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Por Publicado el: 06/07/2023Categorías: Diálogos de besugos

Críticas en la prensa: Turandot cierra la temporada 22/23 del Teatro Real

TURANDOT (G. PUCCINI)

Despide el Teatro Real su temporada 22/23 con la reposición del montaje de Turandot de Robert Wilson, producción que se estrenó en este mismo escenario en 2018.

Los críticos de la prensa nacional, cuya opinión pueden leer más abajo, coinciden en la valoración de la puesta en escena, que consideran rígida, distante y fría. También unánime es el reconocimiento al trabajo de los cuerpos estables del teatro, con una orquesta y coro en plena forma, y al de los directores: una lectura musical minuciosa e intervenciones exquisitas del conjunto vocal preparado por Andrés Máspero, que se despide con estas funciones.

Según la crítica, orquesta y coro sobre salen también por encima del reparto, que encabezan Anna Pirozzi, Jorge de León y Salome Jicia. Opiniones dispares respecto a la actuación de cada cantante y mención especial a los ministros, encarnados por Germán Olvera, Moisés Marín y Mikeldi Atxalandabaso.

Turandot, Giacomo Puccini. Reparto: Anna Pirozzi (soprano), Jorge de León (tenor), Salome Jicia (soprano), Germán Olvera (barítono), Moisés Marín (tenor), Mikeldi Atxalandabaso (tenor), Adam Palka (bajo), Vicenç Esteve (tenor) y Gerardo Bullón (barítono). Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Pequeños Cantores de la JORCAM. Dirección musical: Nicola Luisotti. Dirección de escena: Robert Wilson. Teatro Real, 3 de julio. Hasta el 22 de julio.

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Anna Pirozzi (c) Javier del Real – Teatro Real

EL MUNDO 04/07/23

Cursilería triunfante

Considerada la obra maestra de Giacomo Puccini, el Teatro Real de Madrid estrenó ayer una renovada representación del legendario y misterioso ‘Turandot’

En la reseña publicada el 1 de diciembre sobre este misma producción se recordaba que el artista norteamericano Robert (Bob) Wilson triunfó precozmente en los escenarios de medio de mundo hace medio siglo con un discurso ambicioso, entre abstruso y pacifista, donde incorporaba formas tomadas del teatro oriental en la gestualidad actoral, la concepción del espacio y el recurso a la máscara, una ritualidad que Bob envolvía, acariciaba, abrillantaba con una luminotecnia elevada a la categoría de protagonista del espectáculo; el resultado mereció elogiosos calificativos: fascinante, original, innovador, único. Un mérito añadido es que, ya octogenario, permanezca fiel a su dinámica actividad. El logro personal coincide con la alarma (la fatiga, el tedio, la sensación del refrito sobre el refrito) que pueden producir hoy sus invenciones. Wilson ha ofrecido espléndidas puestas en escena en las que su estilo era capaz de desentrañar obras distintas, pero hace tiempo que parece haberse deslizado hacia el vicio de aplicar la misma fórmula a todo lo que se le presente, ya se trate de Gluck, Debussy o Puccini, cuyos rasgos particulares desaparecían bajo la varita mágica de Bob, con el desagradable efecto de degradar cada pieza hasta hacerla reconocible, engullida por un hieratismo gélido delicadamente coloreado con figuras que si en otro tiempo evocaban actitudes rituales japonesas, hoy se ven reducidas a una machacona colección de posturitas.

El testamento pucciniano resulta irreconocible bajo la envoltura donde lo esconde Bob, aquí una especie de «escaparatista» de una tienda de lujo. Porque es posible que esta ópera tan conocida y frecuentada necesite de un punto de vista que resalte y subraye el meollo de una historia donde coinciden tres relatos, el del rey derrotado y su esclava, las cuitas de los ministros que quieren jubilarse, y la obsesión letal de la princesa neurasténica. Quizá se trate simplemente de fijarse en el núcleo dramático esencial, que consiste en una batalla feroz entre dos egos hipertrofiados, el de Turandot que prefiere decapitar a sus pretendientes antes que echarse novio y el de Calaf, que en vez de ocuparse de su papá agradeciendo a Liú sus servicios, se emperra en someterse al concurso sangriento, quién sabe sin con la esperanza de perder también la cabeza. Bajo el papel satinado del montaje todo queda impregnado, alejado, desvirtuado por una obcecada cursilería.

Nicola Luisotti regresa al podio; si entonces se echó en falta un cierto refinamiento esta vez continúa en su visión más cerca del drama épico que del cuento maravilloso, aunque es preciso reconocer que tal género se basa en una lógica que aquí no aparece por ninguna parte. Cada tipo simula responder a un ímpetu pasional que aquí cambia a capricho de una acción, cuya violencia salta de una tortura a otra sin más justificación que la consabida invocación genérica al Amor con una mayúscula que chirría en boca de Turandot, partidaria del novio decapitado. Las sutilezas de la partitura, en este caso no siempre intuídas, sitúan la fábula en una zona de misterio, de enigma cabría decir, en un sentido opuesto al de la neurótica princesa.

Las dos sopranos, Anna Pirozzi (Turandot), y Salome Jicia (Liú) se reparten con esplendor vocal el doble papel de las vírgenes. La malvada es expuesta no tanto con frialdad, y mucho menos con regodeo perverso, sino como la declaración de una paciente que expone ante su psiquiatra el trauma que la condena a la soltería. Tan límpida e implacable se muestra Pirozzi que un varón menos obtuso que su último enamorado es fácil que se desanimara en su empeño de ardua conquista, por muy guapísima que sea la señorita. Liù absorbe en la versión de Jicio toda la humanidad cálida y sensata del truculento reinado, como mártir del AMOR, en mayúsculas absolutas, aunque cabe pensar que la dulce esclava se inmola como cuidadora del anciano que nunca será su suegro.

El tenor Jorge de León es un Calaf esforzado que no acaba de comunicar el ímpetu de sus arrebatos; poco ayudado por la escena no logra superar la imagen de varón trabajoso e insistente, acercándose peligrosamente a la figura del paleto ante un escaparate de la Quinta Avenida o de la Rue de la Paix. Adam Palka como Timor hace lo que puede con el personaje más despreciado de la fábula. El Coro, que en 2018 pareció estridente, anoche se templó, tal vez como despedida de quien ha sido su excelente director. La función fue muy aplaudida, tanto hoy como ayer. Álvaro del Amo

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Escena de Turandot por R. Wilson (c) Javier del Real – Teatro Real

EL PAÍS 04/07/23

Turandot’ regresa al Teatro Real convertida en un esteticista baile de estatuas

El coliseo madrileño cierra su temporada luciendo la exquisitez de sus cuerpos estables de Coro y Orquesta en la reposición del problemático montaje de Robert Wilson de la última ópera de Puccini.

Turandot es una ópera tan popular como problemática. Las 17 funciones con tres repartos que ha programado el Teatro Real hasta el 22 de julio (a las que se sumará una actuación en versión de concierto en el Festival de Granada) son una muestra de lo primero. Y la reposición de la producción de Robert Wilson, estrenada en el coliseo madrileño, en 2018, y vista después en la Ópera de París, la Canadian Opera Company de Toronto, el Teatro Nacional de Lituania y la Houston Grand Opera, es un reflejo de lo segundo.

Para su producción, Robert Wilson utiliza la versión más habitual redactada por Alfano. El legendario director estadounidense, de 81 años, no aspira a ofrecer ninguna aportación a la dramaturgia de la ópera y se limita a aplicar su habitual estética antinaturalista. Un estilo personal al que se aferra en todas y cada una de sus producciones. […] Impone una coreografía y una gestualidad casi estatuaria que obliga a los cantantes a interiorizar su actuación. […] El admirable virtuosismo en el manejo de la iluminación trató siempre de compensar el estatismo o la ausencia de acción escénica, pero hubo muchos momentos reiterativos o incomprensibles […].

La propuesta escénica de Wilson tiene, a pesar de todo, obvias ventajas para la parte musical. […] la lírica georgiana Salome Jicia cantó con gusto y musicalidad […] Calaf fue el tenor canario Jorge de León, un cantante de timbre atractivo y facilidad en el registro agudo, […].

La gran triunfadora del reparto fue Anna Pirozzi, como Turandot […]. Entre los secundarios, destacaron los tres ministros del emperador, con el admirable Pong del tenor Mikeldi Atxalandabaso, junto al barítono Germán Olvera y el tenor Moisés Marín. Pero también hay que subrayar la solidez del bajo polaco Adam Palka como Timur, al igual que el tenor barcelonés Vicenç Esteve, como un Emperador Altoum suspendido por los aires, mientras que Gerardo Bullón fue de menos a más como mandarín.

Por encima de los cantantes, esta producción ha permitido lucir la exquisitez de los cuerpos estables. Nicola Luisotti volvió a brindar una excelente interpretación al frente de una admirable Orquesta Titular del Teatro Real […] Por su parte, el Coro Titular del Teatro Real, de cuya dirección se despide en breve Andrés Máspero, cantó con aplomo, calidad y contraste en todas sus secciones la difícil parte coral de la ópera de Puccini. Luisotti y Máspero escenificaron esa sintonía, al final, con un abrazo como colofón a una gran temporada. Pablo L. Rodríguez

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Escena de Turandot en el Teatro Real (c) Javier del Real – Teatro Real

ABC 04/07/23

‘Turandot’ es otra cosa

El tiempo ha jugado en contra de una escenificación arraigada en el imaginario de su autor, que mira el objeto con distancia pese a la pulida calidad de sus elementos y la estupenda realización

‘Turandot’ volvió ayer al Teatro Real dispuesta a cerrar la temporada con diecisiete funciones, tres repartos, dos directores musicales y un único escenario a partir de la producción que Robert Wilson estrenó en Madrid en 2018. […]

Y es ahora, avanzado el tiempo, cuando aquella conjetura se ha convertido en una realidad menos satisfactoria, un punto lejana y un tanto rígida. El tiempo ha jugado en contra de una escenificación arraigada en el imaginario de su autor, que mira el objeto con distancia pese a la pulida calidad de sus elementos y la estupenda realización.

A Wilson se le despidió anoche con algunos silbidos, porque a sus 81 años tuvo la decencia de salir a saludar aun tratándose de una reposición y sabiendo que hace cinco también desconcertó el fluir articulado de su esteticista solución escénica. […] Los aplausos recibidos por Jorge de León no deberían engañar sobre la muy escasa contribución e imperfecta musicalidad con la que se ha presentado en esta ocasión. Es adecuado recordar que estas funciones están dedicadas al recientemente fallecido Pedro Lavirgen, un Calaf de arrestos y triunfos objetivos, que con razón hizo historia.

Porque lo de ayer tuvo un cierto perfume a función complaciente, con el muy fogueado Nicola Luisotti en el foso, dejando correr la obra sin mayores detalles, preocupándose lo justo por concertar adecuadamente […]. Se aplaudió también al reparto, de manera particular a Anna Pirozzi, que dejó junto con Salome Jicia algunos detalles de interés […]. Germán Olvera, Moisés Marín y Mikeldi Atxalandabaso representaron con fluidez a los ‘mecánicos’ ministros Ping, Pang y Pong.

Y entre lo más saludable estuvo la actuación de los Pequeños Cantores de la Jorcam y, sobre todo, del Coro Titular del Teatro Real, habitualmente relegado en las crónicas a una segunda posición pero que en este caso es de justicia citar coincidiendo con la despedida de su director, Andrés Máspero […]. Alberto González Lapuente

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Escena de Turandot en el Teatro Real (c) Javier del Real – Teatro Real

LA RAZÓN 05/07/23

Cuento congelado

En esta producción de Bob Wilson, el regista norteamericano huye de la realidad y nos pinta un mundo cuajado de hermosas imágenes congeladas, movimientos geométricos y actitudes pétreas

Tras aquellas ya lejanas representaciones de 2018 ha vuelto al Real esta producción de Bob Wilson, que repite permanentemente sus modos, sus métodos, sus concepciones. En esta ocasión hemos encontrado las mismas carencias, defectos y virtudes de hace años. En esta coproducción con la Canadian Opera Company de Toronto, el Teatro Nacional de Lituania y la Houston Grand Opera, fiel a su estilo, el regista norteamericano huye de la realidad y nos pinta un mundo cuajado de hermosas imágenes congeladas, de movimientos geométricos, de actitudes pétreas, esfíngeas.

Un antinaturalismo radical, extremo, una pintura bellamente cincelada a base de paneles corredizos, de un pormenorizado estudio de la luz, sabiamente manejada, de fondos monocolor, en los que, como elemento habitual, no falta la gran luna roja. Los solistas, coros y figurantes no guardan actitudes que podríamos considerar “normales”, miran siempre hacia el espectador, no dialogan entre sí y adoptan posturas y gesticulan a impulsos bien estudiados. Se mueven de atrás adelante como autómatas luciendo, eso sí, un vestuario fantasioso y estilizado, inspirado en la imaginería lacada de las antiguas dinastías.

“Turandot”, como pregona Wilson, y tiene razón, es un cuento de hadas y no tiene mucho sentido representarla en forma naturalista. Pero sí ha de hacerse de modo fantasioso y no tanto en un idioma de imágenes quietas y un movimiento de características geométricas. A veces, esa disposición frontal, ese ajetreo de mecano, esos aspavientos irreales, heladores –ejemplo: muerte de Liù: de pie, la cabeza inclinada, los brazos en ángulo- terminen por cansarnos en espera de que en algún momento el drama, que aletea a lo largo de toda la obra, la emoción que ha de desprenderse del amor inefable de la joven hacia Calaf, la tragedia que amenaza a éste si no acierta a resolver los enigmas, las contradicciones de Turandot, la inquietud del anciano Timur, las reacciones del pueblo haya que imaginárselos.

La dramaturgia resulta por todo ello fosilizada, inane, inexpresiva. Wilson, no sabemos si inteligentemente, intenta hallar la solución para dar vida interna al cuadro marcando un muy vivo contraste entre toda esa parafernalia y la intervención de los tres mimos, los ministros, los bufones y escépticos cronistas de lo que sucede, Ping, Pang y Pong, que aquí son auténticos y movedizos payasos que no paran de hacer cucamonas, saltitos, posturas absurdas. Una exageración que lastra una representación que Wilson plantea huyendo del tópico operístico; y cae, creemos, buscando ese antitópico, en lo contrario: en el tópico de la rigidez, del antiteatro.

Aunque hubo soluciones teatrales válidas, sugerencias interesantes, propuestas novedosas, como esa brillante aparición de Turandot o como ese cisne sobrevolando la escena, el estilizado bosque en el que parece atrapado Calaf, los trajes blancos de éste, Liù y Timur…

La frialdad de la puesta en escena contrastó y eso estuvo muy bien, con la fogosa, musculada, bien orientada y perfilada dirección musical de Nicola Luisotti, que supo también buscar momentos de ensimismamiento y encontrar trazos delicados a la hora de subrayar acentos, modelar intervenciones corales y respetar la línea vocal. Buen concertador que tuvo a su disposición a unos conjuntos en buena forma, atentos a sus órdenes. La tan compleja secuencia de los enigmas, con la que se cierra el segundo acto, fue bastante bien planificada. Aunque teatralmente resultara más bien ridícula.

Tuvimos en esta primera representación un buen plantel de voces. Turandot estuvo en la garganta de Anna Pirozzi, una spinto arrostrada, de buena coloración, centro anchuroso, timbrado, agreste, bien redondeado, y agudo percutivo y fulgurante. Cantó con propiedad su “In questa reggia”. Calaf fue Jorge de León, tenor valiente, fustigante, brioso, sólido y contundente. Lo hemos encontrado algo cansado con agudos esforzados y cupos, no tan bien proyectados como otras veces. Vibrato excesivo y escasos pianos. Valiente como es su costumbre. Alcanzó un buen Si natural agudo en el final de “Nessun dorma”.

Exquisita la Liù de Salome Jicia, lírica fina, fácil en el apianamento y en el filado. Correcto el bajo lírico que es Adam Palka. Muy bien los tres mimos, Germán Olvera, Moisés Marín y Mikel Atxalandabaso. Precisos y musicales a pesar de las cucamonas a las que estaban obligados. En su sitio Esteve como Emperador y Bullón como Mandarín (siempre en un cometido inferior a su calidad). Arturo Reverter

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