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Críticas anteriores al 1 de abril de 2004
Por Publicado el: 12/04/2004Categorías: Crítica

Semiramide en el Real: Los galácticos también pierden ante Rossini

«Semiramide» en el Teatro Real
Los galácticos también pierden ante Rossini
«Semiramide» de Rossini. Á. Blancas, D. Barcellona, I. Abdrazakov, A. Siracusa, M. J. Suárez, F. Bou, E. Santamaría. Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Dirección de escena: D. Kaegi . Escenografía y figuración: William Orlandi . Iluminación: Roberto Venturi . Dirección musical: Alberto Zedda. Madrid, 11 de abril.
El Real Madrid no pudo con el Monaco a pesar de todos sus galácticos. Análogamente los galácticos que ha contratado el Teatro Real pierden ante Rossini. Estamos ante una producción pomposa cuyo costo ha sido sufragado también por los teatros de Turín, Barcelona y Pésaro, donde fue estrenada el pasado verano. Dieter Kaegi optó por una inspiración «Kubrickiana», no lejana tampoco a Startrek, que sitúa la acción en una especie de pirámide cibernética y galáctica que aloja a protagonistas, coro y figuración con un vestuario tan rico y variado como incoherente que pretende representar un cruce de múltiples culturas en una suerte de ONU espacial, en ocasiones un casino de la corte. La idea supera al desarrollo, falto de cohesión aunque, cierto es, con más de orden y lógica que en el estreno de Pésaro -se han eliminado algunos detalles absurdos, como la manicura durante el aria de Semiramide- y un escenario que, por su tamaño, permite mayores monumentalidades que allí o en Turín.
Otro grave problema reside en la duración de la ópera. Estrenada en La Fenice en 1823, fue la más larga que hasta el momento había escrito Rossini. El Real la ofrece prácticamente íntegra, según revisión de Alberto Zedda. Ello pudo ser lógico en la ciudad natal del compositor, pero no lo es en Madrid. Como no lo era en Turín, donde Ricardo Frizza, quien corrió en noviembre con la dirección musical de la misma producción, se encargó de aligerarla casi tanto como hiciera López Cobos en las inolvidables representaciones de Aix-on-Provence y París de hace más de treinta años. Un primer acto de dos horas y cuarto, mas que todo el «Oro del Rhin», pesa excesivamente y aun pesa más el segundo de hora y tres cuartos, plagado de números prescindibles. Pero en Madrid la dirige Alberto Zedda, quien ha editado la revisión -y hace hucha con ello- y a quien le gustan demasiado las longitudes rossinianas. Dicho lo cual uno admira la vitalidad con la que dirige esas cuatro horas, a lo largo de las que Rossini vuelve sus ojos al clasicismo para escribir una ópera con dos grandes concertantes finales de acto y numerosas arias y dúos, en los que los protagonistas han de superar toda suerte de escollos vocales. Quien firma ha visto y escuchado a Marilyn Horne cantar el Arsace junto a tres generaciones de Semiramides: Sutherland, Caballé y Anderson y, junto a ellas, a Araiza, Ramey y algunos otros. Después a Anderson con Duppuy, que ya no era lo mismo y más tarde a Takova con Barcellona. Ángeles Blancas posee una fuerte y atractiva personalidad que atrae al espectador. Su atractiva voz es de ligera, por más que se intente disimular a veces y hay bastantes veces en las que Semiramide demanda más peso, aunque su sabiduría canora y las circunstancias escénicas ayuden a pasarlo por alto. Por momentos se está más próximo a la revista que a la ópera. Daniela Barcellona, gran nombre del momento, supera las coloraturas con comodidad arriba y abajo, aunque el timbre peque de mate. El barítono-bajo Abdrazakov cumple como Assur y el tenor Siracusa vence las inclemencias de su parte. Bien María José Suarez y correcto Felipe Bou.
Una vez comentados los apartados, justo es decir que el conjunto funciona mucho mejor que en Pésaro y que el frío público, posaderas a parte, pudo disfrutar del bel canto de nuestro presente.

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