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Misa fin de temporada
De Scherzo a la Generación ascendente
Por Publicado el: 26/05/2006Categorías: Crítica

Nigel Kennedy y Leonidas Kavakos

Nigel Kennedy y Leonidas Kavakos
De músicos acomplejados
Obras de Vivaldi. N.Kennedy, violín. Polish Chamber Orchestra.
Obras de Bach, Szymanowski, Gerhard y Stravinsky. L.Kavakos, violín. Orquesta de la BBC. A.Davis, director. Auditorio Nacional. Madrid, 24 y 25 de mayo.
En días sucesivos se han podido escuchar en Madrid dos de los pianistas con mayor renombre en el presente. Uno de ellos, Nigel Kennedy, puede escoger entre tocar un Guarnieri de 1735, un Stradivarius, un Scott Cao o un Johannes Finkel. El otro, Leonidas Kavakos, se tiene aún que contentar con un Stradivarius de 1692. Sin embargo tanto el inglés como el griego, que tocan admirablemente, deben gran parte de su carrera a la fenomenal promoción que les ha acompañado, ambos alternan el instrumento con la dirección –uno en la Polish Chamber y otro en la Camerana de Salzburgo- y ambos tratan de ocultar sus edades.
En el caso de Kennedy, que ha cumplido los cincuenta años, resulta algo patético. Quien fuera niño prodigio y protegido de Yehudi Menuhin se cree aún que puede comportarse como un enfant terrible. Así se presenta en el escenario, en clara oposición a la tradicional vestimenta de sus acompañantes, y así se comporta. Deslumbra en el doble sentido como interpreta Vivaldi. De un lado por su comprensión, calidad y virtuosismo y de otro por una puesta en escena que incluye acompañamientos de taconeo, saltos y “vaciles” con el segundo violín o el resto de los de la Polish Chamber. Tampoco elude meter morcillas en pleno concierto vivaldiano o en advertir que llega el descanso invitando al público a tomar una cerveza. Y el público se queda tan colgado como él parece estarlo. Realmente da qué pensar.
Leonidas Kavakos, próximo a los cuarenta y ganador de los concursos Sibelius y Paganini, responde al concepto tradicional que se espera en un solista. Mostró en el ingrato “Segundo concierto para violín y orquesta” de Szymanowski –media hora sin un minuto de descanso- un sonido bello, oscuro y no demasiado grande en volumen, lo que puede entenderse dado el instrumento, un “Falmouth” de la segunda generación de los Stradivarius. Por lo demás, Andrew Davis volvió a ser el director sólido habitual e incluso se dio a conocer al público madrileño como arreglista de una pasacaglia y fuga bachiana. Gonzalo Alonso

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