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Por Publicado el: 31/05/2005Categorías: Crítica

Zimerman en Grandes Intérpretes

Zimerman en Grandes Intérpretes
Peinando canas / Maestro de maestros
Obras de Mozart, Ravel y Chopin. Krystian Zimerman, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 30 de mayo.
Posiblemente tenga poco sentido hablar de madurez refiriéndonos a Krystian Zimerman (Zabrze, Polonia, 1956), pues siempre -y ya son años- le hemos conocido como un intérprete maduro. Ese es si embargo el aspecto que presenta sentado al piano, con el pelo ya totalmente blanco. Su Mozart inicial, el de la Sonata n.10 en do mayor K.330, combinaba la serenidad de un artista asentado con la frescura del joven que se quería comer el mundo pero no rehuía de la melancolía. Fue una lectura limpia, sin lugar para detalles fuera del más estricto clasicismo. Pisó alguna nota -¡por fortuna todavía hay quien puede hacerlo sin que importe lo más mínimo!-, pero hubo transparencia y claridad meridianas en medio de un fraseo que no admitía comparación. ¡Qué fácil hace parecer el tocar el piano y qué difícil ha de ser poder lograr transmitir tal impresión!
Los “Valses nobles y sentimentales” dibujaron etéreamente ese mundo que ideó Ravel, desvanecido, disonante y totalmente opuesto al habitual para la célebre danza. Sirvieron bien de paso entre clasicismo y romanticismo, pues el arranque de la “Cuarta Balada” de Copin cantó como debe cantar, aflorando los más apasionados sentimientos. Zimerman retuvo la melodía y el corazón dejaba de latir. La gama dinámica es amplísima, pero ni en el fortísimos y virtuoso despliegue del tiempo final se enturbió el precioso sonido. Las “Cuatro Mazurcas Op.24” nos hubieran parecido una interpretación magistral, si no fuese porque tras ellas vino una “Sonata n.2 en si bemol menor Op.35” como quien firma no ha escuchado jamás. Hasta la fecha no la ha grabado en disco pero, tras sus interpretaciones en la actual gira, no debe prolongar más esta ausencia en su muy trabajada discografía.
Algunos hemos llegado a vivir la rivalidad de conceptos Rubinstein-Horowitz pues bien, ahora podemos disfrutar de la genialidad de dos artistas en un paralelo comparable: Zimerman-Pollini. Para colmo ambos han ofrecido la misma obra en Madrid con pocos días de diferencia. Si la lectura del italiano rezumaba perfiles distantemente aristocráticos y primaba en ella la sólida arquitectura, la del polaco destilaba música. Hubo tanta y tan modernamente presentada que fue capaz hasta de domar ese público siempre enfermo de toses y telecomunicaciones. Le quitó hasta el sonido de las respiraciones. Por citar sólo un detalle, las notas finales, llevadas al pianísimo, poseían tanta vida que trajeron al escenario del Auditorio la despedida del cortejo fúnebre. Sencillamente inolvidable y el mejor recital escuchado en años. Gonzalo ALONSO

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