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Por Publicado el: 03/07/2019Categorías: En vivo

Crítica: Barenboim en Sevilla, en el nombre del padre

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Barenboim dirige la Orquesta West Eastern Divan

ORQUESTA DEL DIVAN (D. BARENBOIM)

En el nombre del padre

ORQUESTA DEL DIVAN. Solista: Michael Barenboim (violín). Director: Daniel Barenboim, Obras de Beethoven (Concierto para violín y orquesta. Séptima sinfonía). Sevilla. Teatro Maestranza, 30 junio 2019.

Ocurre con frecuencia: que hijos músicos de grandes músicos heredan el apellido, los contactos y hasta los agentes, pero no el talento. Es así que, en el nombre del padre y con su prestigio y apoyos hacen carreras de puertas abiertas que en absoluto se corresponden con sus méritos artísticos o técnicos. Algo que se sabe bien en el Teatro Maestranza, donde precisamente el domingo actúo el violinista Michael Barenboim (París, 1985) bajo la dirección de su padre, el gran Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942). En los atriles, dos páginas beethovenianas tan geniales y archiconocidas como el Concierto para violín y la Séptima sinfonía.

Asombró, en el Concierto para violín, que el acompañamiento rico, imaginativo, meticuloso, cargado de luces y registros, de sugestiones y de preciosismos, servido por Barenboim padre no encontrara en Barenboim hijo más implicación que una versión borrosa técnicamente y rácana de vuelo lírico. Más inerte que los gases nobles, y que alcanzó la molicie en el en otras ocasiones emotivo y conmovedor Larghetto central. El contraste con el acompañamiento brindado por la magistral batuta no hizo sino pronunciar la inocua expresividad del solista, quien tocó extensas cadencias propias –omitidas en el programa de mano- que divagaban y se alejaron del discurso beethoveniano hasta acercarse a los Cerros de Úbeda.

El peso, la fuerza y el afecto que despierta el apellido del hijo (quien además, es nieto de Dmitri Bashkirov: su madre es la pianista Elena Bashkirova) provocó que el Teatro Maestranza -repletó de un público cargado de políticos de todos los colores y de los vips sevillanos de toda la vida- se lanzara a aplaudir y vitorear al solista con ingenuo y ligero entusiasmo, que ya había arreciado a destiempo al final del primer movimiento. MB respondió a tanto entusiasmo con el regalo del allegro assai final de la Sonata en do Mayor, BWV 1005 de Bach.

Barenboim padre, que en la primera parte del programa había revelado estar en día de gracia con un vivificante entusiasmo musical, pleno de impulso, energía y vitalidad, coronó en la segunda una versión cargada de matices y estilo  de la Séptima sinfonía. Fresca, natural y limpia de cualquier afectación o impostación. Encauzó el pentagrama y lo dejó respirar y fluir casi por sí mismo. Subrayó detalles y sugirió destellos, y dejó tocar a los músicos jóvenes y variopintos de una Orquesta West-Eastern Divan cuyos integrantes se sentían partícipes y protagonistas del gran festín beethoveniano al que invitaba la batuta. Nada del Beethoven pesado y antiguo que han señalado algunos. DB regaló puro Beethoven. Atemporal y eterno, Ligero y pesado. Dramático y radiante. Oscuro y luminoso.

La Orquesta del Divan no es, en absoluto, un conjunto sobresaliente. Sus carencias asomaron particularmente en una sección de trompas que -al menos el domingo- no tuvo su mejor día. El propio DB no disimuló en algunos momentos su enojo con evidentes aspavientos de desagrado. Pero cuando es dirigida por un artista de la maestría, saberes y temperamento de Daniel Barenboim, puede mostrarse lo suficientemente competente como para hacer disfrutar, contagiar y emocionar con la rotunda verdad de la música.

El éxito, al final, fue “clamoroso”, que escribiría un crítico de la vieja escuela. Excesivo y hasta forzado: DB, en plan violetera, se puso a repartir atril por atril a cada una de las profesoras de la orquesta las flores de un voluminoso ramo que le habían regalado. Una ceremonia interminable y hasta tediosa que supuso un verdadero anticlímax al inolvidable Beethoven que se acababa de sentir.

PS: convendría que alguien dijera al concertino, a su ayuda, al solista de violonchelo y a su ayuda que dejen los piececitos tranquilos cuando tocan: más que marcar el compás, marean y distraen al espectador atento. Que sean músicos menos bailongos y atiendan más al ritmo que marca la batuta que no al de sus pies. ¡Son jóvenes y están bien a tiempo de aprender algo tan elemental en un músico de orquesta! Justo Romero

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