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FANTÁSTICO ONEGUIN
Por Publicado el: 02/12/2006Categorías: Crítica

FAUSTO EN MÁLAGA

FAUSTO EN MÁLAGA. Diario de Sevilla, 2 de diciembre de 2006
Blanco y negro excesivos
FAUSTO, DE CH. GOUNOD
Temporada Lírica del Teatro Cervantes de Málaga. Intérpretes: Gregory Kunde, Paata Burchuladze, Ainhoa Arteta, Jean Luc Chaignaud, Maite Arruabarrena, Ainhoa Zubillaga y Luis Sintes. Coro de Ópera de Málaga. Orquesta Filarmónica de Málaga. Director de escena: Paul-Émile Fourny. Coreografía: Diego Arias. Director musical: Enrique Patrón de Rueda. Lugar: Teatro Cervantes de Málaga. Fecha: Viernes, 1 de diciembre. Aforo: Lleno.
***
ANDRÉS MORENO MENGÍBAR
Málaga abrió una temporada lírica caracterizada por el crecimiento en cantidad y calidad de su oferta, con una producción integral del Fausto de Gounod. Y decimos integral porque se pudo asistir a la versión completa, con todos los fragmentos que el compositor tuvo que cortar para el estreno de 1859 y con el ballet compuesto para las representaciones de diez años más tarde. En total, cuatro horas de una música que exige a unos intérpretes bien familiarizados con el melodismo y el fraseo francés. Gregory Kunde se mostró mucho mejor en los momentos más dramáticos, como la escena final, que en los puramente líricos. El centro de la voz ha perdido metal y suena con claras veladuras y se nota un evidente estrangulamiento en la zona de paso; además, apenas si se atrevió a apianar y a utilizar la media voz (recursos esenciales para expresar la carga sentimental de su papel), con lo que un momento íntimo como Salut! demeure resultó gris y sin matices aunque, eso sí, el Do sobreagudo final fue atacado sin apoyo y resuelto y mantenido con holgura. Lo mismo ocurrió en el maravilloso dúo Laisse-moi. Su amada Margarita venía encarnada por Ainhoa Arteta quien, más allá de la belleza ya conocida de su timbre vocal, cantó toda la noche muy entubada, con la voz colocada en posición muy atrasada y ello provocaba que pareciera que se tragaba el sonido. Al bajar de la zona central el sonido se volvió excesivamente oscilante. En la famosa aria de las joyas, atacada con un muy bello trino, se notó la opción por un tempo más lento de lo habitual para poder resolver las agilidades. Aún así, éstas no sonaron con naturalidad, mientras que los agudos eran algo estridentes. Lo mejor estuvo en la escena final, con una plegaria realmente dramática y emocionante. Burchuladze, con su voz de auténtico bajo, fue un convincente Mefistófeles. Pudo faltarle resolución y brillo en los agudos, pero su encarnación, vocal y dramáticamente, fue la más redonda de la noche. Chaignaud fraseó muy bien su aria, aunque la calidad de la voz enturbiaba sus intervenciones. Por su parte, Arruabarrena fue un estupendo Siebel, por voz y estilo.
Coro y orquesta fueron entrando poco a poco en harina. Las voces masculinas comenzaron desentonadas y sin empaste, aunque a partir del cuarto acto empezó el coro a sonar con mayor homogeneidad. Algo similar sucedió con la orquesta, si bien los metales estuvieron fuera de afinación toda la noche. Afortunadamente, en el podio estaba un maestro hábil como pocos. Patrón de Rueda, al margen de algunos desajustes con el coro en el segundo acto, dosificó las dinámicas con gran mimo hacia los cantantes y dio rienda suelta a su innata capacidad dramática en el ballet.
La parte escénica, coproducción de los teatros de Toulousse, Aviñón y Niza, resolvía bien la cuestión escenográfica (salvo una incómoda y omnipresente escalera), pero lo ocultaba todo bajo una iluminación oscura que a punto estuvo de causarle una caída a Arteta en los últimos momentos.

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