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Por Publicado el: 06/04/2011Categorías: En la prensa

Decepcionante

Decepcionante
SCHERZO. Editorial abril 2011
La primera temporada totalmente diseñada por Gerard Mortier como director artístico del Teatro Real corresponde en su contenido al perfil que conocíamos de su artífice y que también conocían sus contratadores. Nada, por tanto, sorprendente en ella desde ese punto de vista. En lo que se refiere al interés del común de los mortales, entre los que hay también personas inteligentes, se echa de menos, por ejemplo, algún título de Haendel, Verdi, Puccini, Donizetti, Bellini, Rossini o Wagner —el que hay es en versión de concierto. ¿Por qué? Pues porque gustan a la audiencia y el Real es un teatro público, que ha costado mucho dinero y que pide una programación equilibrada. La de Mortier no lo es. Ni siquiera verdaderamente interesante. Tampoco realmente provocadora, y “exigente”, como él mismo afirmó en la presentación de la misma, sólo en la medida en que sus títulos más conocidos no son de los que arrebatan al respetable que no está por compartir la vehemencia educadora de un director artístico que parece pensar, ante todo, en ser fiel a una trayectoria personal cuya permanente evocación ya cansa un poco.

Comienza la temporada con una producción ajena, cuando el Real solía hacerlo con una nueva y propia. Y es una Elektra que unir a las dos que ya se han dado en el teatro anteriormente. Lo mismo cabe decir de La clemenza di Tito, por mucho que sea el “Teddy Bear” de Mortier, como él mismo asegura, o de una Pelléas et Mélisande que se dará en la misma temporada en el Liceo. Cyrano es un título menor que cuenta, eso sí, con un gran protagonista con no menor mando en plaza. Lady Macbeth de Mtsensk —en magnífica producción holandesa— y el programa doble Iolanta-Perséphone a cargo de Peter Sellars y en producción propia, serán, previsiblemente, lo más interesante de la temporada. Rienzi y Don Quichotte se darán en versión de concierto.

Veamos lo pretendidamente novedoso. Ainadamar de Golijov es un siglo XXI asumible por cualquiera pero que no debiera haberse anticipado a otros nombres aún inéditos entre nosotros, de Zimmermann a Saariaho. Lo de Antony —Vida y muerte de Marina Abramovic— pertenece a otro negociado, ese en el que rock y cultureta se entrecruzan sin desdoro. El espectáculo sobre Verdi —Ch(o)eurs— es una incógnita y seguramente lo sean menos esas orquestaciones de Monteverdi —Poppea e Nerone— que remiten a épocas pasadas. Además, Boesmans no es Henze. No hay ni un solo título español — en ello Mortier es coherente—, ni viejo ni nuevo, ni recuperación ni estreno, por primera vez en la historia de un teatro que contempla en sus estatutos la obligación de apoyar el género escrito en España no sólo el referido a ella, coartada de Mortier que queda algo falta de rigor dialéctico. I due Figaro fue escrita por Mercadante para Madrid pero lo importante, y la razón última de su traída, es que lo dirigirá Muti en gira.

De esta primera propuesta de Mortier casi la mitad parece más bien la de una programación complementaria a realizar en un espacio más o menos alternativo. Se mantiene el excelente proyecto pedagógico y se pierde el ciclo de Grandes Cantantes, mientras se añaden unas Noches del Real que no presentan novedades dignas de mención, pues Gergiev, Jaroussky, Marriner o… Frühbeck de Burgos son huéspedes habituales de nuestros auditorios. Se prefiere, pues, el sistema de aluvión frente al de articulación de la actividad en torno a la propia temporada de ópera. Es más fácil hacerlo así pero también menos enriquecedor.

Quizá tengamos que escuchar que no hemos entendido nada o que los españoles no toleran que nadie de fuera les de lecciones, que no somos conscientes de lo mala que es nuestra música o de la incompetencia de nuestros cantantes. Son opiniones, como ésta acerca de una temporada decepcionante, desequilibrada, que amaga y no da, que ignora al aficionado medio —que, curiosamente, paga por ver lo que le gusta y lo que le gusta no parece que sea intrínsecamente deleznable— y que no acabará por catequizar a nadie, pues la idea de atraer a los jóvenes con presencias que han amortizado hace tiempo es un tanto cándida: ¿no sirve la ópera, tratada con las herramientas del presente, para eso mismo? Apostó fuerte el Teatro Real y el resultado, por ahora, no entusiasma lo más mínimo. Las hemerotecas no mienten y aquél del que se dijo que no era un teatro de referencia puede convertirse, a este paso, en periférico.

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