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Por Publicado el: 25/05/2006Categorías: Crítica

De Scherzo a la Generación ascendente

De Scherzo a la Generación ascendente
Madurez frente a promesas
Obras de Bach, Schoenberg, Brahms y Schubert. Richard Goode, piano. Obras de Lachenmann, Schubert, Beethoven y Schumann. Herbert Schuch, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 23 y 24 de mayo
Resulta estimulante acudir al Auditorio para escuchar un día a un pianista consagrado en un ciclo de famosos y al siguiente a otro, en la serie denominada “La generación ascendente”, en los inicios de una prometedora carrera. El neoyorquino Richard Goode, que se presentaba por vez primera en el ciclo de Scherzo aunque ya había tocado alguna vez en España, venía precedido de una cierta aureola entre los entendidos en esto. A fin de cuentas no todos logran que les graben la integral de sonatas beethovenianas, como él lo consiguió con “Nonesuch”. Tras el recital, opiniones un tanto contradictorias. Había entre el público quien opinaba que había sido el mejor recital del presente ciclo, lo que es tanto como elevar a Goode a la estratosfera. En cambio a otros no les gustó nada. Como suele ser habitual, ni tanto ni tan calvo. Goode toca con personalidad, sin que ésta se imponga a la del autor, y plantea lecturas comunicativas. En el otro lado de la balanza están defectos como una cierta falta de fuerza en las “Siete Fantasias op.116” y, sobre todo, las arbitrariedades en los interminables silencios del primer tiempo de la “Sonata n.23” de Schubert o las suciedades en su último tiempo.
Herbert Schuch (Temeschburg, Rumanía 1979) ha conseguido los primeros premios en concursos tan notorios como el Casagrande de Terni, la London Internacional Piano Competition, el Piano Ludwig von Beethoven de Viena y el segundo en el Piano de Santander Paloma O’Shea, donde posiblemente fue el mejor de los participantes. Su última grabación ha cosechado muy buenas críticas en el Reino Unido. En la “Sonata en fa menor op.57”, popularmente conocida como “Appasionata”, mostró entre sus virtudes un sonido precioso en el que a veces se regocija en exceso, una técnica deslumbrante, capacidad para filigranas en los pianos y un gran poder en los “fortes”. Le conviene no dejarse llevar por algunas de estas cualidades en todos los repertorios pues, por ejemplo, Schubert precisa un mayor equilibrio y, de otro lado, ha de cuidar no caer en el “preciosismo”, tentación evidente cuando se posee un sonido bello. Puede ser uno de los valores del futuro. Gonzalo ALONSO

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