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Festivales a la deriva
Jurados
Por Publicado el: 28/07/2006Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Los sudados nibelungos

Bernard Shaw escribió en «El perfecto wagneriano» todo un estudio social de la gran obra de Wagner, que él defendía a ultranza con alguna excepción. Mucho otros escritores se han referido después al mismo tema. Tras Wotan se esconde el mundo del poder, de los pactos. Tras Fricka las leyes morales. Loge representa la inteligencia y Alberich el poder destructivo de la frustración. Los nibelungos son los trabajadores explotados mientras los gigantes Fafner y Fasolt se corresponden con los vasallos ciegos hasta que un día despiertan y ven al amo como el que es. Wagner empezó a escribir el «Anillo» en Dresde, un año antes de la revolución de 1849 que le obligó a huir por haber participado en ella con un altisonante llamamiento al rey y con su manifiesto «El Arte y la Revolución», de amplio contenido socialista.
El público que acude a Bayreuth, seguidor escrupuloso de la tradición, posiblemente no sea consciente de que no pertenece sino a un mundo ilustrado de nibelungos y gigantes. A Bayreuth se ha de venir con esmoquin aunque los termómetros marquen 34º y no haya aire acondicionado ni en los hoteles ni en el teatro. Éste, con sus butacas espartanas -simples sillas de madera- de respaldo bajísimo resultan un suplicio para posaderas y espaldas de quien ha de permanecer en ellas más de seis horas, a veces ciento cincuenta minutos seguidos. Algunos acuden con cojines que de poco sirven…
El calor hace estragos en esta masa de pingüinos sudorosos. Las chaquetas desaparecen dejando al descubierto camisas que, empapadas de sudor, transparentan una camiseta de tirantes o una espalda velluda. Se abren los botones de los cuellos y se desabrochan las pajaritas mientras que las planchadas rayas de los pantalones se cubren de otras horizontales y los maquillajes se desintegran. Todo se recompone como se puede en las pausas de una hora. Entonces las miradas manifiestan el mismo odio de Mime a Siegfried a los cuatro que, para no dejarse torturar o no caer en este mundo de sudorosa y descompuesta elegancia, se han presentado en camisa de manga corta. Sin duda también el viandante Wotan Wolfgang Wagner sentirá rota su lanza ante tal provocación.
La música de Wagner se merece todo, incluso que la climatología o la estupidez nibelunga impida que se disfrute de ella. Así es y será Bayreuth hasta que Brunhilda se inmole.

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