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Thieleman se crece en «Siegfried»
Por Publicado el: 02/08/2006Categorías: Crítica

Festival de Bayreuth: El ocaso de una era

Festival de Bayreuth
El ocaso de una era
«El ocaso de los dioses» de Wagner. S.Gould, A.M.Buhrmester, H.König, F.Struckmann, A.Shore, L.Watson, M.Fujimura, G.Fontana, etc. Orquesta del Festival. F.P.Schlössmann, escenografía. B.Skodzig, vestuario. K.Matitschka, luminotecnia. T.Dorst, dirección escénica. C.Thielemann, dirección musical. Bayreuth, 31 de julio.
La crónica final de un «Anillo del Nibelungo» no puede ser la de su jornada final «El ocaso de los dioses», sino también la suma de un prólogo y tres actos. Wagner compuso esta «Tetralogía» empezando por el final y quizá por ello introdujo monólogos en los que figuras como Wotan, Fafner o las tres Nornas recrean cuanto ha sucedido hasta la fecha, con algún dato adicional. Esta, la última crónica del nuevo «Anillo» de Bayreuth, obligatoriamente ha de simular uno de esos personajes wagnerianos para resumir y completar los hechos hasta este final.
Wolfgang Wagner, nieto del compositor y director del Festival, quiso que el que probablemente fuera el último “Anillo” de su vida resultase un hito que, además, ayudase a que la dirección del Festival pudiese ser encomendada a alguna de sus hijas. Se apoyó en dos grandes bazas. Thielemann, la batuta emergente alemana, al que se los alemanes intentan elevar a la categoría de mito continuador de la tracción furtwängleriana, asumiría la dirección musical y Lars von Trier, reputado cineasta, la escénica. Pero Trier, tras trabajar bastantes meses, tiró la toalla. Se buscó como sustitución al octogenario Tankred Dorst, quien nunca se había aproximado a la ópera. Un año largo de trabajo no ha dado mucho de sí y cuanto hay de positivo escénico se reduce a algunos bellos pero inconexos decorados de Frank Philipp Schlössmann, a un atemporal vestuario y a una cuidada iluminación. Queda en anécdota la idea de reflejar dos mundos paralelos: el de los dioses/ideas y el nuestro real. No existe apenas dirección de actores y es aún peor cuando se intenta, cayendo en lo absurdo o incomprensible. Basten los ejemplos del “Ocaso”, con una escena final sin grandeza alguna, las ondinas en una cloaca seduciendo como prostitutas, el bosque de la cacería transformado en la misma azotea donde vivían los dioses antes de mudarse al Walhala, con la aparición de un gallo que sólo puede referirse a los gallos de Wotan o Siegrido o quizá ser el Pájaro del Bosque algo crecido. Tampoco tiene sentido, para una inteligencia corta como la mía, la larga fila de zapatos en primera línea del escenario, que haría la boca agua a Imelda Marcos o Marta Gayá. En fin, que Wotan no dejó a Brunhilda dentro de un círculo de fuego junto a su caballo, sino con un baúl de ropa para que pudiera cambiarse al despertar. Fue ampliamente abucheado y con razón.
Thielemann ha enfocado su lectura a lo Clemens Krauss, decantándose por ligereza y lirismo. Ha cuidado matices y logrado momentos magníficos en detalles de orfebrería orquestal, pero en escenas cumbres, como la célebre «Cabalgata e las walkyrias» ha faltado punch. Posiblemente habría arruinado a los cantantes, generalmente muy justos, de haber hecho sonar más la apagada orquesta. Sólo lo intentó y logró al final del “Ocaso”, en la instrumental muerte de Siegfrido y en la inmolación de Brunhilda. En sus lecturas desiguales ha faltado continuidad en la tensión, lo que ha impedido que se produjese la esperada magia.
Lamentablemente escasean las voces wagnerianas, acentuándose la carencia en las cuerdas de bajo-barítono (Wotan) y helden-tenor (Siegfried). Los esperados Falk Struckmann y Stephen Gould han cumplido dignamente a costa de casi perder el resuello y quedó claro que Endrik Wottrich es un corto Siegmund. Gerhard Siebel, como Mime, se convirtió en el triunfador de los tenores. Andrew Shore, como Alberich, y Hans-Peter König, un Hagen de poderosa voz no siempre bien empleada, sobresalieron entre las cuerdas graves. Algo mejor les fue a las damas, con una impecable y entregada Adrianne Pieczonka de bella voz; Mihoko Fujimura, muy bien como Erda y algo chillona como Waltraute, y la eficaz pero impersonal Linda Watson como Brunhhilda, aunque desafinada a veces. Da mucho que pensar que los triunfadores de un “Anillo” sean Sieglinde, Mime, Alberich, Hagen y, naturalmente, el soberbio coro y no los grandes roles.
Desafortunadamente Wolfgang Wagner no ha podido ver cumplido su deseo de dejar un último «Anillo» de referencia. Las manzanas de Freia han estado muy verdes en la primera edición de las cinco previstas pero, ¿quién sabe?, hay cuatro años por delante para que maduren Thilemann y Dorst y para que, entre otras cosas, se pongan de acuerdo. Gonzalo Alonso

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