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Por Publicado el: 02/10/2022Categorías: En vivo

Crítica: La Cantata ‘Juan Sebastián Elcano’ en el V Centenario de la primera vuelta al mundo

Evocación musical de una gran gesta

Gabriel Loidi: Cantata “Juan Sebastián Elcano”. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Solistas del Coro. Narrador: Martín Llade. Director: José Miguel Pérez Sierra. Auditorio Nacional, Madrid, 29 de septiembre de 2022.

jose miguel perez sierra osm cantata elcano

José Miguel Pérez-Sierra dirige la Sinfónica de Madrid en la interpretación de la Cantata ‘Juan Sebastián Elcano’ de Loidi

Hace cuatro temporadas pudimos conocer de primera mano las capacidades constructivas y la libre inspiración del compositor vasco Gabriel Loidi (1967) escuchando su cantata “Euskal Baleazaleak”, una historia de balleneros. En ella pudimos apreciar su habilidad para manejar temas, ritmos, ecos, resonancias de su tierra y su destreza a la hora de transformarlos y aderezarlos a partir de una técnica y un conocimiento indudables que le permite reconducir, enriquecer y proyectar el tejido hacia nuevos estratos en busca siempre de una directa expresividad a través de un lenguaje en el que, afirmábamos en aquella oportunidad, juegan aparentemente lo tonal o politonal y lo modal, conjugados hábilmente con un notable sentido del ritmo y de la armonía más inteligible y resolutiva.

Son rasgos que concurren también en esta nueva composición, estrenada ahora en este concierto conmemorativo del V Centenario de la primera vuelta al mundo de Magallanes y Elcano. La obra se había presentado ya en su versión camerística en 2018. Con el ropaje sinfónico los pentagramas ganan, lógicamente, en amplitud, densidad y significación. Loidi se mueve en estos terrenos como pez en el agua, y nunca mejor dicho. Tiene excelente mano para tratar los grandes conjuntos, trazar sus líneas maestras y jugar con las dinámicas, y para establecer una irisada distribución de los timbres.

La obra, sobre texto de Martín Llade, toma por momentos el relieve de una gesta cinematográfica, llena de contrastes, de idas y venidas, de alternancias, de momentos de esplendor y de instantes de gran recogimiento con, en palabras del propio compositor, “la ambición de contar y hacer sentir lo contado en la propia piel, de hacer que el oyente viva la despedida, la espera, la desconfianza, la traición, el miedo, el hambre, la muerte, la persecución, el regreso, la victoria”.

Todo ello quiere ser recogido en una música bien labrada, de lenguaje muy comprensible, si se quiere ecléctico, llena de contrastes y de golpes de efecto, dicho esto sin ningún matiz peyorativo. Ya desde el coro inicial, “Stella Maris” (en latín), tras el potente Preludio con las trompas como protagonistas, entramos en la agitada narración, que nos sitúa en un mundo sonoro próximo al de “La Atlántida” de Manuel de Falla. No faltan las oleadas líricas de buen cuño. Con el VI número, “Rebelión”, entramos en terrenos tempestuosos. Y seguimos los contratiempos en la “Muerte de Mendoza”. Y siempre con acusada presencia de trombones y tuba.

Las intervenciones del narrador vienen servidas frecuentemente con el discreto apoyo de la marimba. Ágiles cabalgadas en la “Batalla de Cebú”, imitaciones, acordes majestuosos, aires fúnebres, pasajes casi ascéticos, danzas varias, entre ellas un zortziko (“Jaiki mutilak!”), danzas exóticas (“Coco, coco, coco”, con un virtuoso tratamiento del coro)… En el capítulo XVII, “Hambre y llamas”, creemos escuchar pasajes stravinskianos. Luego, lamentos (“Procesión”, momento más bien grandilocuente), dulces cantos (“María de Vidaurreta”), ascetismo (“Oración”). Todo concluye con un lírico “Gure Aita” (“Padre nuestro!) en el mayor de los recogimientos.

Hay distintos niveles narrativos: el del propio recitador, el de Vidaurreta, que es quien cuenta la historia; el de los distintos personajes (con breves intervenciones), el del Coro. No era fácil seguir la peripecia en todos sus extremos y el programa de mano ayudaba poco para ello. Pero hay que aplaudir la labor de los intérpretes. En primer lugar la del director José Miguel Pérez Sierra, amplio de gesto, claro de indicaciones, de batuta contagiosa, capaz de aunar voluntades y desentrañar pasajes a veces intrincados (aunque pudiera no parecerlo).

A sus órdenes todo pareció funcionar. El Coro, casi siempre bien empastado, de afinación segura, respondió bien, algo nada fácil en composición tan comprometida. Lo mismo que la voluntariosa Orquesta Sinfónica, de brillos matizados y “tutti” fogosos. Martín Llade ofreció su buena dicción y su expresividad con una lectura cuajada de reguladores, pero no siempre se le oyó con claridad en la enunciación de las oraciones; y menos cuando, además de la marimba, tenía a otros instrumentos bajo su recitado. Aplausos para los esforzados miembros del Coro en sus breves intervenciones solistas. En particular para el tenor David Romero (Cartagena), de buen agudo, el bajo Elier Muñoz (Magallanes) y, sobre todo, para Legypsi Álvarez (María, viuda de Vidaurreta), de voz clara y luminosa, todo un hallazgo.

Al concierto asistieron altos cargos de la Marina Española, con el Almirante Jefe Mayor de la Armada, Antonio Martorell, al frente. Buena entrada sin llegar al lleno y gran éxito. Arturo Reverter

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