Infumable
Infumables muchas cosas en el transcurso de la entrega, en la Real Academia de Bellas Artes, del premio Tomás Luis de Victoria a Antón García Abril. Infumable la excesiva longitud y el academicismo de la Laudatio de apertura, casi un repaso a la historia de la música del siglo XX. Infumable el también largo e improvisado discurso del cabeza de la SGAE, todo un panegírico del ministro de cultura y de su labor en el Instituto Cervantes y un desprecio al público. Infumable que el Cuarteto García Abril se acordase, de milagro y en el último minuto, de sacar a saludar al autor de la obra que acababan de estrenar. Y, sobre todo, infumable la ausencia de muchos académicos y compañeros compositores. ¿Acaso a alguno le corroía la envidia a los jugosos euros del premio? ¿Acaso alguno pensó “cómo a Antón y no a mi”?
De lo no infumable las propias palabras del premiado -por cierto “inventor” del nombre del premio-, sus méritos profesionales y humanos y la belleza de su “cuarteto para el Nuevo milenio”, eso sí, de título un poco pretencioso y no demasiado adecuado.
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