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Por Publicado el: 26/01/2010Categorías: Crítica

Zimerman, la perfección al teclado

XV Ciclo Grandes Intérpretes
Zimerman, la perfección al teclado
Obras de Chopin. Krystian Zimerman, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 25 de enero
Krystian Zimerman (Zabrze, Polonia 1956) comunicó a última hora, como siempre, que en esta ocasión abordaría un programa monográfico centrado en Chopin e incluso anunció el contenido básico: las sonatas 2 y 3, a las que en Madrid añadió para completar las mismas piezas que en Oviedo: un nocturno, una barcarola y un scherzo.
Fue quizás éste, el “Scherzo n.2 en si menor”, donde el extraordinario pianista polaco alcanzó el súmmum de una velada inolvidable, como casi todas las suyas. Fueron diez minutos prodigiosos a los que no se podía poner objeción alguna. Sí cabe sólo al criterio de concluir el recital con una barcarola, cuando lo más serio habría sido terminar con la tercera sonata. Zimerman estaba de excelente humor. Dedicó su actuación a su admirada Alicia de Larrocha y no le molestaron ni las toses ni una puerta de acceso que chirrió un buen rato.
Ambas sonatas no pueden tocarse con mayor perfección, aunque ciertamente plantease lecturas que algunos pudieron tachar de un tanto personales. Esto último simplemente porque las indicaciones dinámicas se siguieron con exactitud y, por ejemplo, los fortes de la “Marcha fúnebre” eran auténticos fortes. O porque Zimerman es uno de los contadísimos pianistas capaces de dar todo su ímpetu al primer movimiento de la misma obra que, no lo olvidemos, lleva la connotación de “Grave agitato”, al “Presto” del final o al “Molto vivace” del scherzo de la tercera sonata. A esa velocidad quizá incluso a algunos oyentes les sería más difícil escuchar todas las notas que al solista tocarlas.
Todos los espectadores hubimos de sufrir un absurdo por inoperante control de seguridad al acceder a la sala sinfónica por el hecho de que en la de cámara se hallaba la Reina. Y vienen a mi recuerdo sus lágrimas en el entierro de Don Juan en el Monasterio de El Escorial. Esa humanidad, esa nota emotiva en medio de la exactitud del protocolo, es quizá lo único que le falta a Zimerman, cuya perfección es tal que puede llegar a resultar distante. Gonzalo Alonso

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