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Por Publicado el: 22/02/2013Categorías: Crítica

AIDA (G. VERDI). Berlín Staatsoper. Schiller Theater

AIDA (G. VERDI). Berlín Staatsoper. Schiller Theater, 21 Febrero 2013.

No son necesarias muchas razones para visitar Berlín, especialmente para cualquier amante de la música. En estos días no hay grandes acontecimientos operísticos, ya que el debut de Elina Garanca en Troyanos ha sido cancelado, pero espero poder disfrutar de la Tosca de Anja Harteros y, sobre todo, asegurarme de que todo está a punto para el mes próximo, en que volveré para disfrutar de un intenso programa wagneriano.

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La Staatsoper Unter den Linden se ha visto obligada en los dos últimos años a abandonar su sede habitual, por trabajos de reparaciones profundas en el teatro, y se ha trasladado al Teatro Schiller, que es un moderno y reducido local de algo más 1.000 espectadores y situado muy próximo a la Deutsche Oper. Era la primera vez que visitaba este teatro y me topé con la sorpresa de encontrarme con numerosos adolescentes. Seguramente, es la representación de ópera a la que he asistido en la que la edad media de los espectadores ha sido la más baja. Y eso sin contar al espectador más joven que jamás haya tenido oportunidad de ver en un teatro. Me refiero a un bebé en brazos de su madre y situado en la fila de atrás, cuya presencia se notaba por los aislados sollozos que emitía. Había en las localidades vecinas a las mías un numeroso grupo de adolescentes francesas, en compañía de su profesora, y me dieron la noche. Llegaron todas a la vez (serían unas 60) y justo cuando tenía que empezar la representación, lo que dio lugar a que se tuviera que retrasar el comienzo de la misma. El comportamiento de las jovencitas fue inenarrable. Las cuatro que estaban en las butacas de delante no encontraban postura para dormir cómodamente y únicamente levantaron la cabeza, cuando se dieron cuenta que las huríes del segundo acto de Aida se dedicaban a desnudar a los eunucos del harén. Acabó la representación con nada menos que 8 de ellas tumbadas, lo que facilitó mucho la visión de los de nuestra fila, si no hubiera sido por los movimientos permanentes de las jóvenes durmientes buscando una postura mejor como medio para un mundo mejor.

Esta producción de Aida se debe a Pet Halmen, poco conocido en nuestro país, y del que había tenido ocasión de ver algunos trabajos en los últimos años en el Capitole de Toulouse. Se trata de un director de escena moderno, con todo lo que eso significa, especialmente en cuanto a afán de protagonismo. Esta Aida se desarrolla en un escenario único, que parece ser el Museo de El Cairo, donde las figuras toman vida por la noche. Por el museo anda un personaje tomando notas, que no puede ser otro que Giuseppe Verdi, siendo la escena del triunfo un espectáculo que ofrece el museo para los turistas, que aparecen ataviados con trajes de fines del XIX. La escenografía, vestuario e iluminación son de Pet Halmen y resulta un trabajo en cierto modo atractivo desde un punto de vista estético, pero que naufraga por la falta de dirección de escena. Ya se sabe que en este tipo de teatros de repertorio los ensayos no existen, salvo en los estrenos y en algunas otras ocasiones muy señaladas. El estreno tuvo lugar hace 18 años y la última ocasión señalada fue el año 2009, cuando Daniel Barenboim decidió tomar las riendas de la dirección de esta ópera, como preparación para la que ofreció unos meses más tarde en La Scala. La producción resulta monótona y aburrida.

El británico Leo Hussain fue el encargado de la dirección musical y sus inicios fueron espectaculares, con un preludio donde hizo sonar a la Staatskapelle Berlín en un pianísimo espectacular. Pronto todo fue por derroteros de pura rutina y la lectura musical no tuvo mayor interés. Correcta y eficaz y no mucho más. Me resultó sorprendente la floja prestación del Staatsopernchor, especialmente en la sección masculina.

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Como Aida estuvo anunciada Oksana Dyka, pero canceló, siendo sustituida por la americana Kristin Lewis, a quien algunos de mis lectores recordarán como Micaela en Bilbao hace 4 años, en un reparto de jóvenes. Posteriormente, fue también en Bilbao la Medora de Il Corsaro. Su Aida ha estado bien, un tanto superficial y buscando sonidos efectista. La voz no es muy atractiva y no está sobrada por abajo, siendo lo más positivo el hecho de que sabe filar, lo que hace con cierto exceso. No fue una Aida para el recuerdo, pero cumplió bien.

Marco Berti es un tenor a la vieja usanza, de esos que salen al escenario, se plantan allí, sueltan las notas y se van. Le he visto varias veces su interpretación de Radamés y siempre es lo mismo. La voz tiene importancia y está bien emitida, pero no hay manera de que vaya a cualquier nota alta que no sea en forte o fortíssimo. Su CelesteAida me dejo tan frío como si estuviera en el exterior (- 3 º). Escénicamente, no merece ningún comentario positivo.

La actuación más completa de la noche la ofreció la mezzo soprano rusa Ekaterina Sementchuk en la parte de Amneris. Su instrumento no es especialmente poderoso ni bello, pero es una notable artista y sabe usar su voz y transmitir alguna emoción a los espectadores.

Franco Vassallo tampoco tuvo mucho interés como Amonasro. Como siempre, lo mejor de este barítono son sus notas altas, pero éstas no abundan en el personaje y no pasó de la mediocridad.

El bajo polaco Rafal Siwek fue un Ramfis bastante basto. Tobias Schabel ofreció una voz de poca calidad en el Rey, pero fue al único que se entendía lo que cantaba. Adecuada la Sacerdotisa de la joven Maraike Schröter y pasable el Mensajero de Kyungho Kim, que no pareció quedar muy satisfecho de su intervención, ya que decidió suicidarse al terminar la misma, siguiendo las instrucciones del señor Halmen.

El teatro ofrecía una entrada de alrededor del 90 % del aforo. El público aplaudió con fuerza, como ocurre siempre en Alemania con la ópera italiana, habiendo bravos para Kristin Lewis, Ekaterina Sementchuk y Marco Berti. En los aplausos finales participaron con entusiasmo las 8 jóvenes durmientes, encantadas de salir del teatro. La representación comenzó con 7 minutos de retraso por las razones apuntadas más arriba y tuvo una duración total de 2 horas y 53 minutos, incluyendo un único intermedio. La duración puramente musical fue de 2 horas y 23 minutos. Los aplausos finales se prolongaron durante 6 minutos. El precio de la localidad más cara era de 68 euros, habiendo butacas de platea desde 39 euros en las filas de atrás. La entrada más barata costaba 22 euros, Aquí parece que sí esta la ópera al alcance de todos. Jose M. Irurzun

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