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Crisis
Los sudados nibelungos
Por Publicado el: 13/08/2006Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Festivales a la deriva

Festivales a la deriva
Los grandes festivales musicales europeos atraviesan una crisis difícil de superar. De entradas algunos de los más importantes andan sumergidos en procesos de sucesión. Peter Ruzicka se despidió este verano de Salzburgo con el ambicioso proyecto de celebrar el año Mozart representando sus veintidós óperas. El resultado ha resultado muy desigual, alternándose las nuevas puestas en escena, revisiones y reposiciones. «El rapto en el serrallo» y «Don Giovanni» han originado muchas protestas de un público que, sin embargo, es bastante poco exigente y las óperas de juventud o menos populares como «Ascanio en Alba» han padecido puestas en escena de pobreza impropia del lugar. Jürgen Flimm, el nuevo director, tiene una difícil tarea por delante. ¿Por dónde ir? Ya no hay los grandes divos de la época Karajan, la filosofía Mortier se demostró poco apta para Salzburgo, con muchas localidades sin vender, y Ruzicka no ha sido más que un paréntesis lleno de soberbias personales y excesivas ganas de desplumar al potentado público con precios exagerados para lo que se ofrece.
Wolfgang Wagner continúa legalmente al frente del Festival de Bayreuth, pero en la realidad es su esposa Gutrun quien maneja los hilos, hasta el punto de tratar de imponer la sucesión en la persona de su hija Katharina y no en Eva, hija del primer matrimonio de Wolfgang y en su día nominada sucesora por la fundación del festival. Eva, que estuvo de ayudante de Lissner en los albores del Teatro Real y le acompaña en Aix-on-Provence, renunció a la nominación para evitar tensiones, pero sigue en candelero, al igual que Nike, tercera de la familia en discordia. Al nieto del compositor no le ha salido bien del todo la nueva «Tetralogía» que probablemente será la última de su era. La dirección escénica de Dorst ha resultado un fracaso por sus carencias y la batuta de Thielemann ha mostrado patentes irregularidades, con momentos líricos magníficos junto con otros dramáticamente decepcionantes. La ausencia de grandes voces wagnerianas es motivo de gran preocupación. En Bayreuth se paga muy poco a los artistas y encima han de ensayar mucho tiempo. Van una vez y, si triunfan, lo ponen en su curriculum y no necesitan regresar.
¿Qué puede hacer Bayreuth sin cantantes y directores de auténtica talla? ¿Quizá experimentar?
En Pésaro, que languidece, se vive también un festival en crisis vocal y de batutas, sin los grandes nombres rossinianos de pasadas ediciones, y con la exhumación de una aburrida «Torvaldo e Dorliska». Y es que el filón rossiniano no deja de tener sus aristas y dimensiones reales que, sin figuras como Caballé, Horne, Anderson, Abbado, etc resulta problemático ofrecer. Alberto Zedda y Gianfranco Mariotti, ambos ya de edad avanzada, continúan en la dirección, apoyando una presencia española que en algún momento le pareció excesiva al público local y unas señas de identidad un tanto de «izquierda». Como triste anécdota puede apuntarse que el tenor Luciano Pavarotti guarda cama en una villa junto al mar.
Lucerna lo tiene mucho más fácil, por cuanto su actividad se reduce a la sinfónica y camerísta. La presencia de buena parte de las mejores orquestas del mundo con los primeras batutas de la actualidad y unos cuantos buenos solistas aseguran el éxito. Hay poco lugar para la polémica y su director, hijo del que fuera famoso tenor Ernst Haefliger, puede dormir tranquilo. Hay pocas nubes en el panorama, pero una muy importante: ¿hasta cuándo se podrá contar con Claudio Abbado y los músicos que por afinidad con él se avienen a pasar sus vacaciones tocando en la agrupación que se crea sólo para esa ocasión?
La gran pregunta que se empieza a hacer el público y que los críticos llevamos ya tiempo en el baúl es ¿merecen la pena los festivales de hoy día? Porque, por poner algunos ejemplos, el «Holandés errante» de la temporada de Munich es mucho mejor en todo que el de Bayreuth y el nivel de conciertos en una capital como Madrid tiene poco que envidiar a Lucerna, salvo en la concentración temporal. Y, puestas así las cosas, ¿para qué tanto viaje y tanto gasto? Quizá aquí radique el problema y los directores de algunos festivales piensen que provocación y escándalo pueden ser formas para atraer público. En toda esta problemática vienen bien las palabras de Verdi «demos un paso atrás, será un paso adelante. Gonzalo Alonso

Lo que vendrá
En Salzburgo se guarda casi como secreto de estado la programación de la que será la primera temporada de Jurgen Flimm, el cineasta que dejó plantado a Bayreuth con el último «Anillo», aunque una buena parte de ella haya sido elaborada por Ruzicka.
Bayreuth proseguirá durante los obligados cuatro años más con el «Anillo» de Dorst y Thielemann, que habrán de dejar de discutir entre ellos, ponerse de acuerdo y madurar la muy verde puesta en escena y la irregular dirección orquestal a fin de lograr continuidad en la tensión. El año próximo habrá una nueva producción de «Los maestros cantores». Esta vez no será Wolfgang Wagner quien firme la dirección escénica, pero todo seguirá quedando en casa, ya que su hija Katharina se encargará de ello. Dada su corta experiencia, parece a todas luces un reto excesivo, que dará lugar a una polémica que no beneficiará la pretendida sucesión. Para colmo se ha encargado la dirección musical a Sebastian Weigle, actual titular del Liceo barcelonés y con muy buenas relaciones, pero lejos de ser una batuta que suscite especial interés y arrastre público. No es, en definitiva, lo que se espera de Bayreuth.
En Pésaro se ha tenido que posponer «Guillermo Tell» por falta de tenor protagonista y, sin que haya nada firmado, se habla del «Otello» rossiniano. No hará falta uno, sino seis tenores, pero aparentemente se cuenta con Juan Diego Flórez como Rodrigo. La dirección escénica correría a cargo de Giancarlo del Monaco, quien ha residido veinte años en la ciudad donde está enterrado su padre, el tenor Mario del Monaco, sin que incomprensiblemente jamás se haya contado con él para el Festival. Sin duda gran conocedor del «Otello» verdiano, sabría resaltar analogías y diferencias, empezando por su ubicación en Venecia en vez de Chipre y el cambio del pañuelo acusador por una nota comprometedora.

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