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Opiniones foreras sobre la próxima temporada del Real
Por Publicado el: 06/05/2007Categorías: Diálogos de besugos

¿Es realmente un viaje a alguna parte el de Sánchez Verdú?

Lean y tomen nota las criticas al último espectáculo experimental del Teatro Real. ¿Será para tanto? ¿Es realmente una ópera?. Próximo análisis de Gonzalo Alonso.

EL MUNDO:
Un viaje lejos de de la indiferencia

‘El viaje a Simorgh’ es más un espectáculo de teatro musical experimental. Fue acogido con protestas y aplausos

TOMAS MARCO

El viaje a Simorgh
Libreto de José María Sánchez-Verdú / Dirección musical: Jesús López Cobos / Dirección de escena y escenografía: Frederic Amat / Coreografía: Cesc Gelabert / Escenario: Teatro Real / Fecha: 4 de mayo. Estreno absoluto

***

El viaje a Simorgh es el cuarto estreno en diez años del Teatro Real… No es que sea para ponerse medallas pero así están las cosas. José María Sánchez Verdú es un compositor que maneja muy bien los nuevos recursos instrumentales y aquí nos presenta un espectáculo más de buen teatro musical experimental que de ópera propiamente dicha. Su viaje es más iniciático que físico y así lo entiende también la puesta en escena y escenografía de Frederic Amat, que es variada y amplia pero que resulta más una serie de cuadros vivientes musicados que un relato teatral. Eso no es en sí malo pero confiere cierta rigidez y acaba haciendo del espectáculo algo muy estático, le resulta difícil caminar hacia algún lado.

El problema central de la ópera de hoy , el tratamiento vocal, no está eludido pero sí bordeado. No hay mucho canto, ni siquiera mucho texto pero eso no empece para una atmósfera evocativa y un despliegue de numerosos simbolismos. La obra se basa en Goytisolo pero emplea muchas otras referencias literarias, las más constantes San Juan de la Cruz y el Cantar de los cantares en un dúo de amor que la va recorriendo intermitentemente y que es tan hablado y susurrado como cantado y más cercano a la sutil insinuación que al apasionamiento.. Sobre todo ello, planea una orquesta tratada con refinamiento en la obtención de nuevos colores, mucho más sutil de lo que es habitual en una orquesta de foso tal vez porque el talento de músico teatral es distinto del sinfónico aunque en casos puntuales (Mozart, Strauss…) se puedan tener los dos. Y no se puede censurar a Verdú por intentarlo ya que es músico preparado y hombre culto muy capaz de conseguirlo.

La discusión entre lo que es propiamente ópera y lo que es teatro musical no de puede resolver de un plumazo. Menos todavía las querellas entre modernidad y tradición pero, o intentamos renovar la ópera o se morirá de arteriosclerosis. Claro que la mejor manera no es dar un título de higos a brevas.Ya el año que viene no se estrena nada. La impresión que da el Real en nuestra vida musical es la de querer paliar el hambre en Africa abriendo un restaurante de Sergi Arola. Atracones y ayunos no ayudan y reponer es tan útil como estrenar. Por ejemplo, volver a dar una ópera nueva de verdad como era el Fígaro de Encinar, o dar otra vez los propios pocos estrenos del Real.

Hay que decir que todo estuvo impecablemente realizado. Excelentes los solistas vocales como Ofelia Sala, Dietrich Hensechel o Carlos Mena. También Marcel Peres, un especialista en canto medieval y oriental que ya ha intervenido en otras obras de Verdú y que ponía color exótico a todo como lo hacía Ara Malikian con su violín electrónico que estuvo soberbio. Irreprochable la dirección de Jesús López Cobos y magnífica la Orquesta Sinfónica se Madrid y su Coro, en una labor difícil que realizaron maravillosamente. Como toda obra nueva que valga la pena se podrá discutir pero no ignorar. Por eso me parecieron fuera de lugar las violentas protestas del final que luego se tornaron en cálidos aplausos. En todo caso, lo peor que puede ocurrir con un estreno es la indiferencia y de eso no hubo prácticamente nada.

ABC:
El enigmático viaje de Sánchez-Verdú
ÓPERA
«El viaje a Simorgh»
Música: José María Sánchez-Verdú. Libreto: J. M. Sánchez-Verdú (sobre un libro de Juan Goytisolo). Dir. musical: Jesús López Cobos. Dir. de escena y escenografía: Frederic Amat.
Figurines: Cortana. Coreografía: Cesc Gelabert. Iluminación: Vinicio Cheli. Intérpretes: Dietrich Henschel, Ofelia Sala, Carlos Mena, José Manuel Zapata, Marcel Pér_s, Jesús Castejón, Paola Dominguín. Lugar: Teatro Real, Fecha: 4 de mayo
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
El Teatro Real acaba de proponer un reto. Otra forma de escuchar y ver. A los habituales espectadores de la temporada operística se les invita a participar de «El viaje a Simorgh». Para el equipaje se recomiendatranquilidad de espíritu, desterrar ideas preconcebidas, entregarse a la observación. Es la última ópera de José María Sánchez-Verdú. Se estrenó anteanoche. Momento grande para un teatro que aspira a estar vivo. Instante único para quienes han dejado en la obra ilusiones e ideas. Ellos saben, mejor que nadie, que el esfuerzo ha merecido la pena. Especialmente porque ha contado con un importante plantel de voluntades.
Cantan Dietrich Henschel, Ofelia Sala, Carlos Mena, José Manuel Zapata, Marcel Pér_s, Itxaro Mentxaka… baila Cesc Gelabert, toca el violín Ara Malikian, dirige Jesús López Cobos. Ni uno de ellos discrepa del entorno. Ponen lo mejor de sí mismos. Dicen la obra estupendamente. La han hecho suya. Sólo así es posible transmitir el mundo de sensaciones que proyecta «El viaje a Simorgh». O quizá de sutiles irisaciones. Porque todo tiene mucho que ver con el pellizco en lo misterioso, lo perturbador, losorprendente… Y hasta lo desconcertante, según una pausada yuxtaposición de escenas. Lentas, heterogéneas y enigmáticas. Para ellas, Frederic Amat ha creado imágenes contundentes. Algunas proyectadas sobre telón y teatro, otras delineadas en un escenario sintético.
La multitud de recursos empleados se traduce en algo con impacto. Cabe hacer abultadas descripciones de muchos momentos, pero es mejor señalarvarios detalles cargados de emoción. Por ejemplo, la visión de los tres violistas que acompañan al Amado colocados en el filo superior de la escena; la postal detenida, multicolor y esperpéntica del balneario; la biblioteca ardiendo; el anhelante abrazo de los amantes, la cara final de la muerte. No hay aspecto sin cuidar: desde el estupendo vestuario de Cortana a la luz de Vinicio Cheli.
Pero todo ello no es más que el complemento ideal a la que es, por ahora, la gran «obra» de Sánchez-Verdú. Cualquiera de sus músicas y pensamientos anteriores desembocan aquí. Por eso la partitura se recrea en sonidos imposibles, en encuentros sonoros asombrosos. Es el mundo del compositor. En esta obra sometido de forma más radical a una extraña paradoja: el impresionante catálogo de elementos utilizados, electrónica incluida, se concentra, al final, en una caligrafía de lo mínimo, prodigiosa y rigurosa. Todo medido, todo estructurado, todo caracterizado. Voces e instrumentos, situaciones y sucesos. Los antiguos dirían que está en juego la belleza de la armonía, de las partes con el todo. Pero también hay algo de belleza kantiana como aprehensión de lo que es grandioso e inabarcable, algo que obliga a la razón.
«El viaje a Simorgh» es un objeto digno de contemplarse; también es una obra que requiere un notable esfuerzo intelectual, si es que se aspira a comprenderla. En este sentido, se hace necesario traducir los abandonos y abucheos que ayer se mezclaron con los aplausos. Lo fácil sería pensar que la obra está por encima de los espectadores, «que su tiempo llegará». Lo comprometido es asumir la reacción, por muy burgués que siga siendo la ópera. Además, algo se esperaba. El propio compositor había dejado entrever que en la misma se niega el género, en lógica coherencia con la particular estructura y sintaxis de «Las virtudes del pájaro solitario» de Juan Goytisolo en la que se basa. De ahí la falta de una clara línea argumental, lo críptico de muchos elementos difíciles de encajar en una escucha inicial, la fuerza del símbolo por encima del mensaje, el complejo y desorientadorarmazón estructural.
Ópera de ideas que no de diálogos. Se añade a ello el sentido descriptivo y poco narrativo de buena parte de la música. Así las cosas, Sánchez-Verdú se ha hecho difícil de entender. Ha preferido ser fiel a sí mismo antes que plegarse a cualquierade las convenciones del medio. O, lo que es igual, a aquellos elementos que permitirían entablar una comunicación fluida, más allá de la inmediata sorpresa. Ahora bien, quizá ha de ser así para que este «Viaje a Simorgh» exista. Travesía vital, arriesgada y sugestiva de Sánchez-Verdú. Que se comparta o no depende de la generosa voluntad de cada uno.

LA RAZON:
Simorgh, el viaje más arriesgado del Real

El viaje a Simorgh de José María Sánchez -Verdú. Director de escena: Frederic Amat. Director musical: Jesús López Cobos. Coreografía: Cesc Gelabert . Intérpretes: Dietrich Henschel , Ofelia Sala, Carlos Mena, José Manuel Zapata, Marcel Pérès, Jesús Castejón, Celia Alcedo y Paola Dominguín, Josep Ribot, Ara Malikian. Coro y Orquesta del Teatro Real. Teatro Real. Madrid 4-V-2007. Madrid- Cinco años después de su encargo, el Teatro Real estrenó ayer «El viaje a Simorgh», de José María Sánchez-Verdú sobre «Las virtudes del pájaro solitario» de Juan Goytisolo. Es una magnífica ópera, uno de los cuatro o cinco mejores títulos de la ópera española. Presentándola así, en una producción muy cuidada, tanto en lo escénico, bajo la responsabilidad de Frederic Amat, como en lo musical, bajo la batuta de Jesús López Cobos, el Real ha vivido una de las noches de estreno más importantes de su trayectoria reciente. El público la recibió con palmas y pitos, ambos entusiastas. ¿De qué va «El viaje a Simorgh»? De iniciaciones místicas y fusiones divinas. Lo digo así, en plural, porque no se trata solo de la búsqueda del Amado por parte de la Amada tal como la pinta San Juan de la Cruz en el «Cántico espiritual», o Fray Luis de León en su arrolladora traducción del «Cantar de los cantares». Todo esto está, pero la ópera describe también el trance místico en versión sufí, tal como se cuenta en «La conferencia de los pájaros» del persa Farid ud-Din Attard. Tras mucho pensar y penar, banda de pájaros emprende un viaje peligroso en busca de Simurgh, el rey de las aves, símbolo de perfección y de divinidad. «Simorgh» es un cofre de maravillas. Lo más destacado, el final de la ópera. Un dúo de amor místico funde en abrazo ultraterreno al Amado con la Amada y conduce a un trance de derviches, pájaros y espejos con todos los instrumentos tocando una misma nota, un «la» que gira, también ella en plan derviche, medio ladeando la cabeza, por toda la sala, encerrando en espiral a los espectadores. Detalle que no conviene pasar por alto: el sonido final, el que la gente se lleva a casa, no es ese «la» de la requetefusión mística, sino el chirrido del saxofón, la risa escalofriante que caracteriza musicalmente a la Muerte, el espantajo de las dos sílabas. La Parca, transfigurada o no, reconvertida en el pájaro Simorgh o reafirmada en su esencia de pajarraca, «espantable y fea», como la veía Cervantes, se lleva la última baza y gana la partida. Más maravillas de esta ópera memorable: las proyecciones, que no son películas añadidas, sino verdaderas pinturas móviles. La escena quinta entera, titulada, «Sulamith». El aroma intensísimo de los elogios que Fray Luis dedica a la Amada nos llega envuelto en una preciosa música para coro a capella, mientras la Amada insiste en cantar su queja: «¿Adónde te escondiste, Amado?» Música fragilísima que el público escuchó en espléndido silencio. Otra perla: el encuentro místico/musical entre el Joven Señor Mayor y el Amado. Versos mestizos Las melodías de los dos se van acercando hasta fundirse en una sola, de la que florece un verso de paternidad mestiza, hibridado por el propio Goytisolo: «De la interior bodega de mi Amado bebí un vino que nos embriagó antes de la creación de la viña», es decir, un verso que se arranca por San Juan y termina por Al Farid. La fusión se continúa refundiendo, porque el verso se canta en español pero con la voz de muecín de Marcel Pérès, que fue recibido con gran simpatía por el público. Muy sugerente es el juego de impostaciones que domina la vocalidad de «El viaje a Simorgh»: los dos Amados, el barítono Dietrich Henschel y la soprano Ofelia Sala, rodeados de violas da gamba, cantan en estilo cuasi-antiguo, con el vibrato controladísimo, y la expresión intensa, pero nítida, natural y cercana. Los dos hicieron un trabajo admirable, que no obtuvo el premio justo por parte del público. No hay sitio para más en este inventario de urgencia. Señalemos el gran trabajo de Frederic Amat. Una puesta en escena realista y poética que da en el clavo casi siempre. Digo casi, porque la escena 12, la danza de las letras en torno al fuego, encomendada al coro, no funcionó. Triunfadores de la noche fueron el violinista Ara Malikian, que hace sonar el viaje de los pájaros al Simorgh; el bailarín Cesc Gelabert que le da cuerpo; los cantantes secundarios: la soprano Celia Alcedo, el contratenor Carlos Mena, el tenor José Manuel Zapata, y todos los demás, incluida Paola Dominguín en su personificación de la Muerte zancuda. Menos logrado está el Don Blas de Jesús Castejón. De la factoría de Sánchez-Verdú habrán de venir más títulos. De momento, urge traer a Madrid su ópera anterior, «Gramma», que se estrenó en Múnich y es una sorprendente obra maestra.

EL PAÍS:
Sosegada orgía sonora

J. Á. VELA DEL CAMPO

EL PAÍS – Cultura – 05-05-2007
No ha cumplido aún 40 años y su dominio del sonido es apabullante. Es su oficio, desde luego, pero incluso dentro del mismo no es frecuente encontrar a un compositor con una gama de recursos tan amplia y con un sentido tan penetrante de su aplicación. Hablo de José María Sánchez- Verdú, nacido en Algeciras y con residencia en Berlín, que ayer vivió el sueño de estrenar una ópera en su país natal. Por esos mundos de Dios ya había probado suerte en la ópera en Munich, Lucerna y Berlín. El Real se ha volcado en esta aventura, con su director musical, Jesús López Cobos, al frente, implicándose hasta las cejas. Han dado carta blanca al creador, como debe ser, y éste ha desplegado sus «afinidades electivas» para complementar su trabajo musical de base. Ha compuesto para determinados cantantes, ha buceado en literaturas próximas a su pensamiento y ha elegido una estética que le era familiar. Hasta aquí todo parece un cuento de hadas. La partitura que ha compuesto Sánchez-Verdú para El viaje a Simorgh es, sencillamente, asombrosa. Su conocimiento de la historia de la música le ha llevado a plantear su ópera como un diálogo de sonoridades de diferentes épocas y culturas. Conviven el canto sufí con la música electrónica en vivo. Utiliza los instrumentos tradicionales al límite de sus posibilidades. Y juega continuamente con los contrastes para que la tensión y la sorpresa no decaigan. El apartado musical es el corazón de la ópera, desde el hechizante comienzo al espectacular final. Los pocos momentos en que la concentración decae son achacables a otras cuestiones. La danza de Cesc Gelabert, por ejemplo, será todo lo original que se quiera pero no favorece la continuidad dramática de la ópera en el momento en que tiene lugar.

El libreto, por otra parte, está cargado de sugerencias, pero es confuso en la acumulación -o el exceso- de citas. Hay una intención lineal en la «historia» que se percibe con dificultad. A la puesta en escena le falta agilidad y le sobra esteticismo estático. Hay momentos bellos, qué duda cabe, aunque tal vez las prioridades de una obra tan compleja se deberían centrar más en el terreno de la clarificación narrativa. La música de Sánchez-Verdú va superando uno a uno todos esos escollos y aportando no solamente belleza musical, sino incluso teatralidad. A base de una orgía de hallazgos sonoros y también de una variedad en las formas de canto que van de lo casi hablado o lo tradicional, popular o culto, hasta lo ligeramente experimental. El hilo de la comunicación no se extravía. Qué gran esfuerzo el desplegado y qué obra tan hechizante musicalmente. Como espectáculo operístico, sin embargo, no es tan redondo. Aunque ya se sabe que la ópera del siglo XXI admite una franja generosa de posibilidades y los puntos de mira son cada día más discutibles.

Los detalles más frágiles no vienen, desde luego, del lado interpretativo. López Cobos controla hasta el mínimo suspiro todo lo que se cuece, la orquesta y el coro responden con ilusión al desafío, y los cantantes y actores están, en líneas generales, admirables, desde el especialista en música medieval Marcel Pérès hasta el contratenor Carlos Mena o el tenor José Manuel Zapata, sin olvidar a la pareja protagonista formada por Dietrich Henschel y Ofelia Sala, o a un clásico de la zarzuela en «corral ajeno» como Jesús Castejón. El público siguió la ópera con atención y respeto, y al final la previsible división de opiniones fue «civilizada», sin llegar la sangre al río. Unos se quedaron fuera de lo que se estaba contando, y para otros fue un descubrimiento. En fin, la vida misma.

EL DIARIO VASCO:
EL DIARIO VASCO:
ÓPERA ‘EL VIAJE A SIMORGH’ DE SÁNCHEZ-VERDÚ, EN EL TEATRO REAL
Más visto que escuchado
EMECE/
Sobre una libre adaptación de la novela de Juan Goytisolo Las virtudes del pájaro solitario, con aditamentos de poemas y textos de San Juan de la Cruz, Ibn al Farid, Fariduddin al-Attar, El cantar de los cantares (en la traducción de Fray Luis de León) y de Leonardo Da Vinci, hace su creación musical el compositor algecireño José María Sánchez-Verdú (1968), en mérito al encargo recibido por el Teatro Real, en su política de promoción de nuevos títulos líricos de autores españoles.

En esta ocasión y con semejante mezcolanza de textos, en los que, no fácilmente, se encuentra un camino coincidente, filosóficamente hablando, en la búsqueda de una vida interior, la música resulta confusa, ya no solo por su exacerbado modernismo (con pocos momentos de asimilable comprensión), sino por la amalgama de estilos dispares, que van desde bruscas quiebras tonales, a momentos de tradición islámica o de música española del significativo siglo XVI.

Tras este estreno absoluto sería presuntuoso por nuestra parte hacer un juicio valorativo definitivo, aunque en la memoria quede, ya a la salida, en la puerta del teatro, más lo visto que lo escuchado. Es una obra que poco tiene de ópera en el sentido clásico del término y mucho más de musical de últimas tendencias teatrales, totalmente alejada de lo que se conoce como de repertorio, rompedora de moldes estéticos, que será de rápida estima por la fatua intelectualidad, y que requiere de un detenido estudio y de una reiterada audición. ¿Gustó?, pues hubo bravos (muy gritados, tipo clá) desde las andanadas altas, y pateos (sonoros), abucheos (comedidos), aplausos (educados) y comentarios (despectivos) desde la segunda planta para abajo. Casi la mitad de la platea abandonó la sala nada más terminar la obra. Claro que la primera del Real no es un índice muy significativo. Con años por medio, veremos.

Ante semejante partitura resultó de primera el trabajo desarrollado en el foso, tanto de sonoridad, pese a situaciones incómodas de audición, como a la aterradora tarea de concertación que supone estar al tanto del confuso papel pautado y de cuando ocurre sobre la tablas, que es mucho y difuso. De ahí que los primeros parabienes han de ser para la Orquesta Sinfónica de Madrid y para su director, el maestro Jesús López Cobos.

Es tal el dislate escénico que crea Frederic Amat, tan poco explicable, que hasta resulta atractivo, visualmente hablando, cuanto discurre en la representación. La falta de lógica es absoluta. No es explicable el trasfondo homosexual dado a los personajes, ni la torpeza expresiva para el Amado y la Amada. No existe ni un ápice de misticismo pese a los textos que se emplean.

Vocalmente hablando se desaprovecharon voces importantes como las del contratenor Carlos Mena (El/La seminarista), el tenor José Manuel Zapata (Archimandrita), la soprano Ofelia Sala (Amada) y la mezzosoprano Itxaro Mentxaka (La Doña). Es gente de valía acreditada cuyas carreras nunca estarán basadas en hacer escalas gritadas y modulaciones sonoras sobre vocales, como fue en esta ocasión. Desde luego eso no es cantar. Destacó el canto del músico francés Marcel Pérès en sus tres intervenciones del personaje Ben Sida, dominando la tonalidad melismática sufí. Será muy difícil que, con el tiempo, se quede en la memoria del aficionado el dúo final entre la Amada y el Amado. ¿Qué perdida de oportunidad del autor para haber puesto mejor broche a tan hermosos textos.

¿Va a rentabilizar el Teatro Real el gasto que ha supuesto este espectáculo no ópera? Al tanto.

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