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Por Publicado el: 06/02/2023Categorías: En vivo

Crítica: Seguey Khachatryan, Liebreich y la Orquestra de València

Raro, descuadrado programa de la Orquestra de València

ORQUESTRA DE VALÈNCIA. Serguéi Jachatrián (violín). Alexander Liebreich (director). Programa: Obras de David Moliner (Alma Grial. Mística para gran orquestra), Jachaturián (Concierto para violín y orquesta en re menor), y Schubert (Sinfonía “Inacabada”). Lu­gar: València,  Palau de les Arts. Entrada: Alrededor de 1.100 personas. Fecha: Jueves, 2 febrero 2023.

Serguéi Jachatrián y Alexander Liebreich

Programa raro y descuadrado donde los haya. Raro por la interpretación, y descuadrado por ser un cajón de sastre, un batiburrillo que mezclaba sin ton ni son tres páginas tan disímiles como la última obra del compositor castellonense David Moliner (1991); el Concierto para violín en re de Jachaturián -maravillosamente tocado por Serguéi Jachatrián– y una chocante Sinfonía Inacabada de Schubert entendida por Alexander Liebreich desde presupuestos estéticos más añejos que los de Böhm, Furtwängler y Knappertsbusch junticos.   

Lo mejor de la noche, lo único verdaderamente relevante, fue la presencia de Serguéi Jachatrián (Ereván, 1985), certero artista residente de la Orquestra de València en la actual temporada. El violinista armenio otorgó realce, grandiosidad y honduras al no solo vistoso y efectivo Concierto para violín de su paisano Aram Jachaturián, que en su genuina expresividad delata un talento de primer orden, y se configura como uno de los grandes conciertos del repertorio violinístico, con no mucho que envidiar a los reverenciados de Beethoven, Mendelssohn-Bartholdy, Brahms, Chaikovski y Sibelius.

En manos de Jachatrián, el concierto, de 1940 y dedicado por Jachaturián al gran David Oistraj, cobra empaque, énfasis y razón de ser. Sus característicos aires populares -soberbio tercer tiempo-, la grandilocuencia sin rodeos y, sobre todo, la efectiva escritura, requieren revisión y desenconsertamiento de estereotipos. “Todos dan por hecho que el gran compositor soviético de su época fue mi padre, pero él mismo decía que quien realmente lo era es Jachaturián”, palabras asombrosas y exageradas de Máxim Shostakóvich a quien esto escribe.

Jachatrián coronó su nueva actuación -el pasado octubre ya fascinó a todos con su vibrante versión del Concierto de Sibelius- con éxito total, con el público -¡tantos jóvenes y estudiantes de violín!- aclamándole con verdadero entusiasmo. No era para menos. Jachatrián contó con el certero y cómplice acompañamiento del versátil Alexander Liebreich, quien calibró orquesta y solista, y sacó partido y brillo a la opulenta orquestación sin nunca detraer protagonismo solista al violín. Tras muchos aplausos y bravos, el inspirado Jachatrián regaló una quieta canción popular armenia –El melocotonero– que se percibió con la intensidad y recogimiento que se siente la más callada zarabanda bachiana. Inolvidable.

En la segunda parte del descuadrado programa -hora y media la primera parte, apenas 25 minutos la segunda-, llegó un Schubert grandilocuente, más próximo a Jachaturián que a Beethoven, de inauditas dinámicas, y una sonoridad grandilocuente que hace aguas en su intento de aproximarse al universo beethoveniano. Liebreich se olvida de historicismos y monsergas para proponer una lectura de la mal llamada “Sinfonía Inacabada” a la vieja usanza, pastosa y pesante, no por los tiempos, nunca tendentes a la ralentización, sino por su empeño enfático en los diseños melódicos, y, sobre todo, por una sonoridad extrema que casi se antoja más bruckneriana que schubertiana. Es una opción, obsoleta y pasada de rosca si se quiere, pero dicha con legitimidad y criterio muy personal. Los solistas de madera de la OV no desaprovecharon ocasión de lucimiento, con notables intervenciones de flauta, oboe, clarinete y fagot (por cierto, estuvo antes sobresaliente en el solo del movimiento central del concierto de Jachaturián).

Alumno de Pascal Dusapin, David Moliner desarrolla una carrera ascendente con estrenos y encargos de alto rango. En esta ocasión, el encargo ha venido de la Orquestra de València, al que ha respondido con la obra estrenada en este raro concierto. Alma Grial es página larga, extensa quizá en demasía, cargada de retórica y marcada por una orquestación tan extensa como sus 20 minutos o más. Sus compases, tan cargados de referencias, herencias y admiraciones a su maestro Dusapin, y al maestro del maestro -Messiaen, cuyos pájaros exóticos irrumpen aquí convertidos en coloreada parodia-, transcurren dentro de un universo impersonal y elocuente que nunca se sabe a dónde va y de dónde viene -quizá, ni siquiera, dónde está-. Agradan por la fina construcción y el color de una orquestación que no escatima medios ni recursos. El autor define Alma Grial como una obra “mística a gran escala para orquesta”, inspirada en el “viaje mental que ha realizado un ser humano a lo largo de su vida”. Pues bueno Justo Romero.

Publicado en el diario Levante el 4 de febrero de 2023.

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