreleng, pero aquello no podía ser. Como no pudo ser que, pocos meses antes, alguien entonces y hoy ligado al teatro pretendiese que su esposa gestionase aquella financiación.

Durante aquellos primeros años del Teatro Real tuve amplia ocasión de relacionarme con la Asociación. No sólo por las conferencias que me solicitaron impartiese, sino porque Francisco Fernández Marín, Santiago Salaverri y Julio Cano me pidieron con frecuencia opinión sobre las actividades que se planteaban desarrollar. Fueron muchas las nuevas ideas y proyectos que surgieron y que dieron nuevo impulso a la Asociación: publicaciones, recitales de noveles, proyecciones, conferencias, mesas redondas, programas de becas, etc.

En los últimos tiempos parece existir en los responsables del Teatro Real la idea clara de prescindir de los Amigos de la Ópera madrileños. No se trata de las restricciones a los abonos, sino de algo más profundo y amplio que se vislumbra con lógica preocupación en la Asociación. ¿Tiene sentido, por ejemplo, haber prescindido de ella para los ciclos de conferencias? ¿Acaso tanto al Teatro Real como al de la Zarzuela no les convendría apoyarse en una asociación como la de los Amigos de la Ópera para muchas de sus actividades?

Es ley de vida que todas las organizaciones han de transformarse para acoplarse a tiempos y circunstancias y los Amigos de la Ópera de Madrid han de evolucionar y encontrar nuevos sentidos a sus múltiples labores. Y esto es algo que no deben ni pueden hacer solos, sino coordinándose con las demás instituciones que participan en la gestión de actividades líricas en la capital. Todas deberían estar por ello, porque es más fácil triunfar uniendo que separando, pero siempre hay quien se empeña en nadar contracorriente y querer ser el protagonista principal. He aquí el reto para dar continuidad a estas Bodas de Oro.

Gonzalo Alonso

Artículo publicado en «Intermezzo»

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