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Canarias da qué pensar
Por Publicado el: 25/01/2007Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Esfuerzo fallido

Esfuerzo fallido
Tuve la fortuna, también la desgracia, de conocer “Wozzeck” de muy joven, de pié, en las alturas de la Ópera de Munich bajo dirección de Carlos Kleiber. Ayer fui al Teatro Real, pero no vi y escuché a Berg sino a Bieito. No es ésta una crítica sino una enumeración de reflexiones a lo largo de la función, mientras trataba en vano de concentrarme en esta obra maestra del siglo XX.
¿Acaso puede un único escenario reflejar lo que Berg nos cuenta a través de quince cuadros? Creo sinceramente que no, al igual que sucedió en “Los cuentos de Hoffmann”, por muy impactante y bellos que sean decorados e iluminación. Las puestas en escena han de ayudar y acompañar a la música a contar lo que en ella se desarrolla. Nunca a embarullar la acción. ¿Quién, que no conociese bien el libreto de “Wozzeck”, podría entender algo de lo que allí sucedía? ¿Y quién aún conociéndolo bien?
Las buenas historias, como la de Büchner, conllevan un planteamiento de una situación, el desarrollo de una acción y un final. A lo largo de ellas hay momentos de especial relevancia, esos clímax dramático-líricos que sobrecogen cuando además se fusionan con la música. El director de escena ha de saber contar esa historia con una acertada arquitectura de tensiones. No lo hace Bieito, sino que se va por las ramas en montones de detalles accesorios, que sólo sirven para despistar e impedir el seguimiento de la acción. ¡Qué pena tanto esfuerzo fallido!
La escena final, con la madre asesinada, el tamborilero ahogado y el pobre niño jugando ignorante a todo, ha de dejar absolutamente sobrecogido al espectador. En el Real ni existe como tal y, de existir lago, niebla y luna, ¿cómo podría emocionar si llegamos al final vacunados tras todo el cúmulo de repugnancia anterior? Nuestra sociedad cava su fosa al acostumbrarnos a tanta violencia, porque se llega a considerar como algo normal, cuando no debiera serlo. Bieito ayuda a ello en sus propuestas. Yo me quedo con aquella escena vacía del niño a lomos del palo con cabeza de caballo: “Hop, hop. Hop, hop”. ¡Qué difícil es contar las cosas con sencillez!

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