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Por Publicado el: 14/02/2015Categorías: Crítica

Mahler se hace italiano en Ibermúsica

Ciclo Ibermúsica

Mahler se hace italiano

Obras de Mendelssohn, Mahler, Chaikovski y Rachmaninoff. Julian Rachlin, violín. Gewandhausorchester Leipzig. Auditorio Nacional. Madrid, 11 y 12 febrero.

Chailly AUD Gewandhaus

Semana intensa en el Auditorio Nacional en número de conciertos y calidad de los mismos. Ibermúsica ha programado a dos de los más reputados directores actuales –Riccardo Chailly y Maris Jansons- con dos de las mejores agrupaciones –Gewandhaus y Concertgebouw- en lo que supone la mayor traca sinfónica de la temporada.

Dos de los más populares conciertos para violín abrieron sendas veladas, los de Mendelssohn y Chaikovski, con Julian Rachlin (Lituania, 1974) como protagonista. Desde los primeros acordes del mendelssohniano quedó claro que impresionaban más los tuttis de la orquesta que las cadencias del solista. Rachlin no es un mal violinista, pero se halla lejos de otros del presente como Leonidas Kavakos y no digamos de algunos del pasado. Sonido afinado de no envidiable amplitud y una buena capacidad para escamotear notas y emplear trucos. Mejor en el ruso que en el alemán. En ambos casos con un acompañamiento que cuidó mucho que el violín no quedase apagado en momento alguno.

No nos quedan vivos muchos directores de auténtica talla. Riccardo Chailly (Milán, 1953) es para muchos uno de ellos. A punto estuvo de convertirse en sucesor de Lorin Maazel en el Palau de les Arts valenciano, donde trabaja una hija suya. Una filtración a la prensa de su contrato le disgustó tanto como para renunciar a él. ¿Qué pensará de cuanto sucede ahora? El maestro milanés es el actual titular del Gewandhaus, como lo fuera entre 1988 y 2004 del Concertgebouw que nos visita a continuación. Ambos son conjuntos admirables. Ya se ha indicado la belleza en el empaste y el poderío de unos tuttis que en momento alguno suenan con acritudes o aristas por fuerte que toquen. Sobresale la cuerda y también maderas y metales, aunque el mejor maestro echa un borrón, lo que sucedió con una trompa en el los inicios de la primera mahleriana. Una lectura en la que Mahler parecía haber pedido la nacionalidad italiana, en un coctel que incluía aquella belleza tímbrica que siempre buscaba Karajan y el melodismo lírico de las batutas italianas. Versión más atenta a la belleza del sonido que a las inquietudes de la partitura. Es absurdo tocar Rachmaninoff si no se cuenta con una buena orquesta, pero cuando se cuenta con ésta puede parecerlo emplearla en Rachmaninoff. El caso es que Chailly bordó la “Segunda” sinfonía, obra que exige de una agrupación todo lo que la del Gewanhaus posee. La cantabile belleza del “Vocalise” sirvió de colofón a dos conciertos triunfales. Gonzalo Alonso

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