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Por Publicado el: 20/03/2018Categorías: En vivo

Crítica: Heras-Casado y la ORTVE, emotivo homenaje

Obra de G. Mahler. Orquesta Sinfónica de la RTVE. Pablo Heras-Casado, dirección. Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial, Madrid. 16-III-2018.

Mario Muñoz Carrasco. El silencio es una arma poderosísima, y más cuando se blande en un auditorio. Aquellos largos segundos finales sin sonido alguno de la Novena sinfonía de Mahler que Abbado convocó hace unos años en Madrid con la Orquesta del Festival de Lucerna son un buen ejemplo. En otro sentido, pero igualmente emotivo, fue el minuto de silencio que Heras-Casado, micrófono en mano, solicitó al público por la desaparición del maestro Jesús López Cobos hace apenas unos días. Tras ello se inició la habitualmente quimérica construcción de uno de los edificios mahlerianos más complicados, la Sexta sinfonía. El problema ha sido el mismo desde su estreno: cómo manejar tanta tímbrica efímera y clímax sucesivos intentando no perder de vista la dramaturgia interna que sin duda la anima.

En líneas generales, Heras-Casado no optó por el enfoque romántico sino por el más analítico de la gestión de las intensidades, sin por ello obviar el lirismo mórbido del primer movimiento, ese en el que Alma parece estar tan presente. La luz y el misterio del lago Wörthersee aparecieron en un Scherzo tan bien enunciado y equilibrado en los planos sonoros que a la orquesta le costó buena parte del Andante moderato recuperar idéntico nivel. Tampoco hay una solución más elegante a las arenas movedizas que suponen estos dos movimientos juntos, planteados desde gramáticas expresivas tan distantes que no hay mixtura posible. Las ampliadas trompas y trompetas de la orquesta, esenciales en la estructura central de la obra, supieron respirar sin fisuras.

El director granadino manejó bien el riesgo de la conclusión diseminada a través de los compases del Finale de la sinfonía, donde se corre el peligro de acercarse más a la banda rural que al ensemble de metales. La ORTVE respondió con precisión y apenas desajustes en esa última selva sonora. El Destino siempre ha sido un personaje afortunado en su traslado a lo musical, desde Eurípides hasta Beethoven. En este caso no podía ser menos, y la aparición del martillo que da vida y concreción a su victoria sobre el hombre fue preparada con brillantez. En los últimos instantes de la obra la orquesta alcanzo uno de los mejores niveles de la temporada al proyectar con todos sus matices esa esperanza desnutrida con la que finaliza la obra.

El público ovacionó largamente interpretación, mensaje y homenaje. Es difícil imaginar una obra que se acomode mejor al momento, donde “lo bello y lo triste” –como diría Kawabata– presenten tan dignamente sus respetos a López Cobos.

 

 

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