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La sorpresa
Otros jóvenes que triunfan por el mundo
Por Publicado el: 16/10/2010Categorías: Noticias y maldades

Mortier, zapatero a tus zapatos

Durante toda la primera parte del concierto de Angela Denoke en el Teatro Real hubo protestas del público. Dos fueron las razones.
Gerard Mortier, en su desmedido afán de protagonismo -también se anunciaba su libro en el programa de mano del teatro- quiso presentar espectáculo y artista sentado en unos butacones y frente a una mesita con una cubitera con cava -¿o sería champagne? ¿Quizás atrezzo? El caso es que empezó a hablar en su media lengua española y apenas se oía en los pisos altos. «Muy mal, muy mal» gritó parte del público desde las alturas. «No se oye», siguieron. Pero Mortier no sabía lo que estaba pasando porque no les entendía. Denoke y Mortier se miraban sin saber qué hacer. «¿No querer dejar mi hablar poquito?» preguntaba el belga y seguían las protestas. Empezó ella a cantar y las acalló. Mientras tanto Mortier cayó en la cuenta que podía ser el micrófono y en su siguiente intervención utilizó el de pié de la cantante. Sin embargo las protestas siguieron… Y es que lo que además sucedía es que el público le oía pero no le entendía. Continuaron los gritos y Denoke volvió a cantar.
Al empezar la segunda parte, cuando todos creíamos que Mortier saldría como verdugo, en una de sus múltiples facetas, sacando en bandeja de plata las cabezas del técnico de sonido y de su profesor de español, no se atrevió a volver a aparecer, dejando los sillones vacíos. Fue un acierto y Denoke logró cantar en paz y armonía.
¿Hubo un fallo de sonido en el micro de solapa? Posiblemente, pero Mortier no se da cuenta que no se puede ser director artístico, director musical, locutor, presentador de conferenciantes a quienes roba las conferencias, diseñador de sintonías para los descansos, showman… ¿Para qué arriesgarse a salir a un escenario a realizar un trabajo que ni es el tuyo ni estás preparado para él si estás incapacitado para comprender cualquier reacción del público a tus palabras? ¿Y para qué querer contar en cinco minutos lo que era el Berlín de los años treinta cuando todos los que estaban allí tienen más o menos su cultura? Fue, simple y llanamente, una insensatez. Tiene que saber que existen unas medidas y que, además, la envidia es un deporte nacional y a los españoles no nos va a gustar tener que soportar día tras día tanto «talento» de un belga.
Le conviene a Mortier tomar nota cuanto antes de sus propias limitaciones y de las limitaciones que cualquier director artístico de un teatro se debe imponer. Él, obviamente, no era la persona adecuada para presentar el espectáculo porque, al no dominar el español y sólo chapurrearlo, supone un esfuerzo para él el hablarlo en esas circunstancias y también para el público el tratar de entenderle. Hay en la casa no ya personas con voces bonitas, que también, sino simplemente con un castellano inteligible.
Dicen que «aprendiz de mucho, maestro de poco». Que tome nota el señor Mortier a quien, vistas esas ganas de protagonismo, tendremos que dedicar en breve un editorial comentando bastantes de las cosas que ya ha dejado sentir en el teatro y no todas para bien. Insistimos una vez más, o Mortier está mal aconsejado o no se deja aconsejar. Negativo en ambos casos.

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