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Por Publicado el: 15/11/2015Categorías: Crítica

Arrollador Andris Nelsons en Ibermúsica

ARROLLADOR NELSONS

 Ibermúsica – Orquesta del Festival de Lucerna

MOZARY: Sinfonía nº 36 “Linz”. MAHLER: Sinfonía nº 5. Orquesta del Festival de Lucerna. Dir.: Andris Nelsons. Auditorio Nacional de Música, Madrid, 13 de noviembre de 2015.

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Es difícil ponerse a escribir de un concierto, aunque fuera extraordinario, pensando que a la misma hora del evento se estaban produciendo los aterradores sucesos de París. En fin, vaya esta crónica de un formidable suceso musical como humilde homenaje a quienes han perdido la vida en la capital francesa.

He anotado “extraordinario”. Lo fue sólo por una obra, la magna (y sorprendente, casi disparatada) “Sinfonía nº 5” de Gustav Mahler, en una traducción de ‘templi’ amplios (74 minutos) y suntuosidad sonora deslumbrante. Andriss Nelsons, 36 años (Riga, 1978), titular de la Sinfónica de Boston desde 2014 –con la que abrumó este año en los “Proms” londinenses- y recién designado responsable de la Gewandhaus de Leipzig, candidato hasta la recta final para la titularidad de la Filarmónica de Berlìn, es una figura que en apenas tres años se ha encaramado a lo más alto de la clasificación de la dirección musical. Su estilo recuerda al de su gran mentor, el también letón Maris Jansons, pero en muchos instantes tiene gestos de un Karajan –al que por edad difícilmente pudo ver en vivo-, y comparte con este la capacidad de hipnosis de los músicos, pendientes del maestro hasta el detallismo. Se puede, sí, oír alguna “Quinta” mahleriana superior en concepto, pero difícilmente mejor tocada. El conjunto creado por Claudio Abbado en Lucerna, concatenación de instrumentistas de no menos de 28 orquestas, y en cuya sección de cuerdas figuran, casi al completo, los Cuartetos Hagen y de Leipzig, es una formación mayestática, apabullante y compacta en su sonido, que en manos de Nelsons puede ir desde lo atronador hasta el susurro. El artista conoce y domina perfectamente los resortes y entresijos de la composición de Mahler, sus centros de gravedad y sus a veces insalvables curvas de intensidad. Es casi imposible soñar con un Scherzo, el amplio tiempo central, el más extenso de la pieza, desgranado con más puntillismo, ironía y exactitud rítmica. Sólo un remoto lunar se puede poner al trabajo de Nelsons, la excesiva delectación del célebre Adagietto, primorosamente expuesto, pero en exceso deliberado en el ‘tempo’.

La excelente primera parte del concierto, la “Sinfonía 36” de Mozart, refinadamente traducida al viejo estilo de los Kubelik, Böhm (¡o Karajan!”). quedó desvaída ante la arrolladora tormenta sónica de la segunda parte. En resumen, en una noche triste, aciaga, se pudo oír a una fabulosa orquesta y a un inmenso director, que tiene el mundo a sus pies. José Luis Pérez de Arteaga

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