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Por Publicado el: 02/11/2009Categorías: Crítica

«La italiana en Argel»: A falta de sal y pimienta

“La italiana en Argel” en el Teatro Real
A falta de sal y pimienta
“La italiana en Argel” de Rossini. M.Pertusi, V.Kasarova, M.Mironov, C.Chausson, B.Quiza. D.Rodríguez, A.Mansilla. Coro de la Comunidad de Madrid y Orquesta Titular del Teatro Real. J.Font, dirección de escena. J.López Cobos, dirección musical. Coproducción con el Maggio Musicale Fiorentino, el Gran Teatro de Burdeos y la Huston Grand Opera. Teatro Real. Madrid, 1 de noviembre.
El Teatro Real profundiza en los contrastes con el segundo título de su temporada. Tras el drama de una mujer fatal como Lulu, llega la picardía de una fémina “sabelotodo”, que también da ciento y raya a los varones que la rodean, pero de otra forma y, desde luego, no termina destripada sino fugándose con el hombre que ama. De la música inquietante de la “Lulu” de Alban Berg se pasa a la amable y chispeante de Rossini y de la puesta en escena, un tanto sobria –inteligente pero ininteligible para neófitos-, al colorido de la escenografía de Joan Guillén y la comicidad que intenta crear Joan Font. Está bien que el público pueda degustar una u otra –¿y por qué no ambas?- según sus preferencias.
Podríamos decir que “La italiana en Argel” es la primera gran ópera cómica de Rossini como “Tancredi”, estrenada pocos meses antes (1813) lo es entre las serias. Era casi la predilecta de Stendhal. Año fructífero por tanto que encontraría remate cómico en “El turco en Italia” muy poco después y, a tres años vista, estaba ya “El barbero de Sevilla”. La partitura deslumbra por su ingenio y vivacidad en un alternar de difíciles arias con gran cantidad de concertantes en los que Rossini dejaba ya plena muestra de su personalidad, derrochando poderío en los fantásticos “crescendos” y “strettas”.
La escena mantiene como principal elemento de referencia el mar, ese mar que supone la única salida para regresar a la patria, evocada por variados detalles, como un cañón en forma de enorme botella de Chianti. Se trata de una puesta en escena con pretensiones de alegría y vivacidad sin acabar de redondearse ya que, sobre todo en el primer acto, le falta el salero que reclama la música pero, la verdad, es que en estos tiempos se agradecen luz y colorido. Los personajes se encuentran perfilados dentro de sus estereotipos, los cantantes actúan comedidamente y nadie del público tendrá necesidad de leer previamente un tratado filosófico para saber qué quería contar el director de escena.
López Cobos llevó la obra al disco en 1997, se sabe la partitura y la dirige con seguridad y precisión, si bien podría pedirse un mayor desenfado y chispa en la dirección de una orquesta y un coro a su nivel habitual Vesselina Kasarova es una baza que no cubre todas las expectativas, quizá porque no sea el papel más adecuado para una voz de su gravedad y entubamiento, si bien mejora mucho en la cavatina y el rondó. El Lindoro de Maxim Mironov peca de blandura a causa de un instrumento que correría mejor en un teatro de menores dimensiones. Michele Pertusi resuelve las muchas coloraturas de Mustafa, sin que se pueda evitar añorar los tiempos pasados de un Ramey. Afortunadamente hay en escena, en el segundo acto, alguien como Carlos Chausson, capaz de adueñarse de ella vocal y teatralmente en un Taddeo de lujo. Por su lado, tal y como expresa la parte, Elvira está a un paso de romper los tímpanos a Mustafá. Una representación amable que no complica ni produce deserciones, pero tampoco entusiasmos y que podía haber volado más alto Gonzalo Alonso

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