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Por Publicado el: 28/04/2011Categorías: Crítica

LEIF-OVE ANDSNES: GRANDEZA SIN INTERIORIDAD

LEIF-OVE ANDSNES: GRANDEZA SIN INTERIORIDAD

Ciclo de Grandes Intérpretes, Fundación Scherzo
Obras de Beethoven, Brahms y Schönberg. Leif-Ove Andsnes (piano). Auditorio Nacional de Música, Madrid, 26 de abril de 2011.

El noruego Leif-Ove Andsnes (Karmoy, 1970) es un veterano en el ciclo de pianistas de la Fundación Scherzo: seis actuaciones desde 2001, contando la que acaba de ofrecer en el Auditorio Nacional. Andsnes es un artista de seriedad incuestionable –acaso excesiva-, solidez técnica plena y conspicua musicalidad. Sin embargo, le falta esa última chispa de… Dios sabe qué: genio, carisma, personalidad, fascinación… Realmente no se pueden poner peros a su arte interpretativo, pero una última medida de gracia, eso que diferencia lo muy bueno de lo extraordinario, está ausente de su quehacer.
Beethoven abrió y cerró una ambiciosa sesión, en donde el pórtico, la arrolladora “Sonata Waldstein”, nº 21 en Do, se fue en galopada, acaso apresurada, hacia el lado proteico del compositor, sin renunciar a la nobleza en la enunciación del aristocrático tema del Finale; en la clausura, Andsnes se adentró en los recovecos de la compleja “Sonata nº 32”, final de trayecto del ciclo beethoveniano, y página que pasa del gesto airado y draconiano de su primera sección al recogimiento de la amplia Arietta, en donde los pentagramas piden continua ‘cantabilidad’ al desgranar notacional del teclado. Y es aquí donde el recorrido sonoro de Andsnes, perfectamente tocado, apenas se acercó a la interioridad que la música reclama. El artista escandinavo interpreta, incluso con grandeza, pero no poetiza ni canta a través de la música. Ese “milagro en forma de variaciones”, del que habla Justo Romero en sus admirables notas, se queda inédito.
En Brahms, las extraordinarias “Baladas” del Op. 10, recibieron parecido tratamiento: fuerza, rigor, pujanza rítmica… y punto, aunque aquí Andsnes tuvo el encomiable gesto de parar la actuación mientras el incontinente móvil de un espectador destrozaba clima, obras y concierto. El parón del solista provocó que las miniaturescas, tan escuetas como volátiles, “Seis pequeñas piezas” de Schönberg, fueron escuchadas con silencio casi religioso. El programa insistía en datar estas visionarias páginas en 1894, pero Romero remediaba el yerro en sus notas, apuntalando la vecindad de estas músicas con la muerte de Mahler en 1911.
Un recital, en resumen, excelente, pero para nada memorable. Otra vez será. José Luis Pérez de Arteaga

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