Crítica: Exorcizar el dolor. Afkham dirige a la OCNE obras de Mendelssohn, Schönberg y Shostakóvich
Exorcizar el dolor
Obras de Mendelssohn, Schönberg y Shostakóvich. Antoine Tamestit, viola. Christian Miedl, narrador. Coro de la Comunidad de Madrid. Orquesta y Coro Nacionales de España. Dirección musical: David Afkham. Ciclo Sinfónico 13 de la OCNE 24/25. Sala Sinfónica. 2 de febrero

Fakham dirige a la OCNE obras de Mendelssohn, Schönberg y Shostakóvich
Valiente propuesta la que puso en pie sobre el escenario la OCNE, dentro de su línea programática “Guerra y libertad”. En esta ocasión se trataba de crear una instantánea certera sobre la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias morales, conectando una serie de obras que no atienden a los mismos patrones estéticos pero que, situadas en la forma en la que se hizo, comparten discurso antibelicista.
Arrancaba la hermosa música coral de Mendelssohn, el Salmo 114, op. 51 tan lleno de Bach, de su sentido de la belleza y de su búsqueda de trascendencia. Un coro de ochenta voces (una mezcla entre el de la Comunidad de Madrid y el Nacional) mantuvo el pulso emocional, con algunos momentos especialmente conseguidos, como la expresiva entrada a capella en Was war dir, du Meer.
La capacidad de Mendelssohn para elevar el significado último del discurso se multiplica en su música coral, donde parece desaparecer la particular distancia que establece en otras obras. Desde esa hondura, la mezcla de agrupaciones se hizo sin apenas fisuras, con especial trabajo en las dinámicas de los compases finales, el Singet dem Herrn in Ewigkeit.
El vínculo con la siguiente de las obras, Un superviviente de Varsovia, op. 46 de Schönberg, era más fuerte que la mera prohibición de la música de Mendelssohn en la época nazi. Funcionaba en base a las palabras interconectadas entre ambas obras, al choque entre la esperanza y el derrumbe. La forma de afrontar la transición —en attacca, sin pausa entre ambas— fue tan ruda como efectiva.
El golpe seco de la guerra se adueñó de la atmósfera en la declamación de Schönberg, que no buscaba la belleza sino ese lenguaje incómodo que es capaz de reflejar mejor un dolor de este calado. Christian Miedl, el narrador, puso la humanidad en el recitado y Afkham las aristas para el espectáculo de desolación final del coro masculino. Sonido sin concesiones, sin edulcoramientos de ningún tipo y alejado de la necesidad de articulaciones extremas de otras batutas a la hora de representar la música del genio austriaco.
La segunda parte completaba la imagen de la barbarie con una versión descarnada de la Sinfonía núm. 8 en Do menor, op. 65 de Shostakóvich. Ya desde ese principio escalofriante se entendía que la lectura de Afkham no partía de la crispación sino de un progresivo crecimiento de la tensión a lo largo de todo el Adagio hasta que cristalizaba en un Allegro non troppo de dinámicas extremas. La planificación del director alemán cobró todo su sentido durante el segundo movimiento, con el juego de diálogos y balances entre flautas/oboes y violines, o flautín y fagot.
Tristemente hermoso el solo del corno inglés de José María Ferrero de la Asunción. A esas alturas ya era difícil discernir si ese tercer y cuarto movimientos provienen del sarcasmo propio de Shostakóvich o de su lado más siniestro que subrayan chelos y trombones. Desde aquí hasta el morendo final, Afkham fue oscureciendo cada vez más el sonido hasta conseguir unos últimos compases que resumían todo el absurdo de la guerra. En definitiva, un concierto duro, complejo, necesario para encontrar el ansiado equilibrio entre exorcizar el dolor y olvidar.
Últimos comentarios