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Por Publicado el: 03/02/2013Categorías: Crítica

DON CARLO (G.VERDI). Teatro Campoamor de Oviedo.

DON CARLO  (G.VERDI). Teatro Campoamor de Oviedo. 2 Febrero 2013.

Termina la temporada de ópera de Oviedo y lo hace conmemorando el segundo centenario del nacimiento de Giuseppe Verdi, poniendo en escena Don Carlo, uno de los títulos fundamentales del compositor de Busseto. La versión ofrecida es la ya tradicional italiana en cuatro actos, que es la que se estrenó en La Scala en 1884. De la versión ofrecida he echado en falta el arioso de Felipe II ante el cadáver de Posa, con esa maravillosa música que pasara a ser el Lacrimosa del Requiem.

La producción ofrecida es la que pudimos ver en Septiembre de 2010 en el Euskalduna de Bilbao y que es una coproducción de ABAO, Oviedo, Sevilla y Tenerife. La producción escénica lleva la firma de Giancarlo del Monaco, que hace un trabajo  elegante, clásico y muy fiel al libreto, salvo en el desenlace final del drama, que termina con la muerte de Don Carlo a manos de Felipe II.  La figura del emperador Carlos V está presente, como lo está El Escorial, más allá de que parte de la acción se desarrolla en dicho Monasterio. Ya el telón de la producción ofrece un fragmento de un mural de la Batalla de Mühlberg, seguramente reproducción de los de Alba de Tormes. En las escenas de Yuste está presente la famosa escultura de Carlos V y el Furor,  de los Leoni padre e hijo, que se puede ver en el Museo del Prado. Por último, en el Auto Da Fe el pueblo saca en andas una enorme reproducción del famoso Cristo Crucificado de Benvenuto Cellini, que se puede ver en la Basílica del Escorial. A todo esto tendremos que añadir que en los aposentos de Felipe II las paredes representan mapas antiguos de las grandes posesiones imperiales españolas en el mundo. El trabajo escenográfico de Carlo Centolavigna resulta un buen complemento a la idea de Del Mónaco sobre el desarrollo escénico del drama. El vestuario de Jesús Ruiz es atractivo y rico, en tonos oscuros para los cortesanos y claro para el pueblo. En la iluminación Vinicio Cheli ha hecho un trabajo más interesante que el que hiciera  Wolgang Von Zoubeck en el referido estreno en Bilbao. Producción, por tanto, hecha con buen gusto, elegante y respetuosa con el libreto y la época.

En el estreno en Bilbao la dirección escénica de Giancarlo del Monaco resultó un tanto decepcionante, dando entonces la impresión de que no había habido ensayos suficientes. Cuando escribía sobre aquel estreno, decía que su paso por los otros teatros coproductores nos confirmaría si ésta había sido la causa de la insuficiente dirección escénica. Pues bien, tras su paso por Oviedo, puedo decir que, escénicamente, la dirección ha sido bastante mejor que la que pudimos ver en Bilbao.

La dirección musical estuvo encomendada a Corrado Rovaris, actual director de la ópera de Filadelfia, que tuvo una buena actuación. Es cierto que hubo tiempos un tanto erráticos durante el primer acto de la ópera, muy vivos en el dúo de Posa y Don Carlo y desesperadamente lentos en el aria de Elisabetta, pero, en general, hubo intensidad en el foso, en el que la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias tuvo una prestación superior a lo ofrecido en otras ocasiones, especialmente muchísimo mejor que lo que pudo ofrecer en Agrippina. El Coro de la Ópera de Oviedo ofreció una buena actuación en lo que respecta a las mujeres, mientras que los hombres dejaron que desear.

En el reparto vocal llamaba la atención la falta de adecuación de más de un cantante a los personajes que habían de interpretar. Apenas Elisabetta y Posa ofrecían voces adecuadas a la partitura, mientras que en el resto había claros fallos de reparto.

Don Carlo era el tenor italiano Stefano Secco, cuya voz no es suficiente para el personaje del Infante de España. Secco no pasa de ser un tenor lírico-ligero, que resulta forzado y monótono para cantar el personaje. En los dúos con Posa y Elisabetta pasaba siempre a segundo plano. Don Carlo requiere una voz de mayor peso.

El personaje de Elisabetta no es nada fácil de cubrir, ya que su tesitura es muy complicada, muy exigida tanto en el centro como en graves. Ainhoa Arteta sigue ofreciendo una evolución vocal de lo más interesante y hoy es una buena alternativa en el personaje, con el que tan pocas sopranos pueden enfrentarse con garantías. Hay momentos en los que la guipuzcoana está un tanto al límite de sus posibilidades, especialmente en el aria Tu, che le vanità, para la que hace falta un registro grave más propio de una mezzo soprano. Ainhoa Arteta salió muy bien parada de la prueba y ha demostrado ser no sólo la mejor soprano española de la actualidad, sino también una de las pocas capaces de enfrentarse con éxito a este tipo de roles en el panorama internacional.

Felipe Bou fue un discretito Felipe II, personaje para el que le falta amplitud, autoridad y, sobre todo, graves. Puede afrontar con éxito otros personajes de menos compromiso, pero no el de Felipe II, que es el auténtico protagonista de esta ópera. No es que lo haga mal, sino, simplemente, es un problema de adecuación.

Juan Jesús Rodríguez fue un Marqués de Posa que ofreció una auténtica voz de barítono verdiano, de las que tanto escasean hoy en día. La voz es amplia, bien timbrada y hermosa a lo largo de toda la tesitura. Si fuera capaz de cantar con mayor elegancia y mayor atención a los matices, podría ser uno de los barítonos más demandados de la actualidad. Tiene que darse cuenta de que su volumen vocal es más que sobrado para cualquier teatro y que no hace falta hacer exhibiciones en ese sentido.

La búlgara Alex Penda (ex Alexandrina Pendatchanska) fue una Princesa de Eboli totalmente equivocada. Ni tiene una voz para cantar Verdi ni es una mezzo soprano. En esas condiciones no se debe abordar este rol. Aunque la Canción del velo exige algunas agilidades y el O don fatale tiene notas agudas propias de una soprano, la parte de Eboli requiere una auténtica mezzo soprano, lo que ni Penda ni Pendachatska lo son. No hay sustancia en el centro ni posibilidades en las notas bajas. La ópera barroca y Mozart han sido siempre sus caballos de batalla y aquí ha sacado los pies del tiesto.

El bajo-barítono brasileño Luiz-Ottavio Faria tampoco tiene la voz más adecuada para la parte del Gran Inquisidor. Estuvo bastante mejor que en Bilbao, donde naufragó, pero hace falta una voz más impactante para amedrentar en semejante personaje.

En los personajes secundarios Iván García ofreció buen volumen vocal en el Monje, con afinación dudosa. Itziar de Unda fue una adecuada intérprete de Tebaldo, desenvuelta en escena y con timbre agradable.  Pasable el Conde de Lerma de Jorge Rodríguez-Norton. Justito el Heraldo de Alberto Núñez.  Adecuada, Eliana Bayón como Voz del Cielo. Cumplieron bien los Diputados Flamencos.

El Teatro Campoamor ofrecía una entrada espléndida, con un lleno prácticamente total. El público se mostró cálido con los artistas al final de la representación, mientras que a escena abierta los mayores aplausos fueron para Posa y Elisabetta. En los aplausos finales el triunfo fue para Juan Jesús Rodríguez y Ainhoa Arteta, en este orden. La representación comenzó con 4 minutos de retraso y tuvo una duración total de 3 horas y 33 minutos, con un  intermedio de 27 minutos, además de algunas breves paradas para cambios de escena. La duración puramente musical fue de  2 horas  y 50 minutos. Los cálidos aplausos finales se prolongaron durante 6 minutos. La localidad más cara costaba 162 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 118 y 50 euros, costando  la entrada más barata 45 euros. José M. Irurzun

 

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