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Plácido Domingo, criticado abierta y unánimemente por vez primera
Alguna vez tenía que ser la primera. Plácido Domingo ha cosechado críticas unánimemente adversas, excepción hecha de la increíble crítica de Tomás Marco -fiense de las críticas- en su concierto madrileño. Alguna incluso muy dura. Sin duda habrá salido contentísimo del cariño del público, pero sin duda habrá quedado muy descontento de las críticas publicadas y más descontento aún su entorno. Y eso por no mencionar la destacable ausencia de crítica en uno de los diarios nacionales, en el que ninguno de su amplia y prestigiosa plantilla crítica quiso verse obligado a dejar al tenor a los pies de los caballos. Hay críticos que, como sucedió con Victoria de los Ángeles en su día, prefieren ya pasar de las actuaciones del cantante. Plácido Domingo debería meditar. Al llegar al momento en el que se encuentra ha de prodigarse mucho menos, seleccionar y preparar muy bien cada actuación si desea no acabar como acabaron otros artistas. Si lo hiciese así aún podría aguantar tiempo en la brecha. Los artistas han de aprender a no estropear magníficos recuerdos con crudas realidades.
ABC
Plácido Domingo, ser y estar
El fenómeno Plácido Domingo es tan poliédrico que han sido muchas las ocasiones en las que apenas un fina línea ha determinado la frontera entre lo artístico y lo festivalero. Hoy parece que las cosas son distintas, al menos a juzgar por el recital que anoche se escuchó en el Teatro Real: manifiestamente escaso desde el punto de vista vocal, y musicalmente torpe si se atiende a lo interpretativo. De manera que a falta de ciencia todo se compensó con altas dosis de sentimentalidad gracias a un público apasionado que convirtió la aparición sobre el escenario en una muestra irrefrenable de fervor, que no se recató en aplaudir a mitad de alguna escena, y que concluyó con una emocionante despedida,entre bises y flores, capaz de provocar la felicidad suprema de cualquier intérprete.
Domingo estuvo nervioso e incómodo, falto de aire, incapaz de rematar una frase con verdadera elocuencia, a veces apuntando problemas de afinación, de expresar con la nobleza que de él cabe esperar, y apuntalando bruscamente para sacar fuerzas de flaqueza en los momentos culminantes.
No acertó con la ópera y se estrelló (aunque sea difícil de creer) con la zarzuela. Hubo, desde luego, detalles de distinción, quizá «Là ci darem la mano»; de gallardía y jaleada chulería, tal vez ante el Rafaeliyo de «El gato montés»; y de comedida autoridad, en la inevitable «tierra extremeña» de «Luisa Fernanda».
Pero incluso aquí sumó errores particularmente acentuados por elmaestro Alejo Pérez con quien los desajustes fueron constantes, quien consiguió que la Orquesta del Real tuviera una de las peores actuaciones de los últimos tiempos y a quien varias músicas se le cayeron al suelo insustanciales. Para olvidar, el intermedio de «Goyescas».
Junto a Domingo estuvo Ana María Martínez resolviendo sus intervenciones con igualdad y monotonía, y una calidad vocal envidiable. Y juntos consiguieron el «¡olé!» del público y el silencio respetuoso de algunos solitarios. «A mi España» se tituló este concierto de «Las noches del Real», cuya poquedad y desatino también asomó a través de las erratas incluidas en la hojilla repartida como programa de mano. Domingo tiene razón: habría sido mejor en un estadio de fútbol. Alberto González Lapuente
EL PAÍS
Apoteosis de la nostalgia
Con Plácido Domingo las fronteras entre lo racional y lo irracional son imprecisas. La relación, el miércoles en el Real entre lo que sucedió en escena y la reacción en sala es una prueba de ello y va más allá de criterios artísticos, entrando en una categoría compartida por la cultura del espectáculo, la componente afectiva y la añoranza de otros tiempos. Que Plácido Domingo es una figura histórica excepcional en el mundo del canto está fuera de discusión. Que su recital del Real dejó artística y musicalmente mucho que desear es más que evidente. Pero nadie que hubiese tenido acceso únicamente al delirio del público en cada una de sus intervenciones lo diría. El carácter de homenaje, de admiración y estima que suscita el tenor, sepultó por completo las deficiencias de su actuación. El programa llevaba por título A mi España. Era toda una declaración de intenciones que arropaba una habilidosa selección de fragmentos de zarzuela y óperas de temas españoles como Don Carlo, Il trovatore, Ernani, Don Giovanni (un título del XVIII y no del XIX, como está escrito en la austera cuartilla que se reparte a modo de programa de mano), Le nozze di Figaro o Carmen. La predisposición al triunfalismo nacional estaba servida en bandeja. Ello, claro, sin negar la coherencia de la propuesta.
La cultura operística de los divos sigue teniendo una gran fascinación en determinados públicos. Se añoran, a veces, a aquellos cantantes que marcaban con su presencia la vitalidad de un género volcado en las emociones. Domingo ha sido siempre uno de esos divos indiscutibles. Durante un cuarto de siglo he agotado todo mi vocabulario de calificativos elogiosos para ensalzar sus actuaciones. Me habría encantado continuar en esa línea, pero su concierto en el Real ha sido decepcionante, una caricatura de lo que el propio tenor ha mostrado una y otra vez. Ya su comienzo con un aria de Don Carlo encendió las alarmas. Daba la sensación de encontrarse cansado y nervioso, tenía problemas en delimitar de forma convincente un estilo bien de corte tenoril o bien baritonal, y hasta se percibían ligeras dificultades respiratorias. Su faceta de actor estaba más forzada que en otras ocasiones, sin esa naturalidad intuitiva que le ha acompañado allá donde ha actuado. Pensábamos algunos que se redimiría en la segunda parte del programa dedicada a la zarzuela. No fue así. Con la romanza de La del soto del parral, que abría este bloque, continuó en la misma línea de vacilación. De cuando en cuando proyectaba alguna de esas frases que encandilan por pura energía vocal, pero otras veces bajaba de tonalidad las romanzas e incluso surgían problemas de afinación. A su lado la soprano puertorriqueña Ana María Martínez se mostró correcta y sosa. Un ejemplo: De España vengo fue impecablemente cantada pero sin ninguna chispa, sin gracia. La Sinfónica de Madrid acompañó con eficacia y se mostró titubeante en algún intermedio, a las órdenes del joven argentino Alejo Pérez.
¿Pesa la edad en Domingo o es simplemente un mal día?. Quiero creer lo segundo. El pasado fin de semana actuó en Madrid, en los teatros del Canal, una de las figuras históricas europeas de la canción popular, el fadista Carlos do Carmo, de la edad de Domingo o algo mayor. Su actuación fue exultante. Estaba cada detalle cuidado al máximo y todo funcionó a las mil maravillas provocando un éxito excepcional. Ya sé que no es lo mismo el fado que la lírica teatral, pero lo saco a relucir porque a partir de cierta edad, en cantantes de leyenda, hay que cuidar cada intervención pública con un mimo exquisito. Carlos do Carmo lo hizo y tengo la sensación de que Domingo ha abusado de la improvisación, algo que siempre se le ha dado de perlas, pero que en esta ocasión ha resultado insuficiente. ¿Lo que se conoce por un bolo? Pues más o menos. Juan Angel Vela del Campo
EL MUNDO
PLÁCIDO DOMINGO Y ANA MARÍA MARTÍNEZ EN EL TEATRO REAL
Y naturalmente, tras leer todo ello, ¿cómo un crítico no ve o no quiere escribirlo que Domingo estaba muy fatigado, que se quedaba sin fiato y que el aria de “Don Carlo” fue un suplicio?
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Un comentario
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Hace ya tiempo que a Placido Domingo se le nota que está en decadencia y eso es lógico y natural. Los años no perdonan y se nota en las facultades físicas de las personas. Placido Domingo no quiere aceptar o no puede hacerlo que sus años de gloria pasaron a la historia del bel canto. Eso si, nadie dudará de su gran personalidad y de la labor que ha echo en la ópera y en la zarzuela. Pero creo que debería reconocer que más vale una retirada a tiempo llena de gloria que un fracaso a destiempo. Ahora está siendo esclavo de su gran fama que ha adquirido merecidamente. Es una lástima porque de seguir así todo lo que ha obtenido a lo largo de su carrera artística lo perderá si sigue cosechando fracasos. Es conocido de todos que en la vida se nos valora la parte buena que hemos echo pero cuando comentemos una de mala, las buenas pierden su valor.
Es una lástima pero es así. A pesar de todo Placido Domingo pasará a la historia lírica como uno de los mejores cantantes que han existido.