Crítica: Con la Orquesta Nacional de España, variado y sustancioso paisaje
Con la Orquesta Nacional de España, variado y sustancioso paisaje
Orquesta Nacional de España. Obras de Esplá, Martin y Dvorák. Director Jordi Francés. Madrid, Auditorio Nacional, 30 de mayo de 2025.

Orquesta Nacional de España
No recordamos a Jordi Francés en el podio de la Orquesta Nacional de España dentro de la programación del Ciclo Sinfónico. Bienvenido sea. Es un maestro estudioso, trabajador, muy volcado hacia la música contemporánea -ha estrenado un buen puñado de obras-, que nos ha ofrecido un suculento programa con dos partituras del siglo XX poco conocidas y una del XIX, ya un auténtico clásico. Ha sabido en líneas generales aclimatar la interpretación a lo que pedían las distintas estéticas.
Así, ha logrado otorgar la adecuada pátina tímbrica a la sensual y hasta cierto punto impresionista, impregnada de aromas finamente debussystas, El jardín de Eros de Oscar Esplá (1913), inspirada en un poema de Gabriel Miró, envuelta en un colorido nocturno y rendida “a la oscuridad, la temperatura y los olores de la noche”, como describe de manera muy elegante la investigadora postdoctoral Carmen Noheda en sus notas al programa. Francés supo dotar a la página de la pátina adecuada y delinear con claridad ese tema alicantino referido a la aurora manteniendo bien el pulso y jugando con las delicadas dinámicas.
Los siete instrumentistas de la Nacional -Sotorres, flauta, Anchel, oboe, Balaguer, clarinete, Jorge, trompa, Delgado, trompeta, Matamoros, trombón y Abargues, fagot (este último homenajeado con ocasión de su próxima jubilación)- tocaron impecablemente animados por la batuta de Francés y por la buena disposición del conjunto el Concierto para siete instrumentos de viento, timbales, percusión y cuerda de Frank Martin, composición de 1949. Música clara, bien armada, de extracción lejanamente serial, en una suerte de precipitado en el que siempre subsiste la tensión lírica a lo largo de un discurso aparentemente arcaizante, como describía en su momento Gentilucci.
La perfecta ordenación de elementos, la claridad diamantina, próxima a la de Ravel, el movimiento continuo, la esbeltez “bachiana” del “Adagietto-Misterioso ed elegante”, animan una obra que progresa casi matemáticamente y que en este caso tuvo una excelente interpretación a cargo de los citados solistas, bien acompañados por el “tutti” e impulsados por la inquieta batuta de Francés, un hombre que no para quieto en el podio y que mantiene una continua agitación, circulando de un lado a otro, agachándose, elevándose y tratando de contagiar al conjunto, algo que consigue casi siempre.
El continuo trajín nos proporcionó, con la excelente colaboración de los músicos, una animada, vitalista, vigorosa, algo externa interpretación de la Sinfonía nº 8 de Dvorák, cuya frase coral de apertura fue expuesta con fortuna y un pulso que se mantuvo a lo largo de la interpretación, con ataques generalmente precisos, diseños rítmicos acertados y contrastes bien marcados. La característica cantilena fue expuesta vivamente. El “Adagio”, pura música de cámara, un prodigio de finura instrumental, “uno de los más considerables logros de la literatura sinfónica”, según Alec Robertson, pudo haber tenido en este caso una sonoridad más depurada.
En el “Scherzo”, un movimiento ligero, con un perfil mendelssohniano y ciertos toques brahmsianos, esperábamos una mayor finura. Pero el aire de danza estuvo bien marcado, ayudado por el vaivén del director, desde el principio, con un cierre -siempre sorprendente- bien rematado en un suspiro.
El popurri que es el “Finale”, “Adagio ma non troppo”, donde se acumulan las ideas, fue generalmente expuesto con tino, aunque, y eso se puede decir de otros momentos de la interpretación, no siempre se nos ofrecieran con la necesaria claridad los planos y las texturas y abundaran las borrosidades. Pero el espíritu dvorakiano creemos quedó indemne. Aplausos para el flautista Álvaro Octavio. Buen éxito final, tras una coda muy confusa. Y buen ambiente entre profesores y director.
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