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Por Publicado el: 09/08/2006Categorías: Crítica

Salzburgo caliente

Los festivales de Salzburgo y Bayreuth se han apuntado a la exhibición corporal y al sexo. En el primero fueron las ondinas quienes mostraron sus pechos mientras seducían al nibelungo Alberich, aunque no desde las profundidades del Rhin sino desde las putrefactas aguas de una cloaca. En Salzburgo comienza «El rapto en el serrallo», que días atrás levantaba el telón con dos desnudos integrales masculino y femenino. (y lo bajaba con un terrible y más que merecido abucheo final por parte de los espectadores, que habían llegado a pagar la friolera de cuatrocientos euros por una butaca). Más tarde vendrían los apasionados besos entre las dos protagonistas femeninas y, para que no fueran menos, entre dos de las masculinos.

No le basta a esta edición del señero festival austriaco con un escándalo, y mañana se repone la polémica producción de «Don Giovanni» de Mozart firmada por el austriaco Martin Kusej, que se estrenó en 2002 y que musicalmente lleva la batuta de Daniel Harding, abucheado en París con esta misma partitura. Si en «El rapto en el Serrallo» se asistía a todo un desfile de trajes de novia que parecía un anuncio de Pronovias, en el caso de la ópera más difícil de escenificar del compositor salzburgués es protagonista la ropa interior femenina . Las conquistas de Don Juan –interpretado por el barítono Thomas Hampson– aparecen en sostén y braguitas (y algunas de ellas, y si no, echen un vistazo a la foto de la derecha, en edad más que madura para poder engatusar con sus encantos a un libertino como era Don Juan). Aquí existe una poderosa razón económica detrás, puesto que la firma Palmers (el más importante grupo textil de Austria) ha realizado una importante aportación económica al Festival, que rentabiliza mostrando sus últimos modelos de fina lencería. Pero no sólo Palmers, sino también la firma de cosmética Lancaster se apuntó a esta peculiar forma de promoción. Una cosa es que las empresas patrocinen eventos culturales y otra que Mozart o cualquier otro compositor se conviertan a cambio en vehículo promocional. No basta con eso, sino que además se alteran los textos para contar otras historias que nada tienen que ver con las del libreto. Ya se sabe que los festivales pueden experimentar más que un teatro estable, pero ¿hay que llegar a tanto? Gonzalo Alonso

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