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Por Publicado el: 12/02/2012Categorías: En la prensa

El Coro del Teatro Real

El Mundo, 12/02/2012
Apenas ha cumplido dos años y ya cosecha grandes éxitos, nacionales e internacionales. El coro titular del Teatro Real (Coro Intermezzo) se ha convertido en la joya de la corona. Desde que debutara con Ascenso y caída de Mahagonny, en septiembre de 2010, los 52 artistas que forman el coro seducen al público con su energía, sus ganas de trabajar y su implicación con los maestros. Todos los que trabajan con ellos destacan lo mismo: «No son nada funcionarios».

Quizá por eso, o por la fama de visionario que le precede, Gérard Mortier ha ideado C(h)oeurs, un espectáculo para la gloria y sublimación del coro. Por la platea del coliseo madrileño sonarán el próximo mes de marzo temas de Verdi y de Wagner acompañados por las coreografías de Alain Platel, director de la compañía belga C de la B. «Un espectáculo al estilo de Pina Baus que estará envuelto por temas inmortales», explica el intendente belga.

Nos colamos en los primeros ensayos musicales del espectáculo. Son las dos menos veinte de un jueves de febrero. Los protagonistas y sus refuerzos, en esta ocasión cuentan con 20 personas más para el estreno mundial de C(h)oeurs, andan medio nerviosos. Es normal, no están acostumbrados a ser el centro de atención y la presencia de las cámaras en mitad del trabajo siempre impone bastante. No son divos o divas acostumbrados a los flashes. Los rostros rezuman tensión. ¿Qué hacen estos tres curiosos revoloteando por nuestra sala de trabajo? Pero… tras un silencio que se podría masticar y tres chasquidos de los dedos de Andrés Máspero (director del coro), la música comienza a fluir. Dies irae y Tuba mirum de Messa da Requiem de Verdi, el preludio del primer acto de Lohengrin, el Coro de peregrinos de Tannhäuser…

El maestro baila con las manos, se retuerce al compás de las notas que salen de las gargantas de sus cantantes. Sonríe, no para quieto mientras prepara a sus chicos, a sus 72 hijos. Ensaya por riguroso orden. «Ha sido porque estaban ustedes aquí, una especie de homenaje», explica al finalizar el ensayo el maestro.

De pronto, sacude las manos y todos dejan de cantar al unísono. En una sala con un tragaluz inmenso, empapelada de madera para equilibrar acústicas y comer reverberaciones, se hace el silencio absoluto. «Digan agh, no se coman esto. Muy elástico, manejen el aire en el crecendo». Y comienzan los bajos a cantar. «A ver, los tenores, con salud allá arriba. Maestro, mi natural. Uno, due..». Suena el piano y el coro repite una y otra vez el mismo arranque.

Máspero corrige la entonación y los fraseos. Está claro que domina los idiomas en los que cantan sus chicos. «Mi lengua materna es el español, me gustaba la música así que aprendí alemán y francés, estudié en Estados Unidos y, como buen argentino, siempre he soñado con poder hablar italiano».

Es el gran tapado de todo esto, el responsable del renacer del coro. Su labor es casi la de un padre que forma a sus hijos para luego dejarlos en manos de la vida, bajo la batuta del maestro de turno y a las órdenes del director de escena.

Los miembros de un coro de ópera, además de cantar, deben estar dispuestos a actuar. Es decir, que al mismo tiempo que siguen las directrices del maestro deben obedecer las órdenes de un señor que, de golpe y porrazo, los puede transformar en habitantes de un basurero (Ascenso y caída de Mahagonny), los traslada al Madrid Arena y les pide que sus voces resuenen por todo el recinto (San Francisco de Asis), los convierte en prisioneros que van a Siberia, exiliados además de exigirles que se paseen desnudos por las tablas, (Lady MacBeth de Mtsensk) o les hace cantar alrededor del escenario música tradicional rusa de la Iglesia ortodoxa (Iolanta).

«A los miembros de un coro de ópera se les debería llamar señores artistas. Yo estoy muy contento, porque mi hijo, mi ahijado, mi familia está viviendo este momento de éxito que es el resultado de la educación y el trabajo del día a día. Llevamos un año y medio juntos. La labor del maestro del coro es difícil porque se trata de un trabajo psicológico, constantemente hay que crear nuevas expectativas para evitar la rutina, esa que mata el arte. Hay que levantar la moral del equipo».

Máspero se siente responsable absolutamente del coro. «Es la situación soñada de cualquier director. Mortier me contrató con carta blanca para elegir a los miembros del coro. Sólo me dio una imposición, no podían ser más de 52, una cifra que a mí me parece perfecta, es justa, pero siempre que se necesita se contratan refuerzos».

Por las audiciones del coro pasaron más de 500 cantantes, de los que se quedaron 52, 16 tenores, 14 bajos, 12 sopranos y 10 contraltos. «Entre todos los que participaron nos quedamos con lo mejor y gracias al trabajo y al tesón estamos recolectando estos resultados.

Ahora, casi como un premio, Mortier les entrega su apuesta más personal, C(h)oeurs. Un reto muy valiente que sirve para el lucimiento del coro.

El repertorio, los coros de Verdi y de Wagner que se interpretan en este espectáculo los ha elegido el propio Mortier. «Esta idea me viene rondando hace mucho tiempo. Y cuando me nombraron como director en Madrid decidí hacer realidad este sueño. Son coros de Verdi y Wagner escritos en 1848, el gran año de la Unificación Italiana y Alemana. Para mí, los coros de estos dos autores fueron en su época algo así como las redes sociales en la revolución árabe. Surgieron en la lucha contra el feudalismo, apoyando unas nuevas estructuras del estado contra los pequeños privilegios de la nobleza de entonces. Son el propio pueblo que canta y transmite emociones. A pesar de ser obras del siglo XIX, tienen mucha vigencia en el siglo XXI».

La política del siglo XIX, las tendencias nacionalistas de Verdi y Wagner, como expresión de la reivindicación de libertad frente al feudalismo y la responsabilidad del individuo en la búsqueda de la totalidad late en toda la producción, en la que colaboran el Holland Festival (Amsterdam) y el Concertgebow de Brujas.

El ensayo está a punto de finalizar. Los cantantes esperan ansiosos a que llegue el próximo miércoles donde se encontrarán por primera vez con Alain Platel y sus bailarines. Será el momento de la verdad, el instante en el que danza y ópera se mezclarán para convertirse en un elemento.

Mortier confiesa que se trata de un espectáculo que corresponde a una época de crisis en el sentido de que es «bastante menos caro» que cualquier otro, porque no hay solistas, apenas hay decorado y el vestuario es muy simple. «Es una producción bon marché. La crisis es para todos, pero no hay que olvidar que hay una crisis de valores enorme en el mundo. El ejercicio que toca es vivir mejor con menos». Milagros Martín-Lunas

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