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Por Publicado el: 25/10/2019Categorías: Recomendación

Recomendación: L’elisir d’amore en el Real

 

L’ELISIR D’AMORE (DONIZETTI)

Una divertida (y acertada) visita al museo

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L’elisir d’amore en el Teatro Real

DONIZETTI: L´elisir d´amore. Teatro Real. Fecha de estreno: 29 de octubre

La ópera tiene hoy unos valores sociológicos con los que no pudo contar en el pasado, cuando el arte, la creación, no podía interpretarse desde ese ángulo, por la sencilla razón de que no se había inventado la Sociología. Hoy, los comentaristas, críticos, etc. tenemos la obligación moral y estética de hacer planteamientos en ese terreno, pues, evidentemente, es imposible escuchar óperas de lenguaje concreto sin que surjan serias dudas interpretativas; hay pocas, muy pocas óperas cuyas temáticas o cuyos relatos dramáticos gocen de la suficiente atemporalidad para ser vistas, escuchadas y comprendidas en clave contemporánea. Y además, es imprescindible deshacerse de determinados tópicos para comprender y disfrutar de creaciones de valor museístico. Por ejemplo, en ópera se habla mucho de ‘melodismo’ y, más todavía, de ´bel canto’ como valores definitorios de una parte del género. Es verdad que hay trozos de historia que arrojan creaciones operísticas muy escoradas hacia lo melódico (a veces olvidando el drama, pergeñando relatos inverosímiles, desdeñando el valor de los textos), lo que no está ni bien ni mal porque para gustos hubo y sigue habiendo colores. Lo que sí falsea la historia es afirmar que hay óperas que por gozar de un determinado melodismo (un reiterado y precioso melodismo) se conviertan en ejemplos estéticos. El melodismo no es un valor en sí, y menos un valor determinante para un género como la ópera: los cuartetos o las sonatas de Beethoven contienen muchas más maravilosas melodías que todo Bellini y Donizetti juntos. Con el ‘ bel canto’ sucede tres cuartos de lo mismo: ¿es menos belcantista Mozart que Bellini? No creo que Bellini o Donizetti escribieran nunca arias del valor melódico de las que se amontonan en Las bodas de Fígaro, Don Giovanni o Cosí fan tutte. He aquí un bonito debate.

Es decir, ¿hay entonces que renegar de determinados títulos de los subgéneros que se mueven a través del ´belcanto’ en sentido estricto? No, evidentemente; pero hay que tener claro qué son, qué objetivos cubren y en qué terreno se mueven. Son piezas de museo; persiguen un entretenimiento perfectamente confesable y son obras que musicalmente aportan poco, pero cuyas historias, dulcemente adornadas por sedosas arias, son adoradas por el gran público. Ir a un museo no es poca cosa. Y si está bien montado y explica bien la creación del pasado, o sea, con medios de hoy, mucho mejor.

El Teatro Real presenta esta semana una puesta en escena de una de esas piezas singulares; en su género, una de las mejores y más celebradas. L´elisir d´amore muestra al Donizetti más tierno y humano, frente a la pesadez de sus historias románticas basadas en sagas de reinas y reyes. Pero también de la larvada amargura que subyace en Don Pasquale, uno de sus más grandes logros. Se trata de un montaje que, deliberadamente, pone de manifiesto la parte más  colorista de la pieza, que ubica en una playa, con chiringuito incluido. Donizetti la compuso en un par de semanas, pero estuvo inspirado en el trazado de los personajes y no menos en el de sus preciosas arias,  a veces maltratadas por exceso de azúcar, cuando, como casi siempre en esta autor, si se sabe buscar, se puede encontrar un sustrato de amargura. La famosísima ‘Una furtiva lagrima’ es un buen ejemplo de ese sentimiento escondido de absoluta culpabilidad por parte del elemental Nemorino, a la par que una victoria moral ante la calculadora y superficial Adina. L´elisir d´amore es una comedia sentimental que si es  planteada como un nudo, producto de la incomunicación amorosa entre campesinos, y no como una historia de amor seria, gana mucho enteros. Parece que es lo que nos ofrece la versión que se verá y escuchará en el Real. Supongo que de cantantes y director se hablará en otro lugar de estas páginas. Pedro González Mira

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