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Por Publicado el: 08/11/2018Categorías: Colaboraciones

¡Bienvenido, señor Ministerio!

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Palau de Les Arts

La entrada del ministerio de Cultura en el Patronato del Palau de les Arts puede tener una repercusión de enorme calado. No solo por lo que supone de oxígeno financiero en un momento en el que por el Cauce del Turia las arcas no andan precisamente boyantes, sino sobre todo por representar ¡por fin! la normalización de las conflictivas relaciones institucionales entre el Gobierno central y la Generalitat en el ámbito complicado de la cultura. También por añadir una voz foránea que sin duda pluralizará y aliviará el talante endogámico y provinciano que desde su inauguración en octubre de 2005 ha marcado la gestión política del que, en cualquier caso y a pesar de tantos desatinos e intromisiones, se ha erigido en buque insignia de la cultura en la Comunitat Valenciana.

Cuando en pleno hervor financiero se inauguró el Palau de les Arts, eran tiempos de dispendio y de nuevos ricos. Abundaban por València los “tontos del lugar que se creyeron golondrinas y se echaron a volar” (Luisa Fernanda). En esa falsa atmósfera de aparente bonanza económica,  a los responsables políticos de la Generalitat –con Francisco Camps a la cabeza- les importaba un bledo la involucración del Ministerio. Ni necesitaban su dinero –pensaban- y menos aún estaban dispuestos a que Madrid metiera mano en su proyecto estrella, en su particular “joya de la corona”.

A pesar de que ambas administraciones estaban regidas por el Partido Popular y de que en Madrid existía la mejor disposición para entrar en el Patronato del Palau de les Arts, el Ministerio -con más razón que un santo- exigía estar representado con plenos poderes en el órgano rector de la ópera valenciana, algo a lo que nunca estuvieron dispuestos los sucesivos ¿responsables? políticos autonómicos, que se consideraban dueños y señores de su coto vedado.

Abrumadas por un cargo que a todas luces les venía grande, las sucesivas conselleras que ha sufrido el Palau de les Arts –Lola Johnson, Trini Miró y María José Català; las tres casi han santificado la labor de su predecesor, Alejandro Font de Mora- se sintieron las reinas del mambo. Quizá por ello, de puertas para adentro nunca quisieron oír hablar de Madrid, de que el “Señor Ministerio meta sus narices en nuestro Palau de les Arts”, como escuchó en cierta ocasión el autor de estas líneas a una de las conselleras de esta pintoresca trinidad pepera. Ninguna podía admitir que, como ocurre en el Teatro Real, el Liceu o el Maestranza, el Ministerio de Cultura se sentara con voz y voto en un Patronato entonces absolutamente politizado, en el que ni la profesora de una academia privada de baile, ni la presentadora de televisión ni la abogada-alcaldesa (de Torrent) estaban dispuestas a tolerar voces ajenas. Aunque fuesen del propio partido.

 La politización de la gestión cultural ha sido el cáncer del Palau de les Arts desde sus comienzos. La intromisión partidista ha sido total y fatal. Paradójicamente, el momento en el que más cerca estuvo de ser bienvenido el “Señor Ministerio” fue con la llegada del socialista José Luis Rodríguez Zapatero, con César Antonio Molina primero y luego con Ángeles González-Sinde como ministros de cultura. Incluso, ante la negativa a incorporarse al Patronato, el Ministerio de González-Sinde estuvo dispuesto hasta a financiar proyectos concretos, que nunca llegaron a materializarse.

Ahora, finalmente, tras tantos años de desencuentros y desvaríos, el Ministerio se incorpora al Patronato, lo que supone una ventana de aire fresco en el hasta ahora claustrofóbico Palau de les Arts. También un enriquecedor instrumento de control y aportación de ideas y visiones. Habrá que ver en qué medida se concreta este vínculo imprescindible con el “Señor Ministerio”: financieramente y de responsabilidad decisoria en un Patronato que nunca como ahora había estado tan despolitizado. Justo Romero

Publicado en Diario Levante el 7 de noviembre

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