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Por Publicado el: 14/10/2006Categorías: Crítica

150 años del Teatro de la Zarzuela

150 años del Teatro de la Zarzuela
¿De verdad otros tantos?
Obras de Chueca, Barbieri, Luna, Jiménez, Sorozábal, Vives, Soutullo y
Vert, Penella, Guerrero, Chapí, Moreno Torroba, Arrieta, Fernández Caballero, Nieto y Giménez y Pérez Soriano. Diversos solistas vocales. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro. Dirección musical: Miguel Roa. Dirección de escena: Luis Olmos.
Es claro que todos festejamos que el Teatro de la Zarzuela cumpla ciento cincuenta años. Se ha puesto de manifiesto tanto en la expectación que han generado las dos galas conmemorativas como en los calurosas ovaciones del público o el exquisito trato de la crítica, que no ha querida entrar en profundidades y tan sólo, si acaso, sugerir algún matiz. Sin embargo no conviene emborracharse de alegría, sobre todo si el licor es un mal cava, porque después puede causar muchos dolores de cabeza. Valga la segunda gala para asentar conceptos. Antes de acabar la función aparece un telón que viene a decir “¡Que sean otros ciento cincuenta!”. Pues no va a ser fácil si se continúan haciendo las cosas como se están haciendo.
Las galas han mostrado la deficiente gestión actual del coliseo y sorprende por cuanto depende del INAEM, cuya cabeza es José Antonio Campos, director de la propia Zarzuela en dos periodos distintos y durante años de brillantez. ¿Qué sentido tiene incluir todos los divos en la primera celebración y dejar el resto para la segunda? Porque los dos grandes nombres que intervinieron en ella fue por chiripa: Carlos Álvarez no podía el primer día y Mariola Cantarero sustituyó a una indispuesta Susana Cordón. Bastó que el malagueño abriera la boca para que su timbrada y preciosa voz marcase un nivel muy diferente, el nivel que la zarzuela debería conservar. Pero no. Las chicas se llevaron la peor parte, inaudibles la mayoría de las veces e ininteligibles el resto, cumpliendo sin más los chicos. Los nervios causaron malas pasadas y, con frecuencia, hasta la mitad de cada pieza no entraban en ella. El excesivo volumen de la orquesta, dirigida con vivacidad por Miguel Roa, tampoco ayudó a las voces. Fue la gala de los pobres.
La pobre puesta en escena del baile de la Jota de “La Bruja” mostró la caspa que se quiere, pero no se consigue evitar. Pero, sobre todo, quedó claro que Luis Olmos no consiguió impregnar el género de la gracia y chispa que requiere. Sin ellos no habría existido la zarzuela y, por eso, no puede descafeinarse. La preocupación es más seria si se considera que la temporada es una más, que el teatro pasa por una significativa indefinición y, sobre todo, ¿habrá que vivir otros 150 años del pasado? Porque Moreno Torroba y Sorozábal hace ya mucho que desaparecieron. ¿Quizá hay que renovar el género hacia el musical que con tanto éxito han desarrollado los países anglosajones? El caso es que algo habrá que hacer además de emplear naftalinas. Gonzalo Alonso

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