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Por Publicado el: 15/06/2005Categorías: Diálogos de besugos

El último trabajo de Sagi: La Parranda

Una vez más nuestra crítica parece marciana. «La Parranda» no ha podido levantar más diferencias de opiniones. A Vela del Campo le parece de lo mejor de Sagi e incluso titula como «Apoteosis de Sagi». Llega a recomendarla vivamente. Carlos Gómez Amat pone un número casi mínimo de estrellas en su calificación crítica, desde luego muchas menos que Emilio en el escenario. Para colmo Gómez Amat dice que el coro no estuvo redondo sino «destempladillo», mientras a Antonio Iglesias le pareció formidable. Claro que José Luis Pérez de Arteaga viene a apoyar las tesis de Gómez Amat. ¿Cómo puede haber críticas tan opuestas? ¿Acaso algún crítico tiene terceros intereses? ¿Qué opinan ustedes? ¿Por qué no nos lo cuentan en nuestro Foro?
La de Vela en El País el 12-06:
Se podría definir la representación en tres brochazos. El primero de ellos, accidental, vino del estruendo que produjo internamente una manguera. Parecía que se iba a venir abajo toda la escenografía. En escena estaba Rafael Castejón. Miró de refilón hacia arriba, después hacia el suelo y, como quien no se da por enterado, introdujo en el texto una frase antológica: «Se me ha caído el pañuelo». Carcajada estruendosa. Hasta los ruidos cesaron. Hace falta mucha sangre fría y mucha madera de gran actor. Memorable.

El segundo momento estelar -lo mejor de la noche- vino al final de la primera parte con la escena del «canto a Murcia», que, dicho sea de paso, levantó una de las ovaciones más clamorosas que yo recuerdo en el teatro de La Zarzuela. Merecida. Sagi, en estado de gracia, y su equipo plantearon la escena con palmeras, estrellitas («las estrellas del cielo son 112 y las dos de tu cara 114″, dice el personaje de Miguel un poco antes) y frutos de la huerta en una apoteosis del kitsch elegante verdaderamente irresistible.

El tercer brochazo a destacar vino de la escena de la boda. Fue un prodigio de realización teatral: en la distribución de espacios, movimientos y atención a los pequeños detalles; en la dirección de actores. Evidentemente, Sagi tenía su gran noche. La transición de la celebración al canto de los auroros (coros tradicionales murcianos) fue, sencillamente, ejemplar, dejando el espacio vacío con una limpieza impoluta. Los toques de revista musical, la ligereza que daban los tonos pastel del vestuario, la inspiración y racionalidad de la escenografía, incluso los cortes (no siempre hay que ser fanáticos de las lecturas filológicas) conformaron una lectura ágil y entretenida de la zarzuela. Triunfó Emilio Sagi, pero también Jose Julián Frontal, María Rey-Joly, Rafael Castejón en el lado teatral y, en fin, la orquesta a las órdenes de Roa, el dispuesto coro y hasta el cuerpo de baile. La parranda estará en cartel hasta el 17 de julio. Muy recomendable.

La de Gómez Amat en El Mundo 12-06:
MADRID.- El granadino Francisco Alonso fue uno de los más populares de su tiempo y lo sigue siendo a través de los años. Maestro del pasodoble, en el que tiene estupendas páginas -a la película Forja de almas pertenece uno que el público aplaudió, interrumpiendo la proyección- siempre nos regalaba algún fragmento en ese compás.

Sus mejores momentos vocales, algunos tan superconocidos como el Canto a Murcia o el Señor platero de La parranda, no se encuentran a veces en sus zarzuelas, sino en sus revistas.

En general, las reposiciones en el Teatro de la Zarzuela, cuyo interés hay que señalar porque es la única sala donde se hacen, deben aplaudirse, pero se echa de menos un mayor criterio crítico.

Fuera de las páginas citadas La parranda no vale demasiado, ni es lo mejor de la trayectoria de Francisco Alonso. Manuel Moreno Buendía ha revisado la partitura demostrando su condición de hombre de teatro. Lo es también, sin duda alguna, Emilio Sagi, pero ésta no es su mejor realización. La escenografía de Sánchez Cuerda se sujeta al carácter de la obra.

Al público le gustó de verdad. Se vio, no sólo en las ovaciones, sino también en los comentarios. El mayor acierto ha sido el de suprimir la mayor parte del libreto de Luis Fernández Ardavín, que es francamente flojo.

Miguel Roa, con su experiencia y conocimiento, hizo sonar muy bien a la Orquesta de la Comunidad de Madrid y no tanto al coro, que prepara Fauró, y que al principio estaba destempladillo.En cuanto a los cantantes, se echa de menos la escuela de cantar zarzuela, que se ha perdido.

Cuando en el Conservatorio enseñaba doña Carolina de Cepeda, a finales del XIX y principios del XX, se escuchaba en las aulas la música de Caballero y Ruperto Chapí, junto al repertorio internacional.

María Rey-Joly se desenvuelve bien, pero no se le entiende una palabra. A su lado, Eliana Bayón cumple discretamente. Buena voz y estilo en José Julián Frontal, que fue el más aplaudido, porque también su papel es el más agradecido de todos los de la obra. Carlos Crooke, muy movido por Emilio Sagi, consiguió alcanzar una gracia relativa.

Aquí el único que habla como se debe es el veterano Rafael Castejón, que provocó las mayores risas, y no precisamente gracias a Fernández Ardavín.

La de Iglesias en ABC el 13-06:
El nacionalismo musical español tiene en la zarzuela una de sus principales vías de desarrollo, y esto es lo que merece destacarse, musicológicamente, al referirse a «La Parranda», que acabamos de aplaudir en su representación en el tan apropiado marco del coliseo de la calle de Jovellanos. Es Murcia con sus seguidillas y auroros (cantos religiosos del Levante en general), genialmente aludidos por nombres tan preclaros como Manuel de Falla y Óscar Esplá, entre otros. Se denota en la obra que aquí nos ocupa, partitura original de Francisco Alonso, un afán de superación que parte de su misma iniciación, cuyos compases pueden suponerlo así por el cuidado de su factura que, de personal manera hallo después de no pocos dúos, un terceto y, sobre todo, en la manera de tratar el coro, tanto en la brillantez como en los acariciantes contornos de los internos, del final de «La Parranda».

Partitura, pues, compleja por tamañas vinculaciones, también por no pocas melodías que aprobarían los públicos tras el espaldarazo tan valioso como inevitable del servicio doméstico madrileño, popularizándolas desde el escenario de sus patios… La calidad que exige el canto coral que aparece de modo constante -no requiere unos elementos interpretativos en consecuencia- se encontraron de excelente forma en el Coro del Teatro de la Zarzuela, magníficamente preparado por su titular, Antonio Fauró. La responsabilidad de la dirección musical, de los estupendos profesores de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, fue magníficamente resuelta por Miguel Roa.

Por su parte, Emilio Sagi llevó la escena con atrevimiento y contraste perfecto, logrados al iniciarse la segunda parte: luces, decorados y movimiento alcanzados. Sólo resta decir que el reparto supuso una consonancia deseable. La soprano madrileña María Rey-Joly tradujo a Aurora con muy grato timbre y desenvoltura, mientras que su colega argentina Eliana Bayó encarnó con holgura a la Carmela. El barítono José Julián Frontal, brillante como músico y actor, así como la justeza vivida por el tenor Carlos Crooke en su Retrasado fueron destacables. También mostraron sus excelencias tanto Rafael Castejón como Mario Martín, en sus papeles de Don Cuco y Manuel, respectivamente. El público entusiasmado, aplaudió y ovacionó constantemente, dando lugar a las consabidas interrupciones de la acción en no pocos momentos.

LA RAZÓN. 14 de junio
CELULOIDE RANCIO
El localismo no excluye la universalidad. “La verbena de la Paloma” es Madrid, como “La viuda alegre” es Viena o “West Side Story” Nueva York. Cualquiera de estas páginas, extrapoladas de su ámbito genitivo, pierde, paradójicamente, internacionalidad y grandeza. Pero no este el caso de “La parranda”, la zarzuela de 1928 de Francisco Alonso (Granada, 1887 – Madrid, 1948), cuya acción se desarrolla en la huerta murciana, pero que podría acaecer igual en Calatañazor o en Dortmund, pues aquí lo local no es razón de ser, sino pretexto, corporeizado a través de un libreto horripendo de Luis Fernández Ardavín, incansablemente longuiparlo y ripioso, y de una música que elude lo memorable y se ancla en lo tópico. La inspiración que alumbra diversos momentos de “La linda tapada” o “La calesera” está aquí ausente. En sus menos de 80 años de vida, esta “Parranda” se ha quedado, no ya vieja, sino cretácica. Ponerla en pie es un esfuerzo heroico, y al menos tres personas merecen, por su labor, tal epíteto.
El primero, Manuel Moreno Buendía, exhumador y revisor de la partitura para el Instituto Complutense de Ciencias Musicales. Después, Miguel Roa, que con reciedumbre digna de Babieca dirige la página sin desmayo. Por último, el gran Emilio Sagi, firmante de una puesta en escena de lujo, inteligente y brillante, para una obra que no se sostiene ni con Enderezol. Los cantantes de la función contemplada lidiaron con no menor fervor sus papeles, de los que, musicalmente, sólo se salvan los protagonistas, “Miguel” –defendido con vigor y valentía por el barítono Luis Cansino, que alterna en el cartel con Carlos Bergasa y José Julián Frontal- y “Aurora” –la soprano Carmen Serrano, entregada y algo recoleta en lo canoro, que comparte personaje con María Rey-Joly y Ruth Rosique-, y en parte el “Retrasao”, cuyas Coplas del “Quisiera” defendió con gracia y bis escénica Carlos Crooke. Ni siquiera el Coro del teatro, habitualmente seguro y eficaz, vivió la mejor de sus noches, escasamente iluminado por una composición que acaso debería volver a dormir la siesta unas cuantas décadas.

José Luis Pérez de Arteaga

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