Anja Silja: la soprano que nunca dijo adiós
A los 85 años, Anja Silja no solo es una leyenda viva del canto lírico, es un fenómeno irrepetible. Su historia no se puede contar como la de cualquier cantante de ópera, porque comenzó demasiado pronto, deslumbró demasiado joven y, contra todo pronóstico, no desapareció cuando muchos pensaron que lo haría. Lejos de ser una estrella fugaz, su carrera se extendió como una constelación que sigue brillando incluso cuando parece que ha dejado de emitir luz. En una reciente entrevista en la revista en línea alemán Concerti, la soprano realizaba un perfil en torno a su carrera artística.

Anja Silja
La soprano Anja Silja tenía apenas 15 años cuando dio su primer recital. A los 19, ya había conquistado Bayreuth, el santuario wagneriano por excelencia, interpretando a Senta en El holandés errante bajo la dirección escénica de Wieland Wagner, nieto del compositor. Aquello fue más que un debut: fue el comienzo de una alianza artística que marcaría la ópera alemana de la posguerra.
“La mayoría de las mujeres en Wagner tienen entre 17 y 21 años, pero hoy sus papeles se asignan a voces adultas por la dificultad técnica. Yo encajaba en el ideal de la época, por edad y por físico”, recuerda Silja. Aquella imagen de una joven intérprete capaz de sostener una obra monumental, tanto en lo vocal como en lo escénico, fue revolucionaria. Y aún lo es.
Lo sorprendente es que la soprano alemana no comenzó su carrera cantando a Wagner. Sus primeros pasos fueron en el repertorio ligero, con papeles como Rosina, Micaëla o incluso la difícil Zerbinetta de Strauss. Pero su afinidad emocional y artística con el universo wagneriano se impuso desde temprano, en parte gracias a la influencia de su abuelo, quien la introdujo en ese repertorio en su niñez.
“Si un niño de seis años ya comprende, aunque sea parcialmente, los mecanismos del canto, es porque hay un talento natural”, afirma. Ese talento fue modelado en una época en la que el teatro lírico aún valoraba el rigor, la presencia escénica y la conexión emocional más allá del virtuosismo técnico.
Durante los años 60, su colaboración con Wieland Wagner la convirtió en una figura clave del renacimiento escénico de Bayreuth. Juntos firmaron más de treinta producciones. “Aprendí a no actuar por instinto, sino por escucha. La escena no es una acumulación de gestos, sino un diálogo constante con el otro”, dice. Aquel aprendizaje marcó su concepción del teatro y aún hoy la lleva a cuestionar las tendencias del llamado Regietheater contemporáneo.

Anja Silja en Bayreuth
“No sé qué significa eso de ‘teatro de dirección’. Hoy se presta demasiada atención al decorado y muy poca al texto y a la música. Se olvida que el teatro debe contar algo esencial, no solo provocar o imitar la vida diaria”, critica con claridad. En tiempos donde lo visual prima sobre lo simbólico, Silja defiende una forma de arte que no ha perdido su sentido de profundidad.
Ya en su madurez artística, Silja se volcó con pasión a otro compositor poco explorado en su juventud: Leoš Janáček. Su interpretación de la Küsterin en Jenůfa fue una revelación que transformó el modo en que se entendía al personaje, tradicionalmente visto como cruel. Silja la convirtió en una figura trágica, compleja y humana. Fue el inicio de una segunda gran etapa creativa.
Pero fue Emilia Marty, la protagonista de La cuestión Makropulos, quien encarnó con más fuerza el destino y el pensamiento de Silja. Una mujer que ha vivido demasiado, que ha perdido el sentido del tiempo y del deseo, y que finalmente comprende que la vida solo tiene valor porque es finita. “Ella ya no quiere oír que es hermosa o joven, porque sabe que eso ya no es verdad”, reflexiona Silja. Solo alguien que ha vivido y sentido intensamente puede decirlo así.
A pesar de haber estado activa en los escenarios hasta bien entrada en los 80, Silja nunca organizó una despedida pública. Para ella, la retirada debía ser silenciosa, íntima, natural. “Sabía cuál sería mi última Emilia Marty, pero no lo dije a nadie. Los actos de despedida se convierten en un circo de nostalgias. Birgit Nilsson tenía razón cuando dijo: ‘Solo un criminal vuelve al lugar del crimen’”.
Con esa lucidez afilada, Silja se mantiene fiel a sí misma: crítica, reflexiva, apasionada. No busca homenajes ni quiere inscribirse en la memoria colectiva a través del espectáculo. Su legado no está en una gala final, sino en la honestidad con la que ha recorrido cada etapa de su carrera, y en su firme negativa a dejar de ser artista aunque haya dejado de cantar.
https://www.youtube.com/watch?v=QeqHN08kb0Y
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