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Por Publicado el: 12/05/2015Categorías: Crítica

Zubin Mehta en el Auditorio Nacional: saber estar

SABER ESTAR

Beethoven: “Leonora III”. Wagner: “Preludio y muerte de Isolda”. Chaikovski: “Sinfonía nº 6, Patética”. Maggio Musicale Fiorentino. Director: Zubin Mehta. Audtorio Nacional, Madrid. 9-5-2015. Juventudes Musicales.

Pocos saben estar en un podio como este maestro, nacido en Bombay en 1936, y cuyo vigor sigue incólume. Mantiene la autoridad en virtud de unas concepciones musicales firmes, lógicas, bien planificadas, en ocasiones, es cierto, pasajeramente epidérmicas, y gracias a un gesto claro, abarcador, elástico, que lleva el discurso en volandas provisto de la energía o, según los casos, la suavidad solicitada por los pentagramas.

Bien asentado, armónico de movimientos, dibujó magníficamente la obertura”Leonora III”, iniciada, como está mandado, en pianísimo, con silencios bien distribuidos, con las respiraciones justas. Luego, progresiva intensidad y rotundas sonoridades, a lo largo de una línea expresiva rutilante, aunque hubiéramos preferido una proporcionalidad mayor a favor de la cuerda en los poderosos pasajes dominados por masivos acordes de los vientos, entre los que destacamos unos furibundos y casi aplastantes trombones, absolutos dominadores del climax del primer movimiento de la “Patética”.

El modo de cantar, acentuar y frasear de Mehta conviene a esta sinfonía chaikovskiana, que en su mano se escucha con todo el fragor, los decibelios y la impactante rítmica que pide el Allegro molto vivace; también con todo el sentimiento doloroso que anida en el pesimista y ultrarromántico Adagio lamentoso final. Bien balanceado el vals del Allegro con grazia, a falta de una mayor depuración sonora. El director indio no otorga prioridad normalmente al toque tímbrico depurado y prefiere la gran línea, el nervio y la manifestación fulgurante, más afines a la Orquesta del Maggio, poderosa antes que refinada. Sin embargo, en el “Preludio” y en la “Muerte de Isolda”, unidos consuetudinariamente como resumen de la ópera wagneriana, acertó Mehta a extraer matices delicados, a plantear un comienzo expectante, en el que prácticamente, con el famoso tritono, se abrió el provenir de la música. Magistral “crescendo” posterior hacia el éxtasis amoroso y bien conducidas oleadas en lo que es el canto postrero e iluminado de Isolde. Bonito bis, en medio del clamor: “Intermezzo” de “Cavalleria rusticana” de Mascagni. Arturo Reverter

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