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Por Publicado el: 23/09/2011Categorías: Crítica

Ibermusica con Mehta: «Cuando todo suena igual»

Ciclo de Ibermúsica
Cuando todo suena igual
Obras de Webern, Liszt, Chaikovski, Albéniz, Falla, Debussy y Rimsky-Korsakov. Javier Perianes, piano. Orquesta Filarmónica de Israel. Zubin Mehta, director. Auditorio Nacional. Madrid, 21 y 22 de septiembre.
Han empezado las dos series de conciertos de Ibermúsica que suponen los ciclos de mayor relumbrón en Madrid tras el Real. También Ibermúsica ha notado la crisis como lo demuestra el hecho de la miniserie de abonos nocturnos sacados a última hora. Desde luego estos dos conciertos iniciales pertenecen a aquellos que no alejan al gran público de la música sino todo lo contrario, aunque quizá sí alejen un poco a los críticos.
La Filarmónica de Israel posee 75 años de vida. Sí, setenta y cinco, no se asusten. Fue creada en 1936, antes del Estado de Israel de 1948, e inicialmente se llamó Orquesta de Palestina. Curiosidades de la vida. Ya se sabe que en toda vida hay momentos mejores y peores; los actuales del conjunto no pueden incluirse en los admirables y tampoco ya Zubin Mehta puede hacer mucho por que mejore. La dilatada e intensa colaboración puede dar poco más de sí, porque quizá la agrupación precise ahora algo más que la brillantez que siempre aporta el hindú y estos conciertos así lo probaron.
Ya desde el primero, en los rimbombantes “Preludios” de Liszt o en la vacua lectura de la “Cuarta” de Chaikovski se llegó incluso a dar la sensación de “banda”, acentuada en la jornada siguiente en más de una obra. Aquí Mehta cayó en el defecto de hacer que Albéniz, Falla, Debussy y Rimsky-Korsakov sonasen igual, sin matices estilísticos, con la misma brillantez, la misma aceleración, la falta de hondura hasta en “Los perfumes de la noche” de la “Iberia” de Debussy. Fueron catorce piezas que, valga la exageración para que nos entendamos, sonaron como la misma repetida catorce veces.
Hubo la excepción de “Noches en los jardines de España”, en donde se dejó sentir la sensibilidad, la delicadeza y el gusto de un Javier Perianes que cada día toca mejor, aunque el acompañamiento efectista y desbocado le apagase por instantes, cosa que suele suceder en esta partitura. ¿Por qué Falla no cayó en la cuenta de lo difícil que resulta para el triunfo del solista el apagado final? Perianes concedió como propina “Canción” del mismo Falla. Sus tres minutos fueron lo mejor del concierto.
Sólo faltó la “España” de Chabrier para redondear una dedicatoria española que se agradece, pero que no acabó haciéndonos saltar “Yo soy español, soy español”. Quizá porque un poco del plomo que tenía a la misma hora el Real Madrid en las venas les habría venido bien a Mehta y los de Israel. Gonzalo Alonso

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