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Minkowski: del barroco a Bizet
Un recital serio
Por Publicado el: 03/04/2008Categorías: Crítica

Pianista a tiempo parcial

Barenboim en Ibermúsica
Pianista a tiempo parcial
Obras de Liszt. Daniel Barenboim, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 1 de abril
En el ciclo de Ibermúsica, compuesto mayoritariamente por orquestas, no podía faltar como excepción Daniel Barenboim, íntimo amigo y en alguna ocasión hasta soporte financiero de la casa. Y, tocando Barenboim, tampoco podía faltar todo el glamour madrileño aunque la cita tuviera lugar a las 22,30 y al público se le cerrasen los ojos y tosiese como nunca. Allí estaban desde el ministro de asuntos exteriores al más melómano alcalde de Madrid, pasando por un amplio abanico de personalidades culturales, financieras y artísticas. Había que estar, aunque los “Años de peregrinaje” de Liszt no les apeteciesen mucho y produjesen nerviosismo.
Este ambiente debió afectar al artista, como también algún que otro problema con el piano, cuya afinación hubo de ser retocada en el intermedio. Como posiblemente un excesivo tiempo sin dedicar horas al instrumento o como, quizá, los tardíos sopores de la sobremesa del almuerzo en el que se le otorgó una distinción. El programa fue diseñado para la Scala. Barenboim, que tomaba posesión como principal director con “Tristan e Isolda”, dedicó un recital a la Italia de Liszt: los “Tres sonetos del Petrarca” de los citados “Años de peregrinaje” italianos, el “Sermón a los pájaros” de San Francisco de Asís, la sonata en si menor “Tras una lectura de Dante” y paráfrasis de óperas verdianas.
Cuando un pianista quiere conservar su posición de privilegio en el escalafón no puede dormirse en los laureles, por muchas raíces que éstos tengan, sino que necesita sentarse diariamente unas cuantas horas frente al teclado. Es dudoso que Barenboim tenga tiempo para ello y, en cualquier caso, los resultados parecen demostrar lo contrario. Sigue haciendo cantar maravillosamente al piano cuando de cantar se trata y así proporcionó momentos sublimes en todas y cada una de las obras -¡qué preciosidad el tercer soneto del Petrarca, el “Sermón”, el “lamentosos” de la “Dante”, la escena de la consagración de “Aida”…- pero la técnica flojea al final de la “Sonata en si menor”, donde las notas se emborronan hasta casi volverse “chapuceras”. Hace muchos años, en el Real sinfónico, se perdió en la misma sonata, esta vez al menos hemos salido ganando en eso. Dicho esto desde la más sincera admiración pero también desde la objetividad, añadiré que sólo algunos compases de Barenboim siguen valiendo por todo un recital de otras supuestas primeras figuras y que no hay que dudar ante cualquier reaparición del pianista: allí hay que estar. Gonzalo Alonso

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