LA LUZ NEBULOSA DE SOTELO
LA LUZ NEBULOSA DE SOTELO
Ciclos Musicales de la Comunidad de Madrid
CHAPÍ: A Granada. SOTELO: Rayo de tiniebla. TCHAIKOVSKY: Suite nº 2. Arcángel (cantaor), Coro y Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director: José Ramón Encinar. Auditorio Nacional, 4 de junio de 2008.
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Recaía el encargo anual de la Comunidad de Madrid en el madrileño Mauricio Sotelo (1961), que a sus 46 años es una de las personalidades más significativas de la música española, beneficiario a pulso y codos de una envidiable nombradía internacional. Sotelo y el cantaor onubense Francisco José Arcángel Ramos volvían al Auditorio Nacional, en el que, en 2004 (27 de octubre), entonces en la Sala de Cámara, se dio a conocer el extraordinario Cuarteto nº 2 “Audeeis” del madrileño de la mano del fabuloso Cuarteto Artemis. Como antes fuera la voz de Enrique Morente, hoy es la de este joven maestro del cante la que Sotelo escucha -él mismo lo dice- como fermento del trabajo compositivo: “Evoluciono, pero sigo teniendo la oreja metida en la voz del cantaor”. En la que es cuarta colaboración con Arcángel –las otras, además del Cuarteto, fueron “Posesión del ángel” de 2001 y “Sonetos del amor oscuro: cripta sonora para Luigi Nono” de 2005 -, Sotelo amplia medios y pasa del cuarteto, la electrónica o el conjunto de cámara a la orquesta sinfónica y además el coro, y con ellos funde –la palabra es rigurosamente exacta- la impactante voz de Arcángel, que aquí se convierte en la luz que horada la tiniebla: su canto grita la injusticia de la muerte oscura, canta a un sol que no sale de día sino de noche, amonesta al Dios de la madrugada. Obra por encima de todo directa, emocionalmente hermosa, que en sus 26 minutos de discurso atrapó a un público receptivo, que aplaudió con entusiasmo a pieza, creador e intérpretes.
La capacidad de José Ramón Encinar para estos empeños complejos es de sobra conocida, pero agrada ver a este otro madrileño resucitar el “alhambrismo” con el “A Granada” de Chapí y disfrutar –él y sus músicos- con el tan admirable y poco conocido Tchaikovsky de las “Suites para orquesta”, programadas en ciclo en esta campaña, y de las que se interpretaba la “Segunda en Do mayor, Op. 53”. Encinar pasó con la naturalidad de quien bebe un vaso de agua de Chapì a Sotelo, y de este a Tchaikovsky -¡menudo viaje!-, sin problemas de aduana ni equipaje; es decir, que todo lo dijo/dirigió con sabiduría, sapiencia que también –redondo concierto- anidaba en las notas de Álvaro Guibert, tan exactas y justas como reveladoras.
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