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Por Publicado el: 09/03/2011Categorías: Crítica

Urmana, liederista sobrada

XVII Ciclo de lied
Urmana, liderista sobrada
Obras de Mahler, Duparc, Rachaninov y Strauss. Violeta Urmana, soprano y Jan Philip Schulze, piano. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 8 de marzo.
Violeta Urmana (Lituania, 1961) es cantante muy conocida en España, no sólo por su fama, sino por haberse presentado en varios de nuestros teatros, como Barcelona, Bilbao, Sevilla o Madrid, donde cantó “Cavalleria rusticana” y “Gioconda” en las últimas temporadas. Ambos papeles se encuentran –al igual que Kundry, personaje de referencia en su carrera- en ese ambivalente registro entre soprano falcon y mezzosoprano. Ella, como antes Bumbry o Verret, es realmente una mezzosoprano, tal y como en estos casos se revela siempre en el color del registro agudo, pero no tiene problemas al abordar papeles de soprano de las características apuntadas.
Había mucha expectación por escuchar a esta artista, de muy poderosos medios vocales, frente a un género mucho más íntimo como es el lied. Fue lógico el desconcierto de buena parte del público al oír las primeras canciones del “Knaben Wunderhorn” con un sonido que bien se podría decir que amplificaba el habitual en este ciclo. Para aclarar aún más, si Goerne cantó hace poco dentro de la tapa del piano, Urmana lo hizo de pié sobre esa tapa. Tal era la sensación de volumen “subido” que imprimía en el auditorio. El lied es un mundo bien diferente al de la ópera, pero una gran voz como la de la lituana siempre arrasará con las reservas que puedan existir, ganando con sus propias armas, que evidentemente no incluyen la sutilidad o la profundidad en los mensajes, sino su rotundidad. De ahí que, por ejemplo, las dos piezas finales de los “Ruckert-Lieder” –“Me he retirado del mundo” y “A media noche”- no fuesen lo más adecuado a sus características y se echasen de menos recogimiento y concentración. En la segunda parte, tras dos Duparc teloneros, puso aún más carne en el asador en cuatro canciones de Rachmaninov que no podían sino apabullar por su temperamental enfoque, bien lejano a ese punto de distante frialdad que suele acompañar a sus personajes operísticos. El público ya se había rendido y los cuatro Strauss finales participaron del mismo enfoque, con unos “Mañana” y “Cecilia” de puro arrebato, cerrando el recital con entusiasmo desbordado. Claro que aún quedaban en la recámara un dramático “El Ángel”, el primero de los “Wesendonk lieder” wagnerianos, y el caramelo de una canción popular lituana. Jan Philip Schulze realizó un acompañamiento a tono con el poderío vocal de Urmana. Gonzalo Alonso

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