Crítica: La niñez que nunca falla… Los Niños Cantores de Viena en el Auditorio Nacional
La niñez que nunca falla…
Obras de J. Strauss II, Schumann, Mendelssohn, Brahms y otros. Niños Cantores de Viena. Dirección musical y piano: Andy Icochea. Temporada de Ibermúsica 24/25. Concierto Extraordinario 3. Sala Sinfónica. 8 de marzo.

Los Niños Cantores de Viena
Muy distinto era el público de la sesión matinal de sábado en el Auditorio Nacional, con una edad media notablemente rebajada a cuenta de la cantidad de niñas y niños que asistieron acompañados de sus familias a la nueva visita de los Niños Cantores de Viena. Ambiente, pues, más relajado para un concierto que, en palabras del director musical, Andy Icochea, era un homenaje al Día de la Mujer.
En realidad, los Niños Cantores, con cerca de cien integrantes, actúan y giran en cuatro formaciones distintas. La que se presentó en Madrid era el denominado Coro Schubert, conformado por niños de varias nacionalidades, entre otras japonesa, ucraniana, checa, húngara y un largo etcétera. El programa giraba en torno al 200 aniversario del nacimiento de Johann Baptist Strauss II, coloquialmente Johann Strauss hijo, del que se interpretaron cuatro piezas. El resto del repertorio se nutría de obras del periodo romántico vienés, algunas canciones populares internacionales y no pocos guiños cinematográficos arreglados para las características del coro.
El arranque con el Kaiserwalzer, op. 437 de 1889, uno de los valses más famosos, servía para subrayar ese vínculo con lo popular —con ecos de la música klezmer— en una pieza donde el juego de empastes se percibía sin los riestos del repertorio posterior. Es cierto que en su versión con piano pierde parte de su poder evocador y de los juegos dinámicos de la visión orquestal, pero demostró la limpieza de los ataques agudos y la facilidad para jugar con las notas pedales de parte del coro.
La escritura polifónica alcanzó mayores cotas de belleza en las obras adaptadas del Elías de Mendelssohn y con los juegos armónicos de Brahms. El momento más interesante de la primera parte estuvo en el magnífico arreglo de Oliver Gies de la pieza de Schubert Erlkönig, op. 1, D. 328, que jugaba a los acompañamientos vocales en modo percusivo y un buen número de contratiempos y desplazamientos rítmicos.
Para la segunda parte quedó la visión más amable del repertorio, con canciones tradicionales internacionales, una muy aplaudida habanera (La Paloma, de Yradier), música de las películas de Mary Poppins, Barbie y La sirenita, y el sempiterno Danubio Azul, músicas que despertaron rápidamente la complicidad del público sin rebajar calidades gracias a los cuidados arreglos.
La primera propina, un déjà vu de hace algo más de dos meses, fue la versión con palmas de la Radetzky-Marsch. Ya en pleno ambiente festivo, los miembros del Coro se fueron sumando al mundo popular y subiéndose a la imaginaria tela de la araña de los elefantes que se balanceaban al frente del escenario, hasta acabar todos por el suelo cuando los 22 miembros se balancearon a la vez. Un concierto, en resumen, que ofrece sonrisas y buena tradición de canto. No hay por qué pedir otra cosa.
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