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Por Publicado el: 22/04/2023Categorías: En vivo

Critica: Tristan aguanta lo que le echen

Tristan aguanta lo que le echen

 

Tristan und Isolde Fotografía: Miguel Lorenzo-Mikel Ponce

TRISTAN UND ISOLDE. Drama musical en tres actos con música y libreto en alemán de Richard Wagner. Repar­to: Stephen Gould (Tristan), Ricarda Merbeth (Isolde), Kostas Smoriginas (Kurwenal), Claudia Mahnke (Brangäne), Ain Anger (Rey Marke), Moisés Marín (Melot), Alejandro Sánchez (Timonel). Dirección de escena: Àlex Ollé. Escenografía: Alfons Flores. Vestuario: Josep Abril. Iluminación: Urs Schönebaum. Vídeo: Franc Aleu.  Cor de la Generalitat Valenciana (Francesc Perales, director). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Direc­ción musical: James Gaffigan. Lugar: Lugar: Palau de les Arts. Entrada: En torno a 1.350 espectadores (prácticamente lleno). Fecha: Jueves, 29 abril 2023 (se repite los días 23, 26 y 29 mayo; 3 mayo)

Obra cumbre de la cultura occidental, Tristan und Isolde, de Richard Wagner, no admite medianías. La genialidad solo puede convivir con la genialidad. Es precisamente esta realidad la pequeña pero gigantesca carencia de la versión que el Palau de les Arts ha presentado el jueves, con la reposición del montaje que para la Ópera de Lyón preparó en 2011 el furero Àlex Ollé desde manidos presupuestos, conceptos y medios escénicos que se mueven en una discreción que a la postre queda enanizada ante la fuerza del prodigio musical. El reparto vocal fue igualmente -y en el mejor de los casos- no más que correcto. No deja de ser significativo que en un “drama musical” del inmenso nervio vocal de Tristan und Isolde el mejor canto escuchado en sus tres actos llegara desde el corno inglés de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, a cuya intérprete tuvo Gaffigan el tino y buen gusto de elevarla al escenario en el momento de los saludos finales.

Fue, precisamente, en el foso donde se escucharon los mejores destellos de esta obra de arte total. James Gaffigan, en noche de aguda inspiración, se empeñó en buscar oro donde bien sabe que lo hay a mares. Lo encontró y reveló apoyado en un apasionado dominio de la partitura. Hilvanó fino y sin red. Por derecho. Se percibieron así infinidad de detalles y matices en una visión descarnada, sin reservas. Incandescente, intensamente rumiada y de meticulosa sutilidad. Esta valentía dejó en evidencia, como contrapartida, las carencias de una orquesta que, sí, es formidable, sin duda, pero que aún puede y tiene que pulir y redondear secciones, empastes y balances. La perfección no existe, es inalcanzable, pero el intento de acercarse a ella es imprescindible. Es en sinfonismo tan cuajado y cabal, cuando precisamente asoman estas carencias mínimas, inadvertidas en una interpretación menos transparente y limpia. El preludio oscuro del tercer acto fue uno de los mejores momentos de una noche en la que toses, cuchicheos, abanicos y etcéteras se cargaron sin contemplaciones el prodigio “místico” del preludio del primer acto.

La pareja protagonista, Tristan e Isolda, fue asumida por dos cantantes de evidente raigambre wagneriana. El tenor estadounidense Stephen Gould ha sido el Tristan de referencia después de los Jerusalem o Heppner. Quien tuvo retuvo, pero a sus 61 años ya no está en su mejor momento, menos aún para cantar un rol tan cargado de todo tipo de exigencias como el héroe wagneriano. Gould conserva momentos de envergadura dramática, de coraje y entrega. Incluso salió airoso e indemne -no más-  del grandioso dúo de amor del segundo acto, y mantuvo el tipo a duras penas en un apretado tercer acto que supuso el punto más bajo de la noche, con un Liebestod para el olvido en el que la “no-Isolde” que es Ricarda Merbeth apenas pudo sostener al personaje en su sublime universo. La vocalidad dramática de Isolde le viene grande por los cuatros costados a la soprano alemana. Se aplaude la voluntad, la intención y el pundonor. También su profesionalizado saber hacer wagneriano, pero Isolde es una recalada a todas luces equivocada. Otro cantar. Por mucho que en estos tiempos ayunos de cantantes wagnerianos, el público y un sector de la crítica la aplaudan como si fuera la Flagstad y la Nilsson revividas.

Kostas Smoriginas (Kurwenal) cumplió como leal Kurwenal, y la mezzo Claudia Mahnke fue una discreta Brangäne, pero no desaprovecho su gran momento “ Habet Acht! Habet Acht!”. El bajo estonio Ain Anger convenció a casi todos con un poderoso Rey Marke de voz profunda, penetrante y dolidamente conmovedora. Ya sabemos que no es Salminen ni Pape. ¡Otros tiempos! El Cor de la Generalitat, en sus puntuales intervenciones, dejó aflorar, igualmente, pequeños desajustes que no lograron deslucir su actuación en medio de tan desigual noche.

Àlex Ollé no se ha complicado la vida con este Tristan básico y poco ambicioso. El primer acto -el peor- es un espacio negro en el que nada pasa. ¡Ya es decir! Tremenda iluminación de Urs Schönebaum, a tono con un vestuario para el olvido de Josep Abril que -un poner- igual sirve para La canción del olvido o un Orfeo de Monteverdi.

El enorme casquete esférico colgado del techo no da ningún juego. Se supone que es la luna. ¡Nada nuevo bajo el sol! Estático y tan amorfo y anodino como la párvula dirección escénica. En el segundo acto, la cosa parece que se anima algo: el casquete, ahora en su cara interior, es “adornado” con proyecciones fureras bastante inocuas y sin sentido sugerente. ¡Déjà vu! Las escaleras por las que deambulan los amantes en el dueto de amor es un verdadero disparate. Ver a Tristan y a Isolde más pendientes de no tropezar con los pequeños escalones que de cantar la música más sublime de la historia resulta patético. Es convertir lo sublime en cosa de andar por casa. El tercer acto transcurre en Kareol, el paisaje de infancia de Tristan. Unos y otras salen por un incómodo círculo que más parece una topera y ellos -los cantantes- unos topos. Kareol podría ser Sierra Morena o el Chicago de Al Capone. Kurwenal convertido en El Remendado, Melot en un gánster e Isolde en una especie de Minnie de La Fanciulla del West. Pasen y vean y el dislate entre escopetazos y trabucazos. Pero no se inquieten: el susto de los disparos no es el mayor de la función.

Gran éxito, con bravos encendidos. Pasión wagneriana. Quizá. El Palau de les Arts estaba casi a tope. ¡Qué siga! Un Tristan es un Tristan y no se ve todos los días. Y si lo dirige Gaffigan y lo toca la Orquestra de la Comunitat Valenciana, pues mejor que mejor, pese a sus cositas y cosas. Àlex Ollé, el inventor del engendro, cuenta a la Prensa que le entran ganas de hacer el amor cada que vez que escucha Tristan. ¿Incluso con éste, el suyo? ¡Vaya tela! Justo Romero.

Publicado en el diario Levante el 22 de abril de 2023.

4 Comments

  1. Carlos Taberner 22/04/2023 a las 13:07 - Responder

    Justo Romero, como siempre, dando la nota. Nuestro particular divo comentarista. Pero más allá de que pueda o no tener razón, al menos es conveniente que se informe. Decir que la gran esfera se supone que es la luna es decir que Justo Romero es el mejor pianista de su generación. Efectivamente, un dislate. Infórmese un poquito mejor y deje la soberbia para sus cuitas personales, que ya va teniendo una edad.

  2. Anibal 28/04/2023 a las 13:54 - Responder

    yo puse un comentario a esta crítica y no me lo han publicado…..

  3. Anibal 01/05/2023 a las 19:21 - Responder

    No se pueden leer los comentarios, que se dicen que son cinco…. solo sale el primero de todos

    • SpR 03/05/2023 a las 12:02 - Responder

      Ningún problema en publicarlo, siempre que se redacte sin insultar al crítico

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