Globalalndia, Das Land des Lächelns und Musik
(Fantasía en la que todo parecido con cualquier realidad es mera coincidencia)
Érase una vez en Globalandia, país cada día menos democrático, proclive a espionajes y venganzas fulleras, un modesto conserje de un teatro lírico que era muy aficionado a la ópera. Era feliz, pues gusto y trabajo coincidían. Su pareja, periodista en el importante diario Der Globalland, no lo era tanto. Nuestro acomodador, Pepito, decidió renunciar a su afición y trabajo para seguir a su pareja -el amor siempre era lo más importante- cuando le nombraron corresponsal en Berlandia. Allí estuvo sin saber qué hacer hasta que el destino le devolvió a su casa. Su pareja había sido nombrada director de la publicación Die Sechs Globaltages. Pepito pudo hasta recobrar su antiguo curro. Volvió a sonreír y aplaudir cada representación. Las cosas aún le iban a ir momentáneamente mejor.
Su pareja progresó y llegó a la dirección del propio Globalland y Pepito fue de inmediato ascendido por el director del teatro a jefe de acomodadores y jefe de sala. Sin embargo poco duró la alegría en la casa del pobre. Su pareja se arrojó a los brazos de un flautista de la Orquesta Nacional de Globalandia y abondonó a Pepito, quien perdió amor y trabajo porque el teatro, rápidamente al tanto de su nueva situación amorosa, decidió prescindir de sus servicios.
A Bartolo, el flautista, no le caía bien Marneani el director de NEANI, ente público del que dependía la orquesta. Ésta era depositaria de muchas promesas luego incumplidas y sus profesores deseaban una sustancial mejora de sus relaciones laborales. Su pareja acudió en su ayuda desde el periódico, con un par de artículos que preocuparon a Marneani. Y es que aquel diario era el de su partido y, por tanto, resultaba mucho más grave ser atacado desde él. Rápido e inteligente se le ocurrió la solución: puso un par de publireportajes que vinieron muy bien a los contenidos y arcas de un medio en plena crisis tanto externa como interna. Ambos directores se sentaron y fumaron la pipa de la paz con un acuerdo que incluía, como pacto entre caballeros, la concesión de amplias mejoras a la orquesta de Bartolo.
Marneani engordó de satisfacción y, henchido de orgullo y felicidad, contó a sus próximos esta historia que yo ahora les traslado y que tiene, como todo en la vida, una continuación.
Beckmesser