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Por Publicado el: 30/10/2016Categorías: En vivo

A la descubierta de Jacinto Guerrero en Cuenca

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A LA DESCUBIERTA DE JACINTO GUERRERO

            Se han desarrollado en Cuenca, sin novedad y de acuerdo con lo previsto en el copioso y sustancioso programa anunciado, las IV Jornadas de Zarzuela de la Fundación Guerrero, que cada año nos traen nuevas y atractivas avanzadas en torno al mundo de nuestro género lírico. Esta edición se ha dedicado casi íntegramente a la figura esencial de Jacinto Guerrero, prohombre de teatro, compositor básico en el crecimiento y evolución de una parcela fundamental de nuestra historia musical y escénica. Pilar, además, de la Fundación que lleva su nombre, y el de su hermano Inocencio, y que no ha cejado de luchar, tras su muerte, por la defensa y el mantenimiento de su patrimonio artístico y cultural. Ejemplo reciente y actual de ello son estas reuniones de musicólogos, musicógrafos, músicos, estudiosos y público interesado a finales de septiembre y principios de octubre que se celebran cada año desde hace tres en la ciudad manchega, de cuya última convocatoria se daba noticia hace poco en estas páginas.

            Ya se sabe que el acto central de estas Jornadas lo constituye la revisión y actualización de una obra lírica desconocida o poco difundida, a la que se le aplica el bisturí y el microscopio en orden a su recuperación y consiguiente escenificación en las mejores condiciones. Se ha hecho hasta ahora con la humorada trági-cómico-lírica en un acto El terrible Pérez, de Arniches y García Álvarez, López Torregrosa y Valverde hijo –que mereció un Premio Lírico Campoamor- y las pantomimas El sapo enamorado de Borrás y Luna y El corregidor y la molinera de Martínez Sierra y Falla.

            Este año le tocaba, efectivamente, a Guerrero y se ha resucitado el sainete con gotas de revista en dos actos El sobre verde, estrenado en Barcelona y Madrid a principios de 1927. El artífice musical ha sido, como en aquellas ocasiones, el director asturiano Nacho de Paz, que, desde su habitual territorio inscrito en el campo de la creación contemporánea, se ha avenido, con gusto, entusiasmo y conocimiento, en un proceso de descubierta muy provechoso también para él, a trabajar para traer en las mejores condiciones posibles a nuestros días estas obras añejas y dejadas de la mano de Dios años ha. Los resultados, como se pudo comprobar en las citadas ocasiones anteriores y se ha podido experimentar en ésta, han sido inmejorables. Aunque en el caso que nos ocupa, De Paz –gesto claro, preciso, elegante, seductor y convincente, convenientemente ritmado- ha ido más lejos y no sólo se ha preocupado de revisar, retocar, hacer añadidos, modificar instrumentaciones o tempi, sino que ha realizado una nueva versión musical, un arreglo con todas las consecuencias para jazz-band.

            Unos once músicos ocuparon el foso para sostener las peripecias escénicas que se nos cuentan en esta obrita, no exenta de gracia. La verdad es que la cosa funciona. El resultado sonoro, que resalta los aspectos rítmicos, otorga crudeza al espectro tímbrico y clarifica los planos, tiene mucha marcha y engarza perfectamente con el sentido del sainete-revista, en donde Guerrero depositó una amplia selección de sones, de aires, de danzas y estilos muy de la época y que quedan ahora plasmados de forma muy convincente. Gracias igualmente a la marcha que le supo imprimir en esta presentación la mano rectora.

            Pese al poco tiempo de ensayos, a los problemas presupuestarios, a las premuras de última hora, la presentación del día 1 de octubre se desarrolló de manera fluida, sin aparentes fallos, de acuerdo con una bien movida dirección de escena firmada por Alberto Castrillo-Ferrer, conocedor de los secretos de este tipo de literatura. Concedió la elocuencia, el verbo fácil y donoso a las réplicas, supo mantener la tensión de los diálogos y manejar el espacio con agilidad y lógica. Lo que determinó que, a pesar de la futilidad de la anécdota –que gira en torno a dos billetes de lotería- y de un metraje excesivo –que promueve con frecuencia que la atención se disipe-, la narración, con sus altibajos y sus chistes más o menos facilones, prosperara y acabáramos pasándonoslo bastante bien. Imantados como estábamos en la soltura, la animación y la ligereza de la dirección musical. La escenografía de Anna Tusell, la iluminación de Nicolás Fischtel, el vestuario de Arantxa Ezquerro y la coreografía de Cristina Guadaño contribuyeron a redondear el éxito y hacer las delicias de un público que sólo ocupaba algo más de la mitad de la sala del Auditorio conquense.

            Un copioso equipo de actores y cantantes participó de manera cerrada y entusiasta en la aventura. Hay que destacar la labor del omnipresente Jacobo Dicenta, gracioso, cambiante, tornasolado, ágil en las contestaciones, imaginativo en los soliloquios. De casta le viene al galgo: tiene una larga tradición familiar a sus espaldas. Lola Casariego, soprano compacta, vigorosa, actriz con recursos, hizo con solvencia hasta cuatro papeles. Lo mismo que la recia Carolina Moncada y todos los demás, asimismo desdoblados. Mención especial para el barítono Gerardo Bullón, una de nuestras voces de la cuerda mejor impostadas, afinadas y timbradas. Un lírico de emisión natural y franca. Debería estar en cometidos más enjundiosos. A veces los oídos de los que tienen que elegir repartos están obturados. Aplausos también para el Grupo instrumental Gran Vía 78, formado para la ocasión, constituido por músicos de talla.

            Lo bueno es que en torno a este estreno, y como es norma, se organizaron numerosos actos, y así se adelantaba más arriba. Entre ellos una serie de ponencias que trataron, y consiguieron en buena medida, enriquecer la visión que se tiene de Jacinto Guerrero, frecuentemente Incompleta, errada o, en parte, equivocada. Las carencias del músico en lo tocante al trabajo armónico o contrapuntístico son bien sabidas. Pero a su lado se daban virtudes, entre ellas, claro, la sapiencia a la hora de manejar y servir a las voces; cuando no el del dominio de una variada y gama rítmica.

            Aprendimos muchas cosas que desconocíamos del músico de Ajofrín y de otros temas conectados con él y su época. Gracias a las diversas y numerosas conferencias programadas, a las que, es una pena, asistió poco público. Destacamos las impartidas por Miguel Verdú (Del Apolo al Coliseum. Arquitectura teatral en la Gran Vía de Madrid), Fernando Delgado (Contexto y recepción en el estreno barcelonés de El sobre verde), Jorge Lozano (La garçonne y lo chic. Un problema de traducción semiótica), Alberto Mira (Cupletistas, “torch fingers” y “soubrettes”: mujer y teatro musical en los años veinte), Enrique Mejías (La fama de Guerrero: El autor de música pop frente al papel pautado) y Javier Suárez-Pajares (Detrás de las tijeras: censuras y censores en el teatro musical de la posguerra). Hubo asimismo proyecciones, entrega de premios, concierto popular, exposiciones, teatro para niños… Y un concierto del pianista Jorge Robaina en combinación con los audiovisuales de Santiago Torralba (Guerrero contemporáneo).

            Hemos de desear que se puedan solventar los problemas económicos que empiezan a acechar estas gozosas manifestaciones, prácticamente únicas en nuestra geografía, que se llevan a cabo gracias a los esfuerzos de muchos, especialmente de la gente que trabaja y colabora en la Fundación, con su directora Rosa María García Castellanos al frente, con el coordinador de actividades Alberto González Lapuente (organizador del evento), con la jefa de comunicación y de captación de fondos (espinoso cometido este último) Alicia Cabrera, con el jefe del archivo Alberto Honrado, con el de ediciones Enrique Mejías y con el secretario Luis Rico. Y con el consejo, siempre conspicuo, de Antonio Gallego.  Arturo Reverter

 

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