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Por Publicado el: 21/04/2023Categorías: En vivo

Crítica: Vasily Petrenko y la Royal Philharmonic Orchestra en Ibermúsica

Prokofiev domina

Obras de Sibelius, Bruch y Prokofiev. Esther Yoo, violín. Royal Philharmonic Orchestra. Director: Vasily Petrenko. Ibermúsica, Serie Barbieri. Auditorio Nacional, 19 de abril de 2023.

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Esther Yoo, V. Petrenko y la Royal Philharmonic Orchestra (c) Rafa Martín – Ibermúsica

Orquesta sólida, compacta, bien trabajada, equilibrada en familias, robusta y de sonoridad contundente, vigorosa y, en sentido contrario, ducha en la reducción de intensidades, la histórica Royal Philharmonic londinense, actúa con elasticidad y atención bajo el mando de su titular desde 2021, el longilíneo Vasily Petrenko, director seguro, con dominio y gesto claro, amplio y preciso, con sentido del ritmo y de los cambios y reguladores de dinámica. Todo ello ha facilitado la construcción de una excelente versión, resumida, eso sí, de las suites 1 y 2 del ballet “Romeo y Julieta” de Prokofiev.

Las texturas de obra tan rica, colorista, de expresividad tan variada y contrastada, de orquestación tan maravillosa, aspectos que ilustran tan dramáticamente la partitura del músico ruso, han sido muy bien vistas por la elástica y certera batuta, capaz de pasar de los compases más musculados y poderosos a los más íntimos, poéticos y delicados, incorporando muy frecuentemente detalles de muy buen gusto y haciendo cantar a los solistas de madera de forma muy lírica. La flauta solista sobre todo lo ha bordado. Muy atinada la exposición y fraseo de los episodios amorosos. Sin dejar de apuntar, en momentos estratégicos, acentos y piruetas de signo bufo o irónico.

Quizá el desarrollo del número de cierre, “La muerte de Tibaldo”, ha sido demasiado mecánico, aunque tocado con una precisión infalible. Faltó balanceo, amplitud en el diseño de las grandes frases. Pero el vertiginoso cierre fue una demostración de exactitud y buen pulso. Excelente prestación de la Orquesta, que en la obra inaugural, “Finlandia” de Sibelius, cantada a todo trapo, con muy precisas figuraciones, sonó, a impulsos irrefrenables del director, en exceso agreste, con unos metales faltos de reconocible empaste, con un espectro tímbrico demasiado destemplado. Faltó medida.

La hubo en el acompañamiento a la norteamericano-coreana Esther Yoo, muy joven y dispuesta, bien que no siempre el “tutti” tuviera la claridad y la transparencia adecuadas considerando además que la violinista no posee un sonido ni grande ni brillante. Quedó alicorta las más de las veces en los ataques a la zona aguda, aunque posee una cuarta cuerda de calidad y un fraseo bien diseñado, quizá un tanto frío. Lo que no quiere decir que no cantara con tino las frases más líricas y melodiosas de tan romántica partitura, en la que se extasió de vez en cuando. Violinista en crecimiento, que ofreció como centelleante propina una virtuosa página de Vieuxtemps sobre un tema americano. Al final Petrenko y los suyos regalaron el “Vals español” del ballet “Raymonda” de Glazunov ante el jolgorio del respetable, que no llenaba por completo la sala. Arturo Reverter

Robustez y encanto

Obras de Dvořák y Chaikovski. Narek Hakhnazaryan (violonchelo). Royal Philharmonic Orchestra. Dirección musical: Vasily Petrenko. Ibermúsica 22/23. Serie Arriaga. Auditorio Nacional, 20 de abril

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Petrenko y la RPO. Ibermúsica (c) Rafa Martín – Ibermúsica

El segundo programa de la visita de la Royal Philharmonic Orchestra traía dos obras grandes y celebradas. Empezaba con el Concierto para violochelo en Si menor, op. 104 de Dvořák, una de las representaciones más intensas del tipo de romanticismo, de estética popular, que se traía entre manos el compositor checo en su periodo norteamericano. Vasily Petrenko ofreció un lecho cuidadoso al instrumento solista, atendiendo a los conflictos de balance que puede plantear la pieza y sin negarle las explosiones de júbilo que aparecen, principalmente en el “Finale”. El viento madera, que es la base del afamado segundo movimiento, cumplió de forma excepcional. El papel del chelo estaba reservado en esta ocasión para Narek Hakhnazaryan, chelista del que llegaron ecos interesantes de sus actuaciones en los BBC Proms (con Haydn, entonces) allá por 2016. En un primer momento puede parecer un chelista ideal para este concierto, a cuenta de su conocida capacidad para proyectar un sonido redondo, carnoso, que se siente natural pese a algún exceso de vibrato. En la realidad el resultado fue menos elocuente. Lo pirotécnico de las cadencias de los movimientos extremos no supusieron un problema para Hakhnazaryan, pero sí el volumen, habitualmente escaso y algo carente de brillo. Emocionó en la exposición del tema del “Adagio ma non troppo”, directo y con la nostalgia precisa que solicita Dvořák, que lo carga de amores juveniles. Como propina, un lujo: el “Intermezzo e danza finale” de la Suite para violonchelo solo de Gaspar Cassadó.

La Sinfonía Manfredo, op. 58 de Chaikovski —una especie de elogio a la monomanía— era la protagonista de la segunda parte, ya sin intermediación de solista, algo que permitió a Petrenko explorar con mayor detenimiento tímbricas y volúmenes. La obra se acerca en lo general al propio protagonista de Lord Byron: «Filosofía, conocimientos humanos, / secretos maravillosos, sabiduría / mundana, […] mi espiritu puede abrazarlo todo». En su grandilocuencia, el compositor ruso se pasea por la forma y el fondo, de lo trágico a lo cotidiano, permitiendo a la orquesta una visión privilegiada del alma humana. Petrenko se acerca a esos paisajes con hondura, desde el “Lento lugrubre” que remarca el sentido dramático de las notas hasta el tutti posterior, en un ascenso dinámico complejo que describe el deambular montañoso de Manfred. La Royal Philharmonic Orchestra demostró el motivo de la bien ganada reputación de su cuerda, apoyándose en ella para la lectura del tercer y, sobre todo, cuarto movimiento. El “Allegro”, donde se junta la aparición de Manfred en mitad de la bacanal y su muerte, lo mantuvo el director ruso con pulso, robustez y sentido de lo heroico a través de los metales. También hubo propina en esta segunda parte, tras consultar Petrenko al público. Fue Glazunov, el ballet Raymonda, op. 57, y en guiño a todos, el “Grand pas espagnol”, que mereció las ovaciones finales. Mario Muñoz Carrasco

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