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Por Publicado el: 23/10/2010Categorías: Crítica

Jonas Kaufmann, el deseado, en Sevilla

Jonas Kaufmann en Sevilla
El deseado
“La bella molinera” de Schubert. Jonas Kaufmann, tenor y Helmut Deutsck, piano. Teatro de la Maestranza. Sevilla, 22 de octubre.
No es el lied un mundo que atraiga a mucho público, salvo esa rara avis que es Madrid, con el más importante ciclo del género en el mundo. De ahí que llenar un teatro grande como la Maestranza con un monográfico Schubert no resulte tarea fácil. Sin embargo el nombre de Jonas Kaufmann (Munich, 1969) logró una entrada más que digna y, sobe todo, congregó a un público entusiasta, aunque no tanto como para darse cuenta de que, si hubiese insistido más en sus aclamaciones, habría conseguido tras las dos canciones adicionales de Schubert aquello que más deseaba y que el tenor tenía preparado: un aria de ópera.
El tenor de moda, el más solicitado por todos los teatros del mundo, el rostro con mayor proyección en las portadas de las revistas musicales, pudo también comprobar su popularidad cuando se le acercó a la mesa donde cenaba en una terraza en plena calle. Una napolitana que pidió un autógrafo a un cantante alemán en la ciudad de Sevilla. Cosas del mundo globalizado. No es Kaufmann, a pesar de tanto marketing, un artista lanzado al estrellato sin preparación, pues lleva una carrera muy sólida cantando en teatros de provincia desde hace muchos años. Queda para la anécdota una “Misa Solemne” beethoveniana en Salamanca hace unos seis años. Sus cualidades le han llevado a triunfar ahora que el mundo tenoril ve como se declinan las carreras de los últimos grandes sin que se vislumbren sus relevos. Posee una prestancia física ideal para lo que hoy reclaman registas, discográficas e incluso el público. A ello añade una voz viril, bella, bien proyectada, poderosa en su centro y tremendamente personal. A Kaufmann se le reconoce como se reconoce siempre a los grandes. La técnica es buena, cómo si no podría alternar un Werther modélico con un Lohengrin de excelso final. Exhibe una musicalidad intachable y es constante su afán por lucir una gama dinámica muy amplia. Consistente en los fortes, no lo es tanto en pianos y medias voces, donde tiende a engolar y a sonar como en falsete. Todo ello quedó claro en “La bella molinera”, con muy potentes acentuaciones dramáticas en “Impaciencia” o “El amado color” y quizá exagerada delicadeza en “Saludo matinal”. “El curioso”, en su frase “Oh arroyo querido” llenándose desde el pianísimo, resume el arte de un cantante que interpreta, que dice, que frasea y que es capaz de pasar de la extroversión lírica a la introversión del lied al mismo nivel. ¿Podremos escucharle una “Carmen” en Sevilla, cuya Maestranza ya añora el título?
Y un recuerdo final para Suso Mariategui, quien recitó y explicó maravillosamente las canciones de este ciclo el pasado abril en un recital privado de Gabriel Bermúdez y Edelmiro Arnaltes en una fiesta de cumpleaños, la vez anterior que escuché estos lieder.
Gonzalo Alonso

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