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“El Juramento”, cuatro lecciones
LUCIA DI LAMMERMOOR (G. DONIZETTI) Teatro Gayarre de Pamplona
Por Publicado el: 24/11/2012Categorías: Crítica

Barenboim hijo y Maazel en Ibermúsica

Ciclo de Ibermúsica

Dos programas potentes

Obras de Beethoven, Wagner, Debussy y Stravinsky. Michael Barenboim, violín. Orquesta Filarmónica de Munich. Lorin Maazel, director. Auditorio Nacional. Madrid, 21 y 22 de noviembre.

Lorin Maazel no se anduvo con chiquitas en su presentación madrileña como nuevo y flamante titular de la Filarmónica de Munich –ya lo fue de la Bayerische Rundfunk- sucediendo a Thielmann. Dos programas de enorme atractivo popular –hoy día no hay más remedio que llenar- y también de toque para solistas y tutti orquestal.

Maazel eligió en líneas generales tempos amplios para sus lecturas, lo que es frecuente en los directores a medida que van cumpliendo años. Sin embargo en momento alguno dejó caer la tensión, a pesar de que en la obertura de “Tannhauser” –Venusberg y Bacanal incluidas-  trajese a la memoria aquel, por otro lado inolvidable concierto, de Celibidache en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid, donde literalmente se le cayó la obra.
El primero de los dos conciertos nos permitió escuchar, tras una sólida obertura “Egmont”, a Michael Barenboim (París, 1982), hijo de Daniel y Elena Bashkirova, en el “Concierto para violín” de Beethoven, difícil no sólo por sus exigencias musicales sino también por su popularidad. El chico muestra una sobriedad, tanto en gestos como en su interpretación, infrecuente hoy día y toca con potencia y transparencia meridiana. No cabe duda que ha heredado de sus padres el don de la musicalidad. Su segundo tiempo resultó admirable por claridad y delicadeza. Hubo mucho poder en la “Quinta” posterior, con buena resolución para el final de la partitura y con tempos bastante personales, más amplio para el segundo y en contraste más rápido de lo que hubiera cabido esperar para los dos últimos.

El “Mar” que lee Maazel es bien distinto del que alguna vez escuchamos a Celibidache con esta misma agrupación, su orquesta durante diecisiete años. Se trata de un mar con menos misterios y más amenazas, de potencia arrolladora. La misma que exhibió en “La consagración de la primavera”, auténtica lección para cualquier director joven de cómo hay que presentar toda la enorme fortaleza de la obra sin que se deje de escuchar una sólo línea orquestal y con un control total. Hubo total cohesión y coherencia estructural, un juego perfecto tensiones y ampias posibilidades de comprobar la calidad de todos los solistas del conjunto. Maazel, que es poder y autoridad, dirige todas las partituras de memoria, resulta elegante en los gestos, sin aspavientos fáciles pero de enorme expresividad.

Quizá sobró la “Danza n.1” de Brahms, pero el público que abarrotaba la sala no se levantaba. Noches felices. Gonzalo Alonso

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