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Pitney, un clásico
Homenajes a García Abril
Por Publicado el: 13/04/2006Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Serrat

Serrat
Corría el año 1965. Aún sonaban los ecos de aquel «Non ho l’etá» con la que la niña Gigliola Cinquetti había ganado los dos festivales más famosos de la vieja Europa: San Remo y Eurovisión. Eran los tiempos de aquella mamá de Aznavour a cuya muerte no paraba de llegar gente, mientras otros se perdían en el «Downtown» de Petula Clark. Por estos lares Raphael, que ya había empezado «Un largo camino», hacía sus navidades con «El pequeño tamborilero». Por aquel entonces apareció un disco de un muchacho tímido de veintidós años que cantaba en catalán con «Una guitarra» a «La muerte del abuelo». Un año después se enorgullecía cantando «Ahora que tienes veinte años y que no tienes el alma muerta». Ahí nos empezó a llamar la atención a muchos de los que habíamos coreado «Al vent» con Raimon o cantado «Había un muchacho que, como yo, amaba a los Beatles y a los Rolling Stones» de Morandi. La excelente impresión se confirmó con «Cancó de matinada». Con todo he de reconocer que el single que más me emocionó fue el siguiente, que contenía dos temas impresionantes: «La tieta» y «Cancó de bressol». La primera, una larga canción, reunía lirismo desconocido en la música española. La gran Mina se fijaría en ella años más tarde para recrearla, aunque haciéndola perder parte de su desnuda sencillez. «Por la mañana rocío, por la tarde los mosquitos. Yo quiero ser labrador» supusieron sus primeras palabras en español, malogradas en un «Lalala» que nunca fue con él y recuperadas afortunadamente en títulos tan de denuncia como el truculento «Manuel», el costumbrista «Poco antes de que den las diez» o los perfumados «Tu nombre me sabe a hierba», «Balada de Otoño».
Y, entre 1969 y 1972, llegó la trilogía genial: «Mediterráneo», «Miguel Hernández» y «Antonio Machado». Tres joyas difícilmente superables para aquel muchacho aficionado al baloncesto que las había compuesto y para quien firma, tantas veces colgado de un «Pueblo blanco» mientras cantaba una “Saeta” a «Lucía».
Ahí se separaron nuestros caminos, quizá porque a Serrat le resultó imposible igualarse y quizá porque me hice “Titiritero”de otras músicas. Sin embargo hoy me siento feliz al recordar la tanta belleza de aquel tiempo.

Gonzalo ALONSO

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